Edición 59

¿Cuánta desigualdad y segregación social estamos dispuestos a tolerar?

En el marco de esta crisis, el Estado tiene una oportunidad única de remirar su rol y asumir su responsabilidad, con un proyecto de país a largo plazo que promueva la cohesión social

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María Teresa Estefanía | EDUCACCIÓN

En junio de este año cumplo 10 años de trabajar en el Estado para el sector educación. Han sido años de muchos retos y aprendizajes, que me han permitido conocer distintas partes del Perú y su gente, así como lo heterogéneo de nuestro territorio, sus potencialidades y necesidades. En varios de mis viajes evidencie las desigualdades y la ausencia del Estado, no solo en educación, sino en otros sectores de vital importancia para lograr una vida digna como lo son salud o trabajo. Hago mea culpa, porque por más que no sea mi gestión o mi responsabilidad directa, el trabajar en el Estado te convierte en responsable da garantizar derechos a toda la población, y en eso, lastimosamente, hemos fallado.

Estas desigualdades y segregación social se han evidenciado aún más con la pandemia que estamos viviendo. Por más que nos queramos autoengañar señalando que el Covid-19 es democrático porque se entiende como un virus que se contagia sin distinción de nivel socioeconómico; como en toda crisis, conforme pase el tiempo será más evidente que sus efectos se distribuyen de manera altamente desigual en toda la sociedad. Si uno de los mecanismos de prevención es lavarse las manos y limpiar constantemente tu casa, ¿qué hacemos en varias zonas del país, incluyendo Lima, que no cuentan con agua potable? Basta solo ver las noticias de lo que está ocurriendo en departamentos como Loreto (falta de oxígeno y medicamentos) o Lambayeque (mayor tasa de letalidad en todo el país), para evidenciar estas desigualdades. Podremos todos estar infectados, pero sus efectos y capacidad de respuesta no son iguales en toda la población.

El Covid–19 se está convirtiendo en una enfermedad estigma, como lo vienen siendo el VIH o la tuberculosis. La condena social que vienen recibiendo las personas que se aglomeran en los mercados, compran televisores, hacen colas para comprar cerveza, lo demuestra. Definitivamente son conductas de riesgo, y se deben buscar mecanismos para controlarlas a fin de no tener mayor número de infectados; pero la burla o el llamarlas irresponsables o inconscientes, y menos apelar a que no se les debió dar un bono porque no saben gastarlo, no son las mejores alternativas de solución. Estos comentarios de los medios de comunicación o de la sociedad civil en redes sociales solo cavan mayores brechas entre los ciudadanos, y entre el Estado y la sociedad civil. Es fundamental comprender que el comer rico, tomar alcohol y el ver programas de entretenimientos son mecanismos placebo ante la frustración y la incertidumbre, no solo de ahora, sino de siempre, especialmente en las poblaciones más vulnerables, básicamente porque no tienen otra opción. Entenderlo permitirá replantear mejores estrategias para el control del virus, siendo este ámbito de acción responsabilidad de las ciencias sociales. Es innegable que la crisis nos está afectando a todos, pero la forma de afrontarlo depende mucho de nuestro capital social y de nuestros recursos socioemocionales.

Por su parte, nuestros servicios públicos (sea salud, educación, transporte, cultura, ambiente u otros), han estado abandonados por años, ante la vista impávida de varios sectores de la sociedad, incluyendo los distintos niveles de gobierno y gestiones ministeriales. En la medida que uno puede optar por un servicio privado, lo hace, porque se entiende que este ineludiblemente será mejor. Como mecanismo de defensa social nos decimos que tal hospital es bueno, que cuenta con buenos doctores, o que esta institución educativa pública logra aprendizajes satisfactorios en sus estudiantes gracias a una excelente gestión de la dirección y sus docentes; y cada uno comentará desde su propia experiencia ejemplos reales de buenas prácticas, las cuales se deben resaltar y aplaudir. El problema central es que esta calidad o estándar de atención del servicio público depende más de voluntades individuales que de una gestión desde la estructura del Estado en los servicios que ofrece (salvo algunas excepciones).

Cada uno desde su rol debe asumir su responsabilidad. Por su parte, el Estado debe garantizar derechos inalienables para cada uno de sus ciudadanos, mientras que, como sociedad, debemos exigir nuestros derechos para así lograr una vida digna. No obstante, lo que viene ocurriendo es que históricamente el Estado viene fallando de manera negligente en avalar los derechos de la ciudadanía, y, por tanto, esta espera muy poco de los servicios del Estado. Posiblemente por un mecanismo de ajuste psicológico, como sociedad normalizamos casos de corrupción o de injusticia social, brindando un permiso o contrato social al Estado para brindar servicios con estándares muy bajos, y terminamos negociando y aplicamos las leyes del mercado ante derechos fundamentales, que, de ser alcanzados, nos permitirían ejercer una ciudadanía plena. En esta crisis sistémica que ha generado el Covid-19, este abandono de la importancia de generar valor público en los servicios del Estado nos está pasando una factura muy alta en cada aspecto de nuestras vidas.

Estamos en un momento histórico en donde la ciudadanía en su conjunto le está reclamando al Estado que cumpla su rol, le está pidiendo que brinde un servicio de calidad en hospitales, que supervise a los colegios públicos y privados por igual, que intervenga en la economía, entre otros. En el marco de esta crisis, el Estado tiene una oportunidad única de remirar su rol y asumir su responsabilidad, (como en parte lo viene haciendo a partir de que se declaró la emergencia sanitaria), no solo brindando oportunidades a partir de servicios de calidad, sino contando con un proyecto de país a largo plazo que promueva la cohesión social.

Debe ser un Estado que ejerza liderazgo transmitiendo confianza y tranquilidad, ante una sociedad que desconfía y se siente abandonada porque por años sus derechos vienen siendo vulnerados por quien debería garantizarlos. De nada sirve echarnos la culpa de la propagación del virus a quienes salen al mercado o compran un televisor. Esto solo nos evidencia que no nos conocemos, que no nos estamos escuchando. Pierde el sentido el cantar todas las noches “Contigo Perú”, si no nos respetamos entre nosotros desde lo más mínimo, nuestras motivaciones, nuestras maneras de enfrentar la frustración o el estrés. Esta podría ser una excelente oportunidad para sentirnos orgullos de lo que podemos lograr como país ante una gran incertidumbre.

Lima, 4 de mayo de 2020

Maria Teresa Estefania Sanchez
Psicóloga por la Universidad Peruana Cayetano Heredia, con post grados en Psicología Educativa con mención en desarrollo humano y psicopedagogía cognitiva por la misma universidad y Psicología Social – Comunitaria por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Dominio en evaluación de aprendizajes e investigación cuantitativa (tanto descriptiva como inferencial) y cualitativa, y en el diagnóstico, elaboración, implementación y evaluación de proyectos, así como en análisis psicométrico de instrumentos. Experiencia en investigación en ciudadanía, empoderamiento, participación social, clima de aula, evaluaciones a gran escala, factores asociados, entre otros.