Ricardo Hinojosa Lizárraga | El Comercio
Un hombre cualquiera se despierta una mañana y camina por los patios de una imponente ciudadela. Respira, piensa, trabaja, conversa con otros, tiene un día completamente normal. Unos días después, empieza a mostrar los graves síntomas de una enfermedad desconocida: fiebre alta, malestar general, dolor de cabeza, vómitos y erupciones que empiezan a aparecer en su lengua, rostro y cuerpo. En sus ojos empieza a notarse la angustia de quien sabe que enfrenta un mal sin posibilidad de cura. Ningún brebaje o planta ancestral ha funcionado.
El pánico empieza a apoderarse de hatun runas, yanaconas, piñas, nobles y sacerdotes por igual. Salen los chasquis a difundir la noticia por los más distantes rincones del imperio, sin saber que los cálidos vientos del norte propagan ya en ellos y otros pueblos la misma enfermedad que los matará en pocos días.
Pronto, este destino es alcanzado por el mismísimo inca y su príncipe heredero: Huayna Cápac y Ninan Cuyuchi fallecieron sin llegar a verle el rostro a ningún español, a pesar de que sucumbieran por una enfermedad traída desde Europa por ellos y que, sin imaginarlo, sería decisiva en la conquista del Perú: la viruela… Leer más