Edición 38

De Artacho a Peredo

La narración, el comentario futbolístico y la lenta construcción de la racionalidad

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Walter Twanama / EDUCACCIÓN

¿Podría una crónica correcta del partido analizar su desarrollo solo desde la perspectiva de los tiros concretos al arco? Si así lo hiciera se habría perdido el sentido de todo el juego

Ludwid Fleck. La Génesis y el Desarrollo de un Hecho Científico

¿Cómo eran los comentarios de fútbol de antes y cómo son los de ahora? Hace unos años los comentarios futbolísticos —como todo el deporte en general, la crónica de espectáculos, las tiras cómicas y la crítica de cine— eran vistos todavía como una parte poco importante del trabajo periodístico. Hoy todo medio noticioso debe contar con una sólida sección deportiva, que por lo regular ocupa la cuarta parte del tiempo o del espacio físico, según sea el medio, y donde el fútbol tiene un lugar eminente.

No hay manera de explicar esto por acontecimientos que ocurren en alguna otra esfera—digamos religiosa, política, o económica— más verdadera de la sociedad. Aunque la misma existencia del tiempo libre viene determinada [1] por otras relaciones sociales, más bien hay que tomar en cuenta la importancia que tiene para las personas la forma como se entretienen y usan ese tiempo libre. De todos modos, nadie creería que lo específico de este fenómeno, el fútbol, se pueda entender sin conocerlo en sus muchas facetas.

Para responder la primera pregunta: ¿qué diferencias hay entre los comentarios de fútbol de ahora y los de antes? El aficionado mayor de 50 años debe recordar que en los comentarios de los años 60 se mezclaba la descripción de las jugadas que acababan de realizarse, con la alabanza o crítica de las habilidades específicas de los jugadores; aquello debía hacerse de ese modo y apresuradamente, un poco obligados por lo que era el medio predominante de la época: la radio. Por lo mismo, casi siempre el comentario se refería al jugador que llevaba la pelota, mejor si era un gambeteador muy hábil, muy veloz o de fuerte shot, a menos que quien defendiera fuese un jugador extraordinario como Chumpitaz, Julio Meléndez o el maestro Nicolás Fuentes, peruano que, a decir de los expertos, anuló a Jairzinho en el Mundial del 70; este tipo de comentario estaba muy cerca del sentido común pelotero de quienes se aproximan por primera vez al fútbol, los niños, por ejemplo.

En el mejor de los casos se analizaba la interacción de algunas piezas del conjunto, lo que se llamaría ahora subsistemas. No obstante, n términos de la comprensión—a veces adivinación—que tenían entre sí los volantes (Challe-Cruzado, Zito-Didí), a veces las defensas, sobre todo los dos centrales ya mencionados, pero especialmente los delanteros (las paredes Sotil-Cubillas, Sotil-Ángel Clemente Rojas, Sotil y Cruyff, Sotil) y sus goleadores (Ocsas, Mosquera, Mellán —¡Cuánto Sotil! —, los compadres Pitín y Perico), etcétera. Resumiendo, el comentario futbolístico de aquellos tiempos se refería a secuencias dentro del partido, reposando en gran medida sobre el componente técnico de los jugadores involucrados, aunque a veces pudiera ser complementado con referencias y comparaciones. Y esto incluye a comentaristas de postín como Lucho Garro conocido como La voz fácil del fútbol o don Eduardo San Román, que nos narró la clasificación en la Bombonera el año 69 y fue convertido años después en La Catedral del Fútbol, y también a otros, ponderados y razonables como Manuel Doria o Roberto Salinas, todos ya fallecidos.

El mayor grado de sofisticación en este nivel consistía —era la mayor virtud del Veco—en un análisis funcional, en el que la figura y la jugada eran reemplazadas por la función: el Manija del equipo, el que hace la pausa, el Líbero, el Tapón, el Puntero Ventilador. Este análisis funcional no existió desde siempre, sino que apareció en algún momento de la década del 70, lo que puede verse, por ejemplo, en que nadie analizó nunca la función que cumplían Perico, Pitín o Roberto Challe en la cancha, y en cambio encontramos pocos años después a jugadores hoy olvidados, útiles a sus equipos, pero a años luz del brillo de los nombrados, quienes eran analizados a nivel de la función que cumplían en el campo. Esto último, también puede deberse a que faltaban herramientas para analizar el genio futbolístico, que supera las posibilidades que ofrecía el examen funcional.

