[Washington, julio 2022 | The Washington Post] Recomendaciones de Alejandro E. Macías, médico infectólogo, catedrático de la Universidad de Guanajuato, investigador nivel 3 del Sistema Nacional de Investigadores y excomisionado para la influenza en México.
Con el COVID-19 hemos aprendido a no ser demasiado optimistas o decretar el fin de la pandemia simplemente porque los casos empiecen a reducirse. Sabemos que, a una oleada, que generalmente dura alrededor de seis meses, sigue otra de una variante o subvariante distinta. En este momento, la subvariante BA.5 de la variante ómicron es la más fuerte que hemos conocido y la que está predominando en el mundo. ¿En qué situación estamos a nivel epidemiológico y qué podemos hacer al respecto?
El virus que ocasiona el COVID-19, el SARS-CoV-2, es escapista y ha logrado transmitirse cada vez más. Del virus original que nació en Wuhan, China, se han derivado otras variantes y subvariantes que permanecen o no debido al mecanismo evolutivo de la supervivencia del más apto. Es un mercado de variantes a las que no les gusta la competencia. Cuando dos de ellas se enfrentan, al final queda la que logre una mejor combinación de transmisión (capacidad de infectar a más gente) y escape (capacidad de infectar a quienes tenían inmunidad por infección previa o por vacunación).
Como consecuencia, hemos sufrido las variantes alfa, beta, gamma, delta y ómicron. Esta última resultó formidable y no ha sido sustituida por otra, sino que se ha ramificado en subvariantes: BA.1. BA.2, BA.2.12, BA.4 y BA.5. El éxito de estas variantes se asocia a una mayor “distancia” evolutiva del virus original: ómicron está más alejada que alfa, beta, gamma y delta. Lo mismo ocurre también con las subvariantes: BA.5 está más alejada que BA.1.
BA.5 se identificó desde enero de 2022 en Sudáfrica y es la peor versión del SARS-CoV-2 que hemos visto en cuanto a transmisión y escape. Por esa razón, las vacunas que se crearon con la información genética del virus original ya protegen poco contra la infección. Por fortuna, siguen protegiendo contra enfermedad grave, hospitalización y muerte ante todas las variantes y subvariantes que se han estudiado.
Aunque las farmacéuticas buscan crear vacunas modificadas específicamente para las variantes más nuevas de ómicron, ha resultado un juego del gato y el ratón: cuando una vacuna muestra mayor eficacia contra una subvariante, esta ya cedió su dominio a otra que no responde igual a la vacuna.
Con los datos que tenemos, parece que ningún país va a poder escapar a la eventual entrada de BA.5, a no ser que venga otra subvariante capaz de vencerla. Una candidata es la BA.2.75, que ha incrementado su incidencia en algunos países, particularmente en la India. Pero, por sus características, a la larga todos —o casi todos— terminaremos infectándonos de SARS-CoV-2, pues estas subvariantes enfermarán incluso a quienes no se han contagiado.
Si la subvariante BA.5 es tan formidable que ninguna otra venga a sustituirla, algunos países podrían pasar —después de sufrir su ataque— a una situación pospandémica en la que ya sea parte del repertorio de virus respiratorios que nos infectan regularmente. Eso es lo que pudiera estar ocurriendo ahora mismo en Sudáfrica, donde la incidencia de COVID-19 ha disminuido casi a niveles base luego de la oleada de infección de esta subvariante. En México, en julio ya circula ampliamente la BA.5. Es una mala noticia por su gran transmisión y escape pero, una vez que predomine, México podría alcanzar una situación semejante a la de Sudáfrica.
Sin embargo, ya sabemos que no podemos pecar de optimistas, pues estas subvariantes siguen apareciendo e infectando gente, incluso poco tiempo después de haber tenido COVID-19, pues el contagio de una variante genera inmunidad ante otras siempre y cuando se le parezca mucho y no tenga demasiado escape.
Por lo mismo, aunque sabemos que lo peor de esta pandemia ya pasó, también hay que aceptar que no ha terminado. Aunque en los vacunados no se esperaría una enfermedad grave, el COVID-19 no es una gripe y el síndrome post-COVID puede ocurrir incluso luego de infecciones leves.
Por eso, aunque no debemos volver al confinamiento, sí debemos insistir en el uso de cubrebocas en interiores, ventilar los espacios cerrados, evitar los tumultos, preferir actividades en exteriores y completar los esquemas de vacunación que le correspondan a cada persona. No caigamos en la fatiga de pandemia: no hay por qué sufrir la enfermedad muchas veces si podemos evitarlo.