Roberto Barrientos | EDUCACCIÓN
Una tarde de verano Juan, se encuentra con un atasco en la avenida Amazonas. Avanza un poco hasta llegar a la intersección donde hay dos autos esperando para pasar. En ese momento Juan tiene que tomar una decisión. Dejar pasar esos dos autos que esperan hace rato, igual que él, o pasar el primero. El primer impulso es pasar el mismo porque “tiene derecho” a pasar y está apurado. Reflexiona un momento y decide ser solidario y dejar pasar a esos dos carros, pensando que un minuto de su tiempo no va a cambiar mucho su día.
La escena que acabo de describir, lamentablemente, no es el común denominador de los encuentros que ocurren día a día entre los cientos de miles de autos que pululan la ciudad. Lo que generalmente ocurre es que prima el egoísmo antes que la solidaridad, en una suerte de derecho adquirido. La consigna del “primero yo” está inserta en la cultura y no respeta clases sociales, zonas geográficas y rangos etarios. Esta consigna tácita refleja, a mi parecer, un problema más profundo: el egoísmo como norma de vida, en un país que siempre fue comunitario y solidario desde sus raíces. A mi parecer, una manera de desarrollar el egoísmo es la despersonalización en las relaciones humanas.
Los problemas de corrupción por los que atraviesa nuestro país es, en mi opinión, uno de los frutos de la cultura egoísta y despersonalizada instaurada en las prácticas cotidianas del sistema educativo. Las practicas despersonalizadas se encuentran diseminadas a lo largo y ancho de las instituciones del sistema educativo.
Cuando alguien se siente bien tratado, apreciado y respetado, actúa en consecuencia con las responsabilidades a su cargo, dando lo mejor de sí frente a la confianza otorgada. La despersonalización es un tipo de maltrato. Despersonalizar es no reconocer a alguien como persona. A continuación, se muestran prácticas de despersonalización en cuatro niveles del sistema.
En primer lugar, se encuentra el Ministerio de Educación. Una práctica de poco respeto por la persona que se encuentra instaurada es el tipo de contrato de la mayor parte de sus trabajadores. La mayoría tiene Contratos Administrativos de Servicios (CAS), un contrato que desconoce muchos derechos laborales. Si bien cada uno de los más de 2000 trabajadores en la Sede Central se esfuerza por dar lo mejor de sí ¿qué nivel de respeto de parte del Estado puede sentir una persona que tiene un contrato que se renuevan cada tres meses? ¿qué tipo de respeto puede sentir trabajadores que son despedidos faltando 3 días para la renovación del contrato sin previo aviso? Esta es una de muchas prácticas de despersonalización en el sistema.
El segundo nivel de maltrato viene del Ministerio hacia sus unidades descentralizadas, las Unidades de Gestión Educativa Local (UGEL). En muchos casos no se respeta su autonomía y se actúa con desconfianza frente a ellas ¿Cómo se puede sentir el equipo de una Unidad de Gestión Educativa Local si tiene indicaciones prescritas de parte del Ministerio de Educación con muy poco margen de acción? En un sentido es comprensible la premura de los equipos del Ministro, quien es designado por un presidente de la República que tiene los meses contados, los tiempos políticos son tiempos cortos. Sin embargo, esto no debería llevar a la falta de respeto por la institucionalidad de cada UGEL y de cada director de gestión pedagógica y especialista, que también quieren dar lo mejor sí para cambiar el Perú. Es una energía y creatividad inmensa que se desperdicia.
El tercer nivel de despersonalización viene de la UGEL hacia las escuelas. Es tal la cantidad de requerimientos que tiene desde arriba que su trabajo, en vez de apoyar, es importunar a las escuelas día a día con pedidos fragmentados y sin coherencia. Es común escuchar de parte de los directores de escuela que la UGEL los cita a reuniones “urgentes” con un día u horas de antelación, con la amenaza tácita de la frase al final de los oficios “bajo responsabilidad administrativa”. Los directores acaban confundidos, agotados frente a la gran cantidad de pedidos todos ellos fragmentados, de parte de sus superiores. En estos pedidos no se atisba muchas veces la conexión con el fin último que es el aprendizaje de los estudiantes.
El último nivel de maltrato se realiza en el aula y es de dos tipos: hacia el docente y hacia el estudiante. Cuando el docente recibe un currículo y sesiones de aprendizaje impuestas que no respetan su profesionalismo, porque parten de un prejuicio: “los docentes tienen mala formación, por eso hay que darles todo prescrito”. Cuando la salida no es hacer herramientas “a prueba de profesores” sino apostar por el desarrollo de capacidades. Todos pueden aprender, algunos más rápido o más lento, pero todos pueden. Hasta el docente más sencillo y con más limitaciones puede aprender y desarrollar su juicio profesional y habilidades pedagógicas si se le respeta y se le ofrece espacios de interacción con otros colegas para mejorar sus prácticas. Se ha subestimado el poder de las interacciones profesionales para la transformación de la educación, lo que se llama capital social.