Con el análisis funcional empezó a apreciarse el valor táctico de los jugadores, junto o por encima de sus virtudes técnicas, pero aún teníamos a individualidades que se juntaban en el campo de juego. De este estilo nació, por ejemplo, un inteligente comentario, hecho por psicoanalistas argentinos de la escuela de Enrique Pichón Riviere acerca del rol del eje central del equipo, que cumplía en la cancha, Mario Alberto Kempes, el Matador, hoy comentarista de Fox, en el seleccionado platense que fue campeón en el mundial del 78, comentario apoyado para mayor gloria en los videos de los goles de la final con Holanda.

De este modo, al utilizar los mundiales como referencia, podemos observar que en el 78 el análisis funcional predomina, sin haber renunciado a incorporar en el comentario los viejos elementos: la jugada específica, la gambeta del delantero, la agilidad del arquero. Por otro lado, el mundial de España estamos en un período de transición hacia la actual etapa que tiene al análisis táctico como eje del comentario. Refuerza mi afirmación el hecho de que el comentario futbolístico no se vio enriquecido por exámenes exhaustivos del esquema de juego que hacía la Holanda del 74 y 78, por lo que tuvo que bautizarse con una metáfora, ‘la naranja mecánica; tampoco los equipos de Francia o Brasil que fueron al Mundial del 82 y que eran realmente unas máquinas de hacer fútbol.

Después de México 86, el comentarista emplea como principal criterio de valoración para un equipo el componente táctico, la manera como se para en el campo y las dinámicas que establece sobre esa base. Comentaristas de esa hornada como de La Puente, después el filósofo y psicoanalista Luis Puiggrós, Beingolea y Barnechea, venciendo sus propias preferencias estéticas, [2] obtienen así sus mayores logros, sin perder los niveles de análisis que habían consolidado las anteriores generaciones de comentaristas; en este nivel Pancho Lombardi, las pocas veces que se animó a comentar fútbol por escrito, era realmente brillante y sospecho que ser director de cine lo ayudaba en el rol.

¿Qué ha hecho posible este salto? Puede que a partir de esa generación de fines de los 80 se estudie más. También juegan factores como el mayor profesionalismo, aunque el periodista deportivo siempre ha vivido su oficio más que trabajar en él. Tal vez pesan otros factores: el primero, obvio, es que el fútbol se ha vuelto más táctico, obligando a prestar atención a un aspecto antes descuidado hasta por los propios directores técnicos; actualmente la secuencia larga en los pies de un solo jugador es un acontecimiento excepcional; también se han roto las barreras entre defensa, mediocampo y delantera, incluso el arquero se mueve distinto. Además, los jugadores deben desempeñarse en distintos puestos para lo cual necesitan la capacidad de leer todo el campo, no limitarse a una única función.

Fue como un celaje (in memoriam D.P.)

En este punto es pertinente una aclaración; lo dicho hasta aquí repite con poquísimos cambios, un artículo que publiqué en 1994, a la luz del mundial de USA; todo esto efectivamente, había pasado en el fútbol mundial y también en nuestro país. No estaba todavía en mi pantalla, sin embargo, la posibilidad de una renovación dentro de la renovación de la narración deportiva, pero sucedió. Probablemente en esos años, un Daniel Peredo, muy joven, ya escribía en El Bocón, y aunque lo hacía con verdadero brillo, ingenio y estilo, todavía estaba lejos de la faceta que lo llevó a ser conocido por todos los aficionados al fútbol.

Es que, como en los mitos, hay muchos nacimientos de Peredo. Su familia vino de Chiclayo y los amigos cuentan que creció en el distrito de San Martín de Porres; una vocación temprana ligada al fútbol lo debe haber llevado primero a ensayar pases y remates, pero su propio testimonio dice que desde siempre quiso trabajar en la crónica deportiva y así inició su carrera en Ojo y en el mencionado El Bocón. En diciembre del 95, Beingolea al leer el titular escrito por Peredo, y ya teniéndolo en la mira, lo llama para conversar, jalándolo a su legendario programa «Goles en Acción». Al año siguiente, ya narraba en la radio.

