Luis Condori / La República
Ariana Harwicz ha logrado prender el mechero en ese mundo resumido en una cueva; ha sido capaz de hacer del corazón de piedra, descrito con finura en su libro, una pluma mecida en el aire. Y sí, es un golpe tierno, donde las huellas de los látigos negros van cambiándole de color a la piel de los lectores. “La débil mental” (Mardulce) es una novela potente, llena de abismos, de deseos descuartizados en aquella elegancia que siempre se le insta a la literatura. Es cambiante como un camaleón. Probablemente, uno de los pocos libros que se disfruta de principio a fin. Harwicz es argentina, vive en Francia, no tiene un perfil enWikipedia, ha realizado un máster en literatura comparada en La Sorbona y “Matate, amor” fue su primera novela. Conversamos con la escritora a la distancia, pero con un acercamiento literario muy pleno.
El libro está compuesto por piezas, conectadas a un ritmo más poético que narrativo, ¿el propósito fue que el lector vaya construyendo la historia?
No fue ese el propósito, en todo caso no escribí la novela pensando en que el lector iba a rearmar la trama. No hay tampoco un a priori poético. Esa es la forma de mi escritura, ese es el molde.
¿Y ese molde que propones está sujeto a variaciones, o crees que en un estilo único?
¿A variaciones dentro de cada uno de mis libros, a variaciones de un libro a otro? Entiendo todo lo que se teoriza e intelectualiza sobre qué es tener estilo, pero para el que crea es la única manera posible que tiene de mirar.
Variaciones en tu estilo, claro. Y justamente en una línea de la primera página dice: “Me invento una vida en las nubes sentada en mi clítoris”. Eso quizás pueda ser un muy retórico, pero no, es algo que en realidad pasa. ¿Se piensa en ese momento ser verosímil o no?
Dicho con sinceridad (aunque sinceridad no se opone a retórica) no especulo con la verosimilitud cuando escribo. Para ese universo, para esa música única, para la mente de esos personajes, lo que dicen, es verdad. Entonces por citar la misma frase, “me invento una vida sentada en mi clítoris” tiene sentido y es real.
Pienso en la conexión de la madre con la hija, pero más parece como si la madre fuera un obstáculo. Eso, un obstáculo real, que quizás en algún momento se tiene cuando estás en un problema similar como el de la protagonista.
Sí. La madre es una piedra, un bloque, algo que hay que derribar para existir. La madre (por transferencia de lo que será ella también cuando envejezca sola) tiene que ser eliminada. Y a la vez, ya se sabe, no se puede eliminar. Es imposible porque ella se mira ahí para ver quién es. Lo sabido. Pero de acuerdo, hay que arrancarse a la madre para vivir.
En el caso de Picasso, fue con el padre. Y si lo llevo un poco a la música, Jim Morrison canta en “The end” un relato sobre el deseo de asesinar a sus padres, donde le es más fácil decirle al papá que lo matará, pero con la madre no. En este libro fue todo un proceso para la protagonista.
Sí. Entiendo esas referencias, estaban como tantas otras flotando por ahí alrededor del libro. No hay nada nuevo que aportar al deseo de matar a los padres; a los hijos, quizás ahí sí. Modestamente, solo queda el estilo. Para la protagonista, matar a la madre, o mejor dicho, cogerse a su amante, era una manera de dejar de ser una débil mental. Igual, como se ve en el libro, al final todo sale al revés.
Otros ingredientes que reúnes en el libro son la soledad, el abandondo, el fracaso, hasta ese masoquismo por el seguir queriendo pese a que te han dejado. ¿Cuánto cuesta bucear por esas emociones?
Es liberador. Todo eso ya está instalado en la atmósfera cuando escribo, ya es una realidad, la angustia es el motor principal de toda escritura. Sin tormento, no hay pasión; sin pasión, no se puede escribir. Entonces, bajar al océano y volver con los ojos ensangrentados, siguiendo la cita, es lo de menos. Hay que procurarse una vida que pueda engendrar escritura.
Y cuántas veces has bajado al océano y te has dado cuenta de que no era le momento. ¿Se puede saber o te dejas llevar por la profundidad?
Siempre es el momento, no bajo si no sé que es el momento de escribir, de cristalizar la angustia. Lo que más tarda en el proceso es eso, saber cuándo bajar.
De acuerdo. Volviendo al libro, cada pieza es una bala que pasa lentamente. Y algo que me ha llamado la atención es que cuando tocas temas que cruzan lo erótico, que tienen un tinte más desgarrador que placentero. ¿Te lo han dicho?
Lo han mencionado en reseñas, sí, que el erotismo es desgarrador, fatal, por momentos, sórdido. Ahí está toda la tragedia de esta débil mental y su madre, el goce es violento, es sucio, es muerte. Ellas viven así. Cuando la débil va al hotel, cuando recuerda ese hotel en el que le arrancaron o bajaron la bombacha y estaba viva, lo describe como si fuese una violación, pero a la vez, con una gran felicidad.
También hay frases que vas soltando, que a veces como lector uno quiere hacerlas suyas. Por ejemplo: “Enamorarse es el diluvio con un refugio electrificado”. Para mí es muy romántico, aunque suene muy frustrante.
¡Es un romanticismo frustrate!
¿Crees que la literatura tenga la misma definición de la vida que mencionas en el libro, que es una perra alzada que a veces ofrece lo imposible?
¡Qué buenas frases te acuerdas! Casi las había olvidado. Pienso exactamente eso de la vida y de la literatura, sin distinción entre una y otra. Una perra alzada que a veces ofrece lo imposible.
FUENTE: La República / Lima, 02 de noviembre de 2015