EDITORIAL
Hay películas que reflejan de manera cruda los dilemas que vivimos en la educación del país. Algunos recordarán, por ejemplo, “La decisión de Sophie”, una novela de William Styron, que fue llevada al cine en 1982 dirigida por Alan Pakula. Sophie, una mujer judía de nacionalidad polaca, presa en el campo de concentración de Auschwitz, es obligada por los nazis a elegir cuál de sus dos hijos morirá en la cámara de gas y cuál vivirá para hacer trabajos forzados.
Un dilema, según su etimología, es un argumento formado por dos proposiciones contrarias y disyuntivas. En simple, en la vida cotidiana un dilema se entiende como un problema que tiene dos soluciones posibles sin que ninguna nos parezca completamente aceptable o, más bien, en la que ambas nos parezcan igualmemte aceptables. Pareciera que en estos casos, cualquier decisión que adoptemos no nos dejaría plenamente satisfechos. La duda nos hace prisioneros, peor aún cuando el dilema adquiere un carácter moral que atormenta nuestra consciencia.
Uno de los males que nos vino con la pandemia el 2020 fue un desenlace de la crisis política que arrastrábamos desde el 2016 que, entre otras cosas, puso a la educación pública en caída libre. La onda regresiva no cesa hasta hoy, lo que ha reforzado en los maestros los dilemas en los que ya se venían debatiendo desde las reformas curriculares de fines del siglo XX: nos aferramos a un modelo de educación que se naturalizó en el sentido común de la sociedad en los últimos 300 años y que hoy es absolutamente inútil para lograr los aprendizajes que necesitan las generaciones actuales; o aceptamos la necesidad de una ruptura para dar pasos firmes a un modelo distinto, donde los roles de docentes y alumnos se reconfiguran por completo, transitando a un nivel más alto.
Queda claro que los dilemas, cuando son genuinos, no se resuelven haciendo ambas cosas. Un dilema es una disyuntiva entre dos opciones opuestas, no caben mezcolanzas. Sophie no puede salvar a sus dos hijos, tiene que elegir. En la película “Una proposición indecente”, el personaje protagonizado por Robert Redford propone a David Murphy darle un millón de dólares a cambio de pasar una noche con su esposa. Si acepta, podrían pagar las enormes deudas que arrastran, pero podría arruinar su matrimonio. Si se niega, salva su relación de pareja, pero pueden hundirse en la miseria. No hay término medio posible.
Examinemos los nuestros. De un lado, mantener viejos hábitos en la enseñanza, en la gestión y en la supervisión resulta cómodo, porque es más sencillo, permite hacer las cosas más rápido y en simultáneo, además, no genera conflictos con nadie porque es lo que siempre se ha hecho, pero no hace viables los aprendizajes que las generaciones más jovenes necesitan para afrontar los retos de este siglo.
Por el contrario, abandonarlos supone asumir roles y tareas más exigentes, para las que no nos sentimos plenamente preparados, que demandan más tiempo y paciencia, y que nos ponen en entredicho con la cultura institucional del sistema y hasta con la autoridad, pero que son condición necesaria para que las generaciones actuales aprendan a situarse en el mundo usando su propia cabeza y, como decía Freire, con las capacidades necesarias para cambiar el mundo.
Que el 2024 nos traiga la inspiración y la fuerza necesaria para decidir en favor nuestras niñas, niños y jóvenes, que son los que están siempre en el medio de nuestras disyuntivas.
Lima, diciembre de 2023
Comité Editorial