El mismo Daniel Peredo, en una entrevista, reconoce que su segundo nacimiento ocurre justo en la radio, el 25 de junio del año 2000. Dicho en sus propias palabras: «una narración que no fue para televisión, sino para radio, pero que me gustó mucho, fue el gol de Beto Carranza en Cerro de Pasco, que le valió el título del Apertura 2000 a Universitario. Recuerdo ese gol, porque, más allá de la importancia que tuvo, pude anticiparme a la jugada y decir “Carranza y el gol del año” justo en el momento que pasó por la mitad de la cancha a toda velocidad”. Dos años después, para el mundial de Japón, Peredo empezaría a cumplir el mismo rol en televisión».

¿Qué cualidades peculiares en el ámbito cognitivo mostraba Peredo como novedades? Veía, como lo muestra el ejemplo anterior, más allá de lo evidente. Sucede lo mismo en el famoso gol de Vargas y Fano contra Argentina, casi siempre podía anunciarnos, 15 o 20 metros antes que se anotara un gol —no solo por su frase “un gol más va a haber”—, adivinaba tendencias, porque sabía mirar (leer) la cancha y porque conocía muy bien a los jugadores; nunca su antipatía—si la tuvo— por un jugador afectó su juicio sobre su desempeño, una práctica que revive hoy Butters y que era común en antiguos cronistas. Había uno que nunca nombraba a Teófilo Cubillas; a esto se le suman virtudes como una buena enunciación, muy parecida a su redacción, inventando giros (“los palos son así”, “consejo de pata: anda al área”) que se justificaban totalmente, y una cualidad siempre apreciada por el oyente: sentido de humor.

Pero Peredo además se conectaba fácilmente con sus propias emociones. En mi opinión porque sabía que ellas se parecían mucho a las del hincha. Eso producía una reacción profunda en sus oyentes. Por otro lado, en el mismo campo emotivo, también sabía entender el fútbol como una épica, tal vez porque por no tener la voz “adecuada” tenía que marcar más fuertemente su narración y lo hacía así. Este movimiento pendular, las emociones más cercanas y familiares, y la épica propia de una guerra hacían su narración tan peculiar y emocionante, sobre todo en los grandes partidos de nuestra selección. Y creo que esa capacidad para narrar tenía su origen en una enorme capacidad para identificarse y distanciarse alternadamente del drama que se jugaba en la cancha.

Si sumamos a esto el testimonio de sus amigos, donde resalta sobre todo la sencillez, el trabajo en equipo, estar muy cercano a a su personaje público, la amabilidad con la gente. Por todo ello tenemos a un personaje muy peculiar y entendemos mejor la reacción del hincha nacional a su fallecimiento.

Decían que era un gran pasador de pelota, normalmente eso es muestra de inteligencia y empatía. Postulamos una hipótesis sobre él: su larga trayectoria desde la infancia, llegar desde el barrio hasta la cima, lo convirtieron en una persona sensible y abierta a todas las personas. Esto no pasa siempre y más bien, esa ruta larga y desde abajo puede sentirse como una gran carga negativa; no era el caso del periodista, y probablemente eso lo ayudó.

De modo que es fácil que se note en sus escritos, una gran inteligencia, social y altamente racional y al mismo tiempo analítica. El público percibía esta sensación. Además, , le ayudaba su pinta de chancón en clase, pero buena onda, no el chancón, pata dura, sino el chico estudioso, orgullo de su barrio.

Fue el mejor; inventó una curiosa síntesis entre narrar y comentar; así como describir, analizar y emocionar. Hoy descansa en paz, dejando un legado en la narración futbolística.

Racionalidad

Cuando evocamos a Daniel Peredo, rescatamos su estilo para narrar, el cual era un tipo de síntesis que el reciente desarrollo de los medios tecnológicos pedía a gritos. Un elemento de indudable influencia para entender lo que describimos, al que habría que prestar atención, es el desarrollo de la televisión. No es solamente que gracias a ella, y sus repeticiones desde todos los ángulos, se hacía inútil la reseña detallada de las jugadas, propia de la radio, haciendo posible, por ejemplo, la aparición del estilo Pinasco de narración, [3] donde los jugadores básicamente se nombran sin agotar la descripción de las jugadas [4]; esto implicaba un tiempo que llenar con algo nuevo. Por otro lado, este medio ofrece una mirada espacial compartida por el narrador y los televidentes, y no solo la escucha secuencial de la radio. Esto tiene consecuencias casi inmediatas: el espectador se convierte en un narrador; es decir, un comentarista potencial y el comentario táctico se hace posible.

