Elohim Monard
Hace unos días culminó el CADE por la Educación 2015. Por su naturaleza, este evento pone a la educación en la agenda de las empresas, pero también a las empresas en la agenda de la educación. Eso lo hace importante, ya que para mover la educación hacia adelante se necesitan propulsores poderosos, como los del sector empresarial. Además, una de sus mayores virtudes es mostrar ciertos consensos y compromisos comunes, algo difícil en el Perú. Pero su naturaleza es, también, su mayor limitación, porque cae fácilmente en el aplauso a lugares comunes que, más que evidencia educativa, reflejan expectativas, intereses o, incluso, ideología. En este sentido, el CADE por la Educación es también político: da cuenta de la narrativa sobre la educación que prima hoy en el país, una visión empresarial que aspira, esencialmente, a la productividad, el crecimiento y la prosperidad (económica). Además, aunque a muchos empresarios sí les interesa que la educación del país mejore, esta narrativa es funcional también para quienes la educación es solamente un negocio. Sucede así, hay que decirlo, porque otras narrativas no terminan de definirse y/o han sido poco efectivas, técnica y políticamente, cuando tuvieron la oportunidad. Los candidatos a la presidencia que fueron invitados a este evento, no sin polémica, son parte del mismo mainstream.
En este artículo voy a discutir uno de esos lugares comunes, que parte de dos premisas: 1) Con información sobre carreras e instituciones educativas (universidades o institutos), los jóvenes decidirán mejor qué estudiar y en dónde. 2) Entonces, las instituciones educativas se verán obligadas a mejorar, para atraer más jóvenes, o saldrán del mercado. Desde mi punto de vista, es importante que haya información disponible y, es cierto, facilitará la toma de algunas decisiones. Pero creer, en primer lugar, que gracias a ella todos los jóvenes podrán decidir mejor, muestra poco conocimiento sobre los jóvenes y su contexto. En segundo lugar, creer que la mano invisible hará el resto demuestra un sobredimensionamiento, ya recurrente, de la capacidad del mercado en materia de educación. Asumir que todas las decisiones se toman gracias a información relevante, es una premisa que la psicología y la economía del comportamiento vienen desmintiendo cada vez más. La realidad socioeconómica del país es también más compleja que esas dos premisas. Compartiré aquí solo algunos ejemplos.
Una primera limitación viene de creer que los jóvenes de entre 15 y 19 años tienen mucha claridad sobre sus objetivos profesionales. Muchos de ellos no saben lo que quieren, porque de eso se trata ser joven también. Por otro lado, algunos optan por universidades o institutos de poca calidad porque es más fácil ingresar, tal vez porque el colegio no les dio las herramientas suficientes. Mi impresión es que este factor, el fácil ingreso, es decisivo, y explicaría el éxito de muchas universidades e institutos “de medio pelo” (Humala dixit). Otros factores externos como los padres y, especialmente, los amigos, influyen en esa decisión. Por ejemplo, muchas instituciones educativas no brindan calidad, pero sí estatus y relaciones que los jóvenes valoran. Para las políticas públicas en Perú (como los observatorios que IPAE y el SINEACE están elaborando), haría falta un estudio más profundo sobre las motivaciones de los jóvenes al elegir una carrera e institución educativa. A propósito: una encuesta, en este caso, no describiría necesariamente las razones por las que toman su decisión, sino aquellas por las que creen que la toman.
Una segunda limitación es de acceso. No se necesita un ranking para saber que la mayoría de universidades e institutos de calidad están en Lima o en algunas pocas capitales de departamento. Además, muchas carreras no existen en provincias. Por ejemplo, un joven de Pucallpa, que quiere ir a la universidad, tiene dos opciones públicas (UNU y UNIA) y algunas privadas (UPP, UAP, ULADECH y TELESUP). Seguramente, el ranking también será local, así que los jóvenes verán las mejores entre estas. Pero si se quiere más calidad (o verdadera calidad), además de estudiar, por ejemplo, antropología, simplemente no hay oferta local. Así, solo algunos privilegiados y becados podrán moverse a Lima u otra ciudad. En términos generales, la información decantará unas pocas universidades caras y otras públicas con capacidad limitada. El ranking podría encarecer las mejores universidades, pero el bolsillo de la gente será el mismo. Por más información que haya, son otras medidas las que harían que la calidad deje de ser un privilegio de unos pocos. Es más, si las universidades locales quisieran mejorar, hay impedimentos superiores, como la disponibilidad de profesores universitarios de calidad en algunas zonas.
Finalmente, la relación de los jóvenes con su educación superior tiene más complejidades. Por ejemplo, muchos trabajan mientras estudian, por tanto buscan flexibilidad, no calidad, y, otros, con todo derecho, se cambian de carrera al poco tiempo de haber ingresado. Por otro lado, saber cuántos jóvenes trabajan en lo que estudian no es un único indicador de éxito, como lo podría ser también cuántos disfrutan su trabajo, aunque sea una disciplina distinta o, incluso, ganen menos que el promedio.
En resumen, cualquier esfuerzo para proveer información sobre carreras e instituciones educativas puede facilitar la competencia entre estas, pero tiene que reconocerse sus limitaciones en materia de calidad. El mercado de muchas instituciones educativas no busca calidad, porque su público son jóvenes que no tienen la preparación suficiente, no tienen claridad sobre su futuro, o simplemente quieren el cartón, entre otros motivos. Si esto es así, no será la demanda la que mejore la calidad de la oferta, sino las reglas de juego (llámese instituciones, con sus respectivas regulaciones) las que elevarán la valla de la educación superior en el Perú.
FUENTE: LAMULA.PE / 2015/06/24