Todos los maltratos mencionados se van sumando hasta llegar al segundo tipo de maltrato en el aula, hacia los estudiantes. En muchos casos, se llama a los estudiantes por el número o el apellido, cuando el nombre es lo que lo distingue como persona, lo que le otorga identidad. El grito en el aula como medida para garantizar el orden y disciplina es otro maltrato generalizado. No existen excusas para gritar de manera cotidiana a las personas. En mi opinión, si gritas no respetas. El grito es una práctica institucionalizada desde la educación inicial. Las escuelas han perdido su sentido dialógico e igualitario. Los niños no son seres a los que solo el grito puede “poner quietos”. Saben escuchar y acatar las normas sin necesidad de ello.
Otro maltrato a los estudiantes es no respetar sus tiempos de aprendizaje mediante la imposición de sesiones de aprendizajes iguales para todos. No es necesario recordar que todos los estudiantes pueden alcanzar altos niveles de aprendizaje si se da el tiempo y el apoyo necesario. El problema no son los chicos y sus familias, ni solamente el contexto peligroso sino el sistema que hace que no aprendan. La retahíla de excusas docentes es amplia para explicar por qué el estudiante no aprende. Se vive en la cultura del “pero”: los estudiantes podrían aprender, pero son hijos de familias disfuncionales, pero es movido, pero la zona es peligrosa, pero tiene problemas de aprendizaje… Cuando la respuesta es no aprenden porque hemos generado un sistema despersonalizado, ciego a los detalles que hacen que una persona aprenda, ciego a la evidencia científica sobre cómo aprendemos los humanos. Los buenos profesionales en medicina y educación, reciben a sus pacientes y no buscan excusas de por qué llegó así y murió, sino que hacen todo lo posible para curarlo con las prácticas existentes y la mejor evidencia.
El sábado pasado visité una fábrica que produce todo tipos de paquetes para ser usados en alimentos, desde envases de helados hasta contendedores de papel de los restaurantes de comida rápida. Algo que me sorprendió es la cantidad de protocolos que tienen antes de entrar en la fábrica. Los protocolos son un conjunto de acciones no negociables antes de interactuar con el producto. Para entrar se realizan las siguientes acciones: En primer lugar, un aseo externo con un soplete de aire, para sacar las pelusas y polvos de todo el cuerpo. El segundo paso es entrar a un ambiente similar a las salas de operación de los médicos con lavabos amplios, en él se debe de realizar un minucioso lavado de manos. Luego se debe pasar una cinta adhesiva por todas las partes de la ropa para sacar más pelusas y polvos. Al finalizar el trabajador se coloca el mandil, la mascarilla por si se tiene barba y un gorro de gasa para la cabeza. En ese momento, me puse a pensar si se es así de estricto para algo tan importante como un envase de cartón que contendrá alimentos, por qué no somos así de estrictos con el tratamiento que se da a los seres humanos. Se podría declarar no negociable que antes de entrar al colegio debemos de limpiar todo sentimiento negativo de manera que cada docente entre al aula con sentimientos adecuados para generar aprendizajes, altas expectativas y optimismo. Si no cumple con esa indicación entonces no podría entrar. La neurociencia ya mostró que los humanos solo aprendemos cuando hay un clima emocional positivo y la psicología mostró lo determinante que son las altas expectativas en educación.
Entonces, si se quiere luchar contra la corrupción desde la educación, las tareas son simples, pero posibles de realizar en el corto plazo. Éstas pueden empezar desde las altas esferas del Ministerio de educación con un mejor trato a sus trabajadores hasta llegar a las aulas más lejanas de todo el país generando climas emocionales adecuados y expectativas positivas. Sumando pequeños grandes esfuerzos se empieza por el cambio real y duradero. Y quizá un día no muy lejano podamos ver a muchos Juanes en su auto cediendo el paso en las intersecciones de las calles y renunciando a unos minutos de su tiempo para que otro pueda pasar. Cuando la solidaridad cunda en las calles, la corrupción será un recuerdo vago de una extraña enfermedad que tuvimos en el pasado.
Lima, 09 de noviembre de 2018
Para citar este artículo en APA:
Barrientos, R. (2018). Corrupción: la madre del cordero. Educacción, Año 4 (47). http://ow.ly/oOVQ30mHRQy