Carol Vega Tupia | EDUCACCIÓN
Las personas deben desempeñar cargos públicos y luego volver a sus negocios y vivir bajo las leyes que aprobaron
Mike Curb
Este año que nos deja hemos sido testigos históricos de como el rating del canal del Estado subió como la espuma debido a la transmisión en vivo del juicio de la década o quizás del bicentenario. Hemos llegado incluso a aprender e incorporar ciertos términos legales en nuestras conversaciones coloquiales.
El país entero pasará unas fiestas de fin de año algo distintas, con una neblina de esperanza y dubitación respecto del destino de los temas que aún nos mantienen atentos al ojo de la tormenta. Y es que la situación política ha logrado ingresar en el inconsciente colectivo, algo que parecía imposible dada las circunstancias de nuestra sociedad. Pero ocurrió y ha sido una grata sorpresa. Frases como “el debido proceso”, “no pues, hermanito”, “estoy chihuán”, “demuéstralo pues, imbécil”, entre otras, han calado en la población y no son más que la ruta de escape que ha encontrado el colectivo para desahogar su descontento.
A quien no le ha pasado que en las conversaciones, a la hora de almuerzo o al finalizar el día, los temas han ido más allá de lo risible, generándose debates. Esto es una grandiosa ventana de oportunidad para tratar temas de gran relevancia política y social. Es el momento de aprovechar el éxtasis justiciero que ha provocado la gran erosión de corrupción y hartazgo de comportamientos delincuenciales tan naturalizados.
A raíz de los distintos casos que hemos observado y que han sido tema de conversación hemos llegado al punto en que nos hemos convertido en cuasi analistas del comportamiento humano, tratando de entender el porqué del actuar del otro. Incluso he sido testigo de cómo la conducta de nuestros padres de la patria destapa hechos nunca contados. Por ejemplo, escuchaba una conversación a raíz del caso del tocamiento de un congresista a una aeromoza, que en un centro laboral había ocurrido algo similar, pero que debido a las cámaras de vigilancia lograron comprobarlo y echar al sujeto de la empresa. A partir de esta anécdota, otros empezaron a dar ejemplos de lo que observan cotidianamente en sus propios espacios laborales, conductas hostiles o abusivas que los llevaba reflexionar sobre cómo sus jefes, compañeros de trabajo, sus propias amistades y hasta ellos mismos, podrían caer en esta vorágine de corrupción, intolerancia, incapacidad de empatía, de la criollada, de la perdida de respeto o la insensibilidad ante la situación del otro.
Vivir en un estado de corrupción con situaciones normalizadas, no cuestionadas, que han logrado instalarse en el inconsciente colectivo y que nos cuesta ver, pero que son necesarias de afrontar, trabajar y superar, nos arrastra a todos, nos reta a nivel personal, nos lleva a un nivel de conciencia mucho más riguroso.
Reitero entonces la importancia de esta dinámica de debate, análisis y reflexión que, en el mejor de los casos, ha generado la actual situación de nuestro país. Es una oportunidad que deberíamos aprovechar en los diferentes espacios sociales que compartimos, pues al escuchar varias voces logramos hacer salir la voz que tenemos oculta.
Este tipo de ejercicio es necesario, y cobra mucho más valor aún en este momento, porque está resultando ser un aprendizaje significativo para toda una colectividad. Ya vimos cuántos jóvenes se han animado a seguir la carrera de abogacía con tan solo ver lo que ha provocado en la población el ver a un fiscal hacer su trabajo de forma correcta, buscando justicia. Imaginemos cuántos jóvenes más de diferentes carreras trabajarían en favor del país si logramos sembrar en ellos el compromiso con la justicia, si logramos tener clara otra visión de país.
¿Cuántos futuros servidores públicos, que merezcan llamarse así, veremos en esta generación que ha sido testigo de la fase inicial del desbarajuste de la corrupción? El Estado necesita ciudadanos comprometidos que hayan aprendido del rechazo a los malos ejemplos que hemos tenido por décadas y, a la vez, que reconozcan como un error dar por sentada la rectitud de un líder o alto funcionario sin comprobar la transparencia de sus actos.
Nuestros futuros ciudadanos necesitan saber construir un país que les permita mirar a su alrededor sin toparse con congresistas o funcionarios sin capacidad para ocupar el cargo que les ha sido confiado, que acosan a sus colaboradores o compañeros de trabajo, que no se preocupan por la institución y solo ven sus intereses personales, que heredan cargos para cubrir un mal proceder, que siembran topos, arman redes y se aseguran el puesto. Sin expresidentes que se fugan sin honor, sin vergüenza, sin dolor por haber desangrado a su patria, dejándola a merced del mejor postor.
A pesar de todo, hay buenas señales y quiero creer que estamos a tiempo. Y tú, ¿te animas a ser parte del cambio?
Lima, 17 de diciembre de 2018