Si se acepta lo expuesto hasta aquí, podemos afirmar que ha habido una sucesión de momentos en el comentario futbolístico en nuestro medio, que puede verse claramente como un desarrollo progresivo. Este tipo de actividad ha incorporado cada vez más elementos, complejizándose, sin abandonar los logros previos, hasta llegar a un nivel de análisis que es, en el presente, el más completo imaginable de las acciones que se desarrollan dentro del campo de juego. Y esto nos indica que en el ámbito periodístico deportivo -contra la extendida idea de la crisis de la razón, presente en tantos campos-, se ha producido un claro proceso de racionalización, paralelo al de la propia actividad futbolística. ¿Puede esto tener consecuencias en otros dominios? Para empezar, algunos aficionados, allá por los años 70, recordarán que a buena parte de los jugadores de fútbol —no a todos— se les pedía un comentario del partido que acababan de jugar, podía esperarse que respondieran que «estaban muy contentos» si habían ganado; «muy tristes», si habían perdido, y en cualquier caso terminaban la entrevista con un proverbial «saludo a mi mamá». Es obvio que, frente al reto constante del micrófono, la capacidad de hacer declaraciones se ha elevado enormemente. Una tarea educativa cumplida más por los medios de comunicación que por el sistema educativo.

Pero el impacto no solo abarca a los futbolistas, sino que se deja sentir en el habla común y corriente; no hay figura de la política que no ilustre sus ideas con alguna metáfora deportiva, como también lo hace el ciudadano de a pie cuando tiene que tomar la palabra en público.

El proceso tiene consecuencias masivas: es probable que este periodismo haya producido un cambio en el lenguaje de algunos «sectores populares», ampliando su vocabulario, no solo con la jerga específicamente deportiva, sino con palabras sacadas de otros repertorios; piénsese, por ejemplo, en los antiguos comentarios nocturnos del Veco, llenos de alusiones a la literatura y al cine. Cuando un ciudadano cualquiera se pule al hablar, es difícil no recordar a los cronistas deportivos. Esto también ha influido en la extensión de la norma sintáctica limeña, que ha procesado el país contra toda retórica de resistencia cultural, facilitando la comunicación entre los participantes de nuestro territorio.

Pero el aporte más específico de este nuevo comentario es otro; hablábamos en algún momento de la estética de los redactores. Quiero proponer una última idea, que tal vez sea la más extraña del artículo. Hay una ética del juego que no consiste en no faulear al rival, porque finalmente un foul es un acontecimiento esperable en un partido, sino en jugarlo como debe ser, jugarlo bien: lo éticamente inadmisible es jugar mal o no poner ganas, no hacerlo lo mejor posible. Pero eso también es una estética, una definición de cómo es un bello juego.

Ahora bien, más allá de la estética personal del comentarista, que puede preferir al gambeteador solitario, el nivel alcanzado por el comentario futbolístico propone hoy una «estética objetiva», en la que el espectador es educado para admirar la belleza del buen funcionamiento colectivo. Esta labor no solo genera en el hincha la capacidad de juzgar y exigir mejoras en el desenvolvimiento táctico de su equipo, sino que amplía el potencial analítico del público, incluso en áreas ajenas al deporte.

Es necesario discutir las hipótesis sobre la violencia y el irracionalismo en el fútbol, que lo han marcado tanto. De modo que es muy necesario demostrar que junto a estos fenómenos encontramos otros que más bien implican procesos de racionalización en este deporte. Sobre la racionalización en el fútbol puede trabajarse por lo menos otras dos áreas, además del proceso evolutivo observable en el discurso periodístico: la existencia de un corpus legal —las 17 reglas—muy delimitado y que sin grandes modificaciones formales se orienta cada vez más al freno de la violencia dentro de la cancha. Y, por supuesto, la propia evolución táctica dentro del campo.

Esta es una tendencia relativamente nueva en el ámbito deportivo, que contradice otras muy fuertes, a valorar los aspectos irracionales vinculados a su práctica, los cuales se ven por ejemplo en la aparición de las «barras bravas», ligadas al irrenunciable componente épico que tiene esta lucha figurada. Ignoramos aún los futuros resultados de esa mixtura, pero es evidente que, aunque rara vez se note, el periodismo deportivo resulta una fuerza de cambio —-impredecible—en el horizonte de nuestro país. A no dudar, como decía el gran Pocho Rospigliosi.

