Carlos Contreras / El Comercio
Que las colonias se aparten de sus metrópolis, o que un imperio se rompa y fraccione en varias naciones, es algo que hemos visto repetidas veces en la historia. Ahí están los casos del Imperio Romano tras las invasiones de los bárbaros, el del otomano después de la Primera Guerra Mundial, o del británico después de la Segunda. Y hace poco menos de tres décadas fuimos testigos de la disolución de la Unión Soviética y la consiguiente aparición de una veintena de repúblicas cuyos nombres no terminamos de aprender. A los historiadores nos fascinan las independencias como ritos de pasaje en la historia de los pueblos, y cuando –como sucede con frecuencia– dependemos de presupuestos estatales escuálidos en el rubro de cultura e investigación humanista, nos encanta fantasear con héroes y villanos, como en el cine de Hollywood… Leer más