Una exigencia, necesidad y clamor de muchos es que los niños comprendan los textos que leen. Para esto, lo que se suele hacer, en la escuela y en la casa, es formular una gran variedad de preguntas una vez finalizada la lectura. Y no está mal, pero ¿es la única forma de desarrollar esta habilidad tan importante?
Hace algún tiempo, a partir del trabajo de campo y de un diplomado sobre lectura y escritura que desarrollábamos para docentes de primaria en Pisco, cada vez que visitaba a las escuelas para el acompañamiento pedagógico respectivo, llevaba algunos libros dentro de la mochila. Mi intención era compartirlos con los docentes y los estudiantes. Un libro era de Alonso Cueto, escritor peruano que ha escrito diversas novelas, entre ellas una que me gustó mucho, “Grandes miradas”. También llevaba su estreno de cuento para niños, “El árbol del tesoro”.
Compré ese libro, en primer lugar, porque la novela que le leí me gustó mucho y descubrí a Alonso como un buen escritor; en segundo lugar, porque cuando vi la tapa del libro, las imágenes me parecieron muy tiernas; finalmente, lo compré también porque lo descrito en la sumilla me pareció muy interesante. Tres buenas razones que me invitaron a comprarlo, leerlo y a querer leérselo a los niños en algún momento.
Sabía que ese día llegaría. Había leído el cuento varias veces, en silencio y en voz alta, dando una voz particular a cada personaje, así como al narrador, algo muy importante para captar la atención. Además, leí algo del autor para compartir y darles a conocer quién era Alonso Cueto. Finalmente, preparé un discurso para presentar el cuento. El día llegó cuando coordiné con una profesora la ocasión de leérselo a sus estudiantes de tercer grado de primaria. Eso me permitiría reconocer todo lo que implica leerles a los niños.
Recuerdo con claridad que, al terminar de leer la última frase, cerré el libro y me quedé en silencio. Los niños se quedaron con los ojos muy abiertos, esperando algo más… y después de unos segundos, uno de ellos dijo con una gran sonrisa: “El árbol es su papá”. Yo seguía en silencio. Ellos empezaron a conversar y discutir sobre lo que escucharon. Veía muchos aciertos en sus comentarios. De vez en cuando, volvía a leer la parte en la que había discusión, para que siguieran discutiendo.
Para finalizar, les hice tres preguntas: ¿les gustó?, ¿qué parte les gustó más?, ¿por qué?
Si bien estas preguntas suelen ser “básicas”, los ayudaron a centrarse en ciertas partes del texto, en las ideas que verdaderamente los cautivaron. Se volvió a leer algunos pasajes para confirmar o no sus comentarios y así, entre todos, se fue construyendo una idea global del cuento.
Realizar preguntas, definitivamente, ayuda a desarrollar la comprensión en los estudiantes. Pero recordemos que existen algunas tareas que debemos realizar previamente, como ensayar la lectura en voz alta, informarse acerca del autor, ensayar una presentación del libro, entre otras. Todo esto ayudará también a generar el placer de leer.
Lima, 18 de julio de 2022