Pasión y Final

Un mundial de fútbol dura 30 días y en ellos vivimos victorias y derrotas que se vuelven nuestras conforme alguna selección nos seduce con su juego; pero también grandes conmociones internas, por las que nos ponemos una nueva camiseta si nuestro equipo es eliminado. Todos llegamos a la final con un elegido, porque nadie está dispuesto a renunciar a esa gozosa tensión que solo acaba cuando uno de los dos capitanes levanta en sus manos la copa y la muestra al mundo entero. De esos 30 días siempre esperaremos la consagración de nuevos dioses, partidos como batallas, revoluciones tácticas, algunas derrotas con honor y la victoria de nuestros favoritos.

Hace 36 años que los peruanos somos simples espectadores televisivos de los mundiales y sin embargo aquí también el fútbol paraliza nuestras ciudades y genera, además, grandes procesos de identificación. Esa pasión contenida no debe extrañarnos: los peruanos desayunamos, almorzamos y dormimos con el fútbol, tal vez desde la época del mito de origen de nuestro balompié Los Olímpicos del 36, cuando la habilidad de Manguera Villanueva (Alianza Lima) y la potencia de Lolo Fernández (Universitario de Deportes) se conjugaron para darle un disgusto a Hitler y de paso inventar el fútbol peruano, al menos como leyenda.

Hay hechos que no son parte de nuestra historia personal, pero nos conmueven como si se tratara de nuestra familia. Por ejemplo, la eliminación de 1985, en el Monumental de River, a 10 minutos de la clasificación, marcó a fuego a una generación; hoy la muerte de un periodista querido por la afición nos emociona hasta las lágrimas. Muchos peruanos podemos hermanarnos en este y otros sentimientos parecidos.

Por eso, no sorprende que, entre nuestras derrotas pasadas, la nostalgia de antiguos héroes, y la esperanza de redención, muestren en los últimos meses una explosión de pasión ligada al fútbol, una enorme urgencia de decir nosotros en esta tierra melancólica. Es la forma en la que, los hombres —y crecientemente las mujeres—, nos abrazamos para vivir con fervor los mitos de nuestro tiempo.

Lima, 1 de marzo de 2018

Notas

[1] ¡Qué escándalo con esta palabra! «determinación» no equivale a «causa». Algo es determinante cuando delimita, define o incluso crea algunas de las condiciones de existencia de algún otro fenómeno; no es causa eficiente, ni condición suficiente; mucho menos una esencia o verdad.
[2] El tema de las preferencias estéticas es importante; hay una reivindicación romántica en el aprecio por el jugador que se enfrenta solo al equipo contrario, con su pura habilidad, hay una mezcla de sensibilidades (clásica y modernista) en quien admira el buen funcionamiento ofensivo y sobre todo defensivo, de un conjunto; Pero esto varía, además, según se aprecie al equipo de nuestras simpatías como más débil o más fuerte que su rival de turno. Sobre esto volvemos al final.
[3] Por Luis Ángel «Rulito» Pinasco, que fue quien lo inventó; ahora sus hijos son más conocidos.
[4] También, gracias a este desarrollo, se ha dejado de escuchar esa figura tan equivocada que se refiere al arquero de un equipo al que no atacan o con muy buena defensa como un “espectador privilegiado”; no hay peor sitio para ver el fútbol que desde el arco, al mismo nivel que los otros jugadores y sin panorama. Incluso si no se tienen las tareas del arquero. Si de verdad existe un “espectador privilegiado” es el televidente de hoy con casi una decena de cámaras para su mejor visión.

Walter Twanama Altamirano
Bachiller en Psicología por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), Maestro (grado de maestría) en Ciencias Sociales en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Es premio nacional de investigación de la Academia de Ciencias de México. Ha sido Director de Secundaria, Secretario Adjunto de Planificación Estratégica y Asesor de la Alta Dirección en el Ministerio de Educación del Perú, Jefe de Educación en USAID/Perú, Director en el país de la International Youth Foundation, Gerente de formación y capacitación en la ONPE, entre otros cargos.