Edición 68

Aprender a ser

La capacidad de conversar como base fundamental de la educación

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Alvaro Puertas Villavicencio | EDUCACCIÓN

La realidad peruana nos dice que necesitamos mejorar en varios aspectos relacionados con la educación: políticas públicas, infraestructura y tecnología, formación docente, investigación de metodologías y teorías educativas. Sin embargo, dichas mejoras suelen estar acompañadas de cierto escepticismo debido a las profundas desigualdades presentes en las diversas esferas de la existencia humana. La corrupción es la máxima expresión de estas desigualdades, pero sólo representa la punta del iceberg de un fenómeno de base que requerimos aceptar y comprender. Es momento de reflexionar acerca de aquello que es fundamental para (el) ser humano, en especial, en estos tiempos de COVID: nuestra capacidad de conversar en los diferentes escenarios en que vivimos. De esta manera será posible concebir una educación coherente con nuestras aspiraciones democráticas.

Conversar parece ser la actividad más natural y obvia que realizamos los seres humanos. Sin embargo, en el conversar, más que palabras, intercambiamos experiencias con las cuales buscamos aparecer frente al otro (y uno mismo) de forma legítima, respetada y aceptada. Durante una conversación transformamos y somos transformados. La conversación es un modo de ser y hacer, donde somos nuestra versión auténtica, en nuestra diferencia y unicidad, alejada de prejuicios. La conversación, como modo de ser, nos remite a nuestra esencia, donde podemos ser y dejar aparecer, pero su opuesto también debe quedar claro. Si se trata de un intercambio donde no podemos ser de forma auténtica, entonces, sólo se trató de un intercambio de palabras o acciones al aire, sin otro interés que el sobrevivir un día más a nuestro encuentro con el otro. Entonces, ¿realmente conversamos?

Años atrás, en la revolución francesa, se aspiraba a una democracia basada en tres valores: libertad, igualdad y fraternidad. El economista y escritor José Luis Sampedro nos dice que sólo nos falta llevar a cabo el valor de la fraternidad.[1] En este caso, hablamos de la fraternidad entendida como el amor ágape, y dado que amor es una palabra que adopta muchos significados según diversos contextos, es importante definirlo:

“el amor es la emoción que funda lo esencial en tanto se lo reconoce en la vida cotidiana como el dominio de las conductas a través de las cuales el otro u otra surge como legítimo otro en la convivencia.”[2]

Dicho de otra manera, el amor es el dejar aparecer.[3] Sin embargo, en una sociedad donde reina la corrupción, que no es otra cosa que el ejercicio sistemático de violencia parece imposible lograr alguno de los tres valores. Por otro lado, ¿es posible concebir libertad e igualdad sin fraternidad? Incluso, debemos preguntarnos, ¿es posible el amor ágape cuando no somos capaces de conversar en mutuo respeto?

En su libro, En defensa de la conversación, Sherry Turkle describe la experiencia del filósofo y poeta Henry David Thoreau en el estanque Walden para explorar el rol de la conversación en estos tiempos donde la tecnología parece ocupar más espacio y tiempo en nuestras vidas.[4] Thoreau imaginó tres sillas que definían tres escenarios de conversación. Con una silla, imaginó las conversaciones que tenemos con nosotros mismos; con dos sillas, las conversaciones que tenemos con la familia y seres queridos; y con tres sillas, las que tenemos en el trabajo y la escuela. Turkle añade también una cuarta silla para dar cuenta de las conversaciones que ahora tenemos con el ordenador o celular. Los escenarios descritos se interrelacionan y afectan uno al otro: aprender a conversar con uno mismo influye en la forma en que lo hacemos en otros espacios y esferas de nuestra vida. Para lograr una conversación que nos permita ser y dejar aparecer, Turkle sugiere crear espacios sagrados en los cuales podamos recuperar nuestra humanidad.

Siendo el ámbito educativo uno de los escenarios de conversación desde los cuales se puede construir y practicar la democracia, la pregunta que sigue es: ¿existen esos espacios sagrados donde conversar, donde podamos relacionarnos humano con humano?[5] Para ello, es necesario extender la idea de “sagrado” e incorporarla en nuestro contexto cotidiano. En este sentido, es importante entender espacio sagrado como el espacio que armoniza con la existencia humana, donde la fraternidad y, en consecuencia, la libertad y la igualdad, son posibles. En otras palabras, el espacio sagrado es el espacio que permite el total despliegue de la vida, de forma legítima, auténtica y respetuosa. Volvamos entonces a la pregunta: ¿existen espacios sagrados dentro de la esfera educativa?

