Redacción Vivir / El Espectador
“Cuatro universidades colombianas entre las mejores del mundo”. “Las diez universidades colombianas con más grupos de investigación”. “Universidad colombiana, entre las mejores de América Latina”. “Las diez universidades de las que más se quejan los colombianos”. Todos los anteriores son títulos que corresponden a artículos publicados en la página web de este diario durante los últimos cuatro meses y tienen dos cosas en común: la primera es que, como lo sugieren sus nombres, hacen referencia a escalafones de instituciones de educación superior. La segunda es que los cinco están ubicados entre las quince notas de educación más leídas en los últimos cuatro meses.
Que los escalafones sea de las informaciones más consumidas por quienes se acercan a los temas educativos, no le extraña al exrector de la Universidad Nacional Moisés Wasserman. Para él, esos registros son un claro indicio de que una parte de los lectores tiene una especie fascinación por las listas universitarios. Y le incomoda que sea así, porque cree que cada ranquin hay que mirarlo con pinzas. Con mucho más cuidado y mucho más detenimiento.
Desde que en el 2003 aparecieron los primeros escalafones que clasificaban a las principales universidades en el mundo, la popularidad de esos mecanismos de medición se disparó. Y poco a poco los países empezaron a adaptarlos como una necesidad dentro de sus políticas educativas. En el caso de Colombia, con cada vez más frecuencia empezaron a aparecer de todo tipo, como el Modelo de Indicadores del Desempeño de la Educación (MIDE), en 2015, o el Índice de Valor Agregado (IVA), a principios de 2016. También aparecieron listas como la de las universidades con más quejas de los estudiantes o la de las mejores facultades del país. Los primeros, hechos por el Ministerio de Educación. El último, realizado por la empresa Sapiens Research.
Para Mónica Salazar, especialista líder de la división de Competitividad e Innovación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el primer error que ha cometido Colombia y quienes hacen esos escalafones, es ponerle el rótulo de “ranquin” a cualquier comparación. En sus palabras, eso ha conducido a pensar que todos sirven para lo mismo y en muchas ocasiones para lo que no son útiles es justamente para medir la educación y el desempeño de las universidades. ¿Por qué? Porque en sentido estricto lo ideal es que un ranquin mida “la docencia, la investigación, la extensión y el servicio a la comunidad de una universidad”.
“Sirve para hacer un monitoreo de la evaluación de una universidad en comparación con otras a nivel internacional. Evaluar cómo van cambiando a través de los años es útil”, explica Salazar. “Pero es grave cuando se convierte en un fin a perseguir, en una meta de política. Es un completo error. Y es muy común, no solo en Colombia, ver que asesores de educación y políticos adopten un escalafón como un objetivo”.
Salazar lo resume de una manera más simple: “Por definición, un ranquin mide varios aspectos, varias variables, las pondera, las suma y saca un dato. Es multidimensional. No mide, como el de las universidades con más quejas, una sola dimensión”.
En parte por eso es que el profesor Wasserman insiste en que hay que tener cuidado a la hora de leer artículos sobre escalafones que muestran qué tan bien o mal están las universidades. Aunque cree que son importantes para corregir algunos aspectos de las instituciones, es categórico al decir que la gran equivocación es trabajar para los escalafones. “Es decir: no hay que desconocerlos, pero escalar en ellos no puede convertirse en el propósito de una universidad ni de una política educativa. La instituciones deben tener un programa propio. Es el fundamento de la autonomía universitaria”, dice.
Y para evitar que eso suceda es clave, cuenta Wasserman, que los medios de comunicación asuman con más seriedad las publicaciones sobre escalafones de calidad universitaria. Deben, reitera, entender qué significan, porque “el afán de la noticia está disminuyendo la profundidad del análisis”. “Es un llamado –complementa Salazar– para que no se dejen llevar por el encanto del número, del simple indicador”.
Fuente: El Espectador / Bogotá, 29 de agosto de 2016