¿Cómo educar en un mundo frenético e hiperexigente?

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Luciana Vázquez / La Nación

Catherine L’ Ecuyer, especialista en primera infancia y aprendizajes nacida en Canadá, pero instaladísima en Barcelona desde hace años, nos da respuestas profundas y precisas sobre esta difícil tarea.

“El mejor juguete para un niño son sus padres”, afirma. “La educación no es tecnológica sino humana”, sostiene. “Los niños necesitan pocas cosas”, desafía. “Estamos muy preocupados porque los niños no nos escuchan pero lo que realmente impacta en la infancia es la mirada del principal cuidador”, analiza.

Las definiciones brotan, claras y renovadas, en el diálogo con Catherine L’Ecuyer quien vino a Buenos Aires para presentar su nuevo libro, Educar en la realidad .

-¿Qué es “educar en el asombro”?

-El asombro puede definirse como el deseo por conocer. Es una definición de Tomás de Aquino. El deseo de conocer es algo muy relevante porque tiene que ver con dos temas que nos preocupan mucho en el momento educativo actual. Primero, la motivación: los alumnos están desmotivados. Y segundo, los problemas de aprendizaje.

-Es decir que su tesis es que la falta de motivación está ligada con la pérdida del asombro.

-Esa es la hipótesis. El asombro no es algo que se inculca. Nacemos con el asombro, por eso es algo que se respeta. Así como no tiramos de una flor hacia arriba con la mano para que crezca, porque puede cortarse, de la misma manera no inculcamos el asombro a los alumnos. Los respetamos. ¿Cómo? Pues cuidando el entorno.

-Para usted, “inculcar” es un término negativo.

-Sí. Es meter adentro por la fuerza. Y en el sistema educativo, eso es el enfoque mecanicista que trata al niño como un recipiente vacío que no tiene interés natural por aprender y al que le echamos conocimientos, que espera pasivamente. Pero la naturaleza del niño no es ésa: el deseo de conocer es algo que nace desde adentro y a partir de esta concepción, se genera un planteamiento muy distinto. No quiere decir que no se requiere la intervención del maestro pero su función es otra: actúa como un facilitador, como un intermediario entre el niño y la realidad. En la etapa infantil, esa intervención es más bien discreta porque lo más importante es el juego.

-Esa intervención, ¿consiste más en dejar al chico hacer antes que hacerle hacer?

-La teoría del apego dice que el principal cuidador, el que atiende a las necesidades del niño y con quien desarrolla ese vínculo de apego, que es un vínculo de confianza, se convierte en una base de exploración. Por eso el niño que va al parque y encuentra un caracol dice: “Mira mamá”. El niño triangula entre la realidad que descubre y el principal cuidador. Los niños no se asombran solos sino que se asombran en compañía de una persona que se asombra con ellos. Y además, el principal cuidador calibra la realidad para el niño.

-¿Qué quiere decir “calibrar la realidad” en este caso?

-El niño está expectante de la mirada de la madre o de la maestra. Si le dicen “qué sucio, tira esto al suelo”, el niño tendrá una actitud de miedo o rechazo hacia el caracol. Esa mirada, que es importantísima en educación, es algo que tenemos que redescubrir. A veces estamos muy preocupados porque los niños no nos escuchan pero lo que realmente impacta al niño en la infancia es la mirada del cuidador.

-La falta de motivación es un tema instalado en relación a los adolescentes. ¿Afecta también a la primera infancia?

-Sí pero de una forma distinta. El niño de 18 meses que no va hacia el enchufe, tiene un problema serio porque lo natural es su asombro. Pero es cierto que hay muchos niños aburridos y embotados. Esto se debe a la sobre estimulación que sufren a raíz de la sobreexposición a las pantallas y a la vida ajetreada que conllevan sus agendas de pequeños ejecutivos estresados.

-Agendas sobrecargadas y expectativas de que sean buenos en todo.

-Exacto. La idea de cuanto más y antes mejor, es falsa. Los niños necesitan una cantidad mínima de estímulos en un entorno normal. Si no, se produce el efecto contrario: se dificulta el aprendizaje porque en el momento en que lo bombardeamos con estímulos, el niño deja de salir hacia la realidad para redescubrirla y se queda pasivo esperando por los estímulos externos.