El ámbito educativo está conformado por diversos espacios, y éstos influyen en las conversaciones que tengamos. Son diferentes espacios, con diferentes actores, infraestructuras y posibilidades, pero sólo en la medida que permiten la aparición legítima del otro, y en mutuo respeto, serán espacios vivos, espacios sagrados. El Ministerio de Educación y las autoridades del gobierno, las comunidades, las organizaciones sociales y culturales, son algunos de los actores que pueden armonizar hacia la creación de espacios sagrados donde podamos conciliar, proponer, hacer, pero en especial, conversar y ser. La pregunta persiste: ¿existen esos espacios desde la educación para el desarrollo de una sociedad democrática? Sampedro aclara la idea de “desarrollo”:

“Se habla mucho que no hay alternativas para el desarrollo, pero no nos damos cuenta de que el desarrollo interior es tal vez el más importante. Todos nos deberíamos concentrar en llegar lo más al fondo de nosotros mismos. El poeta San Juan de la Cruz decía: entremos más adentro de la espesura”[6]

El desarrollo interior es primordial para la educación que vive e irradia democracia. La conversación de una silla ideada por Thoreau es una muestra de esa búsqueda de desarrollo interior, del aprender a ser que, sin embargo, no puede limitarse a ningún currículo, competencia o metodología. Conversar no es una simple actividad, sino una forma en que debemos vivir para poder ser en democracia, y por tanto es una necesidad en la escuela, sí, pero también en y entre las diferentes comunidades, organizaciones e instituciones, privadas o públicas. Recordemos que la conversación no es un mero intercambio de palabras, es un compartir de experiencias, vivencias y emociones donde somos escuchados, respetados y valorados, aún en nuestras diferencias.

Conversar no significa estar de acuerdo en todo, pero sí implica respetar y valorar aún en el desacuerdo, y esto parece implicar ganar ciertos derechos: el derecho de equivocarse y cometer errores, el derecho a cambiar de opinión y el derecho a irse de espacios que aprisionan.[7] La confianza que supera cualquier desacuerdo, prejuicio y temor surge en el potencial transformador del conversar, aunque requiere práctica. Si debemos recordar una sola lección de la neurociencia, que sea ésta: “úsalo o piérdelo”. El ciclo de violencia y corrupción se perpetúa si apelamos a esas acciones; por el contrario, retornamos a un ciclo de amor y democracia si hacemos de estos valores una constante desde el continuo ejercicio de la conversación en mutuo respeto.

La escuela parece ser un espacio ideal para aprender a ser, es decir, aprender a conversar y dejar aparecer al otro. Sin embargo, todos los espacios ligados a la educación y el aprendizaje deben también hacerlo. En otras palabras, los espacios de violencia deben ser transformados en espacios sagrados donde la vida y el bienestar sea posible. Aprender a ser implica tejer espacios sagrados, así como la conexión entre éstos, porque la conversación no surge en aislamiento sino en la convivencia y la colaboración. Si aspiramos a la democracia y sabemos qué valores necesitamos para poder alcanzarla, siempre podemos empezar a hacer camino desde una educación que invite al conversar y el amar.

Lima, 8 de marzo de 2021

NOTAS

[1] Recuperado de https://www.rtve.es/alacarta/videos/redes/redes-ciudadanos-red/1906547/ (accedido el 01 de marzo del 2021)
[2] Humberto Maturana, Transformación en la convivencia, Santiago de Chile, Dolmen Ediciones, 2002.
[3] Recuperado de https://www.bbc.com/mundo/noticias-46959865 (accedido el 01 de marzo del 2021)
[4] Sherry Turkle, En defensa de la conversación: El poder de la conversación en la era digital, Barcelona, Editorial Ático de los Libros, 2017.
[5] Valerio Narvaes Polo, Raigambre: Educación Democrática, Nictálope Editores, 2019.
[6] Recuperado de https://medium.com/doble-clic/josé-luis-sampedro-una-vida-de-sorpresas-fc5aa1565887  (accedido el 01 de marzo del 2021)
[7] Humberto Maturana, Transformación en la convivencia, Santiago de Chile, Dolmen Ediciones, 2002.

Alvaro Puertas Villavicencio
Eterno aprendiz e investigador independiente interesado en la intersección de arquitectura, educación y filosofía. Representante del Capítulo Lima del Centre for Conscious Design (https://theccd.org), e integrante de la Undécima Promoción de Enseña Perú, siendo maestro en la región de Cajamarca. Estudió Arquitectura y Urbanismo en la Universidad Ricardo Palma y complementó su formación en la Free School of Architecture (FSA), en Los Ángeles, California, donde se exploraron formas alternativas de aprendizaje en y desde la arquitectura. También fue asistente de cátedra en la Universidad Privada del Norte, balanceando sus actividades en diseño y construcción con el voluntariado educativo. Además de redactar artículos para diferentes eventos académicos, escribe en sus blogs Arquilosofía y Panspermia Gatuna.