Paul Barr Rosso | EDUCACCIÓN
Black Mirror es una serie futurista. Uno de sus capítulos gira alrededor de un juego donde se escoge a una persona y se postea su nombre y foto junto a la frase “Muerte a”. El objetivo con más menciones es eliminado a las 5 p.m. Se llama Odio Nacional.
Esta semana la ficción se tornó casi real y el odio fue dirigido contra la mamá de Camila, la niña de cuatro años violada y asesinada en Independencia. Mucha gente en las redes no respetó su luto ni comprendió sus circunstancias. Hicieron lo más fácil: señalar y juzgar. Esto fue exacerbado por los medios, a través de sus titulares o sus reportajes, todos dirigiendo su atención hacia la madre irresponsable y no al agresor, mantenido bajo un velo protector por ser menor de edad.
El caso es complejo y requiere de la comprensión de una serie de aspectos lamentablemente frecuentes en nuestro país. Por enumerar algunos: muchas mujeres no tienen con quien dejar a sus hijos, ya sea para divertirse, para trabajar o para estudiar. En otras palabras, muchas madres no pueden vivir o, mejor dicho, les negamos el derecho a vivir. Existen varios otros elementos sobre los cuales es importante reflexionar: el embarazo adolescente, la necesidad de educación sexual integral, la salud mental, la cultura machista en la que vivimos tanto hombres como mujeres, la importancia del movimiento feminista, las lógicas maniqueas de buenos y malos, los sesgos de confirmación, el odio en las redes y las condenas mediáticas, etc.
Vivimos en un mundo en el que la tecnología -que crece a una escala exponencial- ha alcanzado cosas que hasta hace un tiempo eran impensadas e incluso contraintuitivas (como que dejemos a un extraño entrar a nuestra casa y dormir ahí). Asimismo, es una especie de lupa a nuestra esencia. Es importante preguntarnos quiénes somos los peruanos, cómo nos relacionamos, qué valores compartimos. Nuestra economía ha crecido y la tecnología está a disposición de cada vez más personas. Sin embargo ¿sabemos utilizarla?
Thomas Friedman, escritor estadounidense y columnista de New York Times, resalta algunos aspectos que son ineludibles. En todo el mundo la velocidad de los procesadores se incrementa de manera constante y, junto con ella, la velocidad de las conexiones, la capacidad de almacenar información y de interpretar los datos acumulados, etc. Todo esto es una muestra de la gran creatividad y potencial humano. Sin embargo, hay un par de aspectos que están aletargados. El primero es nuestra capacidad de colaboración, el segundo es nuestra reflexión ética respecto a los usos que les damos a las innovaciones.
Hoy las redes sociales, por recurrir al ejemplo con el que inicié este artículo, pueden servir para generar una respuesta solidaria ante una emergencia, como la deflagración en Villa el Salvador, o para recurrir al linchamiento digital -que fácilmente puede trasladarse al mundo real- de una persona que está pasando por una etapa muy difícil y cuyas circunstancias en realidad no conocemos. El uso que le demos a Twitter o Facebook, y a la tecnología en general, depende de nuestra capacidad de colaborar de manera innovadora. No podemos seguir pensando en respuestas individuales (porque sería perder nuestro potencial como grupo) ni en las mismas propuestas de siempre.
Esto nos conecta también con la ética. Más allá de las religiones y sus dogmas, es importante tener una base común que nos permita incluir a todos/as, independientemente de sus creencias, rasgos u orientaciones personales. Solo podemos actuar como grupo si creemos en el valor de cada uno de sus miembros, así como del bienestar colectivo.
No me gusta hacer un diagnóstico sin aportar algo que sirva para empezar el proceso de mejora. Es muy importante que le prestemos atención al cultivo de las artes y las humanidades. Muchas veces mantenidas como elementos accesorios en la formación o relegadas al espacio de las vacaciones útiles, en realidad son esenciales en el desarrollo de las personas de cualquier edad. Nos ayudan a la construcción de nuestra identidad, a superar incluso las circunstancias personales más complejas y a desarrollar tanto la empatía como la capacidad de reflexión crítica sobre la sociedad y la época en la que vivimos.
Si bien las competencias en matemáticas, ciencias o programación son relevantes, no podemos soslayar la enorme necesidad de comprender el impacto de los adelantos tecnológicos y atribuirles un sentido más humano. Friedman menciona la importancia de conjugar las ciencias, las humanidades y las habilidades socioemocionales. Scott Hartley, especialista en innovación y emprendimiento, va un paso más allá: propone que las humanidades gobernarán el mundo digital y menciona varios ejemplos en los cuales personas con formación en humanidades o artes han creado emprendimientos exitosos, porque comprenden la realidad, las necesidades y los sentidos que necesitan crear las personas.
En suma, ahora que empiezan las clases, tanto las escolares como las de las universidades o institutos, no perdamos de vista a las artes y a las humanidades. Es imprescindible cultivarlas tanto en las instituciones educativas, como en los espacios públicos y en el hogar. Las necesitamos para ser una mejor sociedad.
Lima, 9 de marzo de 2020