-Usted plantea otro concepto, “educar para la realidad”, precisamente en ese entorno sobresaturado de estímulos tecnológicos. ¿Educar para la realidad es lo opuesto de educar para el asombro?

-No, están muy relacionados. El asombro es el deseo de conocer desde dentro hacia fuera porque lo que asombra es la realidad. Si no hay realidad, no hay asombro. Es lo que está alrededor del niño. El desafío hoy es el entorno en que se encuentran, lo que les exigimos, la sobre estimulación. Los niños necesitan pocas cosas. Pensamos que hay que poner un DVD para que aprendan idiomas porque si no, no serán competitivos y no van a tener éxito profesional pero no es así. Hay que recuperar la austeridad. Tenemos que podar nuestras vida de todas las cosas que hemos puesto pensando que eran necesarias.

-¿Cómo poner en práctica esa austeridad en un mundo frenético, tal como usted lo define, que satura la realidad con objetos tecnológicos tentadores?

-Lo primero es tomar conciencia de que más y antes no es mejor y de que todos los dispositivos tecnológicos en la infancia no añaden sino restan. La segunda cuestión es que los padres tienen que retomar ese espacio que han cedido. El entorno lo ponemos nosotros. Muchas veces tiran la toalla pensando que es una batalla perdida pero es peor tener muchas de esas cosas porque nos convertimos en “prohibidores” al ponerle todo tiempo límites para su uso. Es mucho mejor enfocar la educación como el proceso de dar alternativas a esos objetos. ¿Qué quiere un niño pequeño? ¿Estar dos horas frente a la consola o ir a buscar caracoles con su padre después de un día de lluvia?

-Pero los adultos vivimos en un mundo que deja poco espacio para esos momentos y las pantallas a veces son aliados que ayudan a calmar el llanto de un niño pequeño.

-Esa situación es el punto de llegada de todo un estilo de vida. La frustración surge porque al niño se le ha dado siempre todo lo que ha pedido. Es muy importante que ayudemos a los chicos a desarrollar un fuerte locus de control interno, esos lugares desde el cual se controla la vida de uno. En las personas que están sobreestimuladas de afuera hacia adentro, el locus de control (o lugar de control) es externo. Tenemos que ayudar a que los niños no dependan siempre de nosotros para su autorregulación. Hay que salir del modelo de premios y castigos porque en ese modelo, el castigo es un locus de control externo. Hay que ayudar al niño a entender las consecuencias de sus actos en el día a día.

-¿Un entorno que atenta contra el asombro es sólo el que está saturado de pantallas o también aquel que está lleno de juguetes aunque sean educativos?

-Es lo mismo: es el mito de cuanto más y antes, mejor. Un niño no necesita la educación digital. La educación es humana, no es tecnológica. Está bien que los niños tengan juguetes pero el mejor juguete para un niño son sus padres. Y el mejor juego en la infancia es el juego desestructurado, que puede darse con juguetes pero también dejando a un niño en un bosque.

-O dejar un niño en una sala vacía a ver qué hace.

-Seguramente hará lo que hacían los niños que estaban con la doctora María Montessori, que es empezar a jugar con el polvo del suelo.

-¿Cómo educar en el asombro a niños que van a entrar a un mercado de trabajo que muchas veces les exigirá ir en contra de sus motivaciones más personales?

-El modelo de la educación en el asombro respeta al pequeño emprendedor que hay en cada niño, por eso, esos alumnos cuando lleguen al mundo laboral empezarán ellos un negocio y una empresa con un paradigma distinto.

¿Cómo decidió alejarse del mundo corporativo y volcarse a la investigación sobre educación?

-Cuando mis hijos tenían 18 meses, iban al enchufe gateando, corriendo, y había que estar detrás para impedírselo. A la vez, en la carrera de negocios, en la universidad, tenía alumnos de 18 años que eran todo lo contrario, había que empujarlos hacia las cosas. Estaban desmotivados. Empecé a preguntarme qué ocurre entre los 18 meses y los 18 años. ¿Qué hace que perdamos esa motivación interna, ese deseo por conocer y hacer las cosas? Ahí fue que me decidí a investigar.

FUENTE: LA NACION / 21 SEPT 2015