Antonio Zapata / La República
La semana pasada la pasé en shock, primero por el caso de Juan Borea y luego por la marcha “con mis hijos no te metas”. Ambos sucesos guardan algo en común: la sexualidad y sus diversas manifestaciones, perversiones y espanto moral.
Conocí a Juan Borea en el colegio, éramos de los pocos progres y aprecié cómo argumentaba nuestro punto de vista. Obviamente me fue simpático y aunque luego no nos vimos mucho, cuando lo encontraba o sabía algo de él, siempre era de lo mejor, hasta que… Por eso estuve perturbado, ¿cómo puede haberse ignorado que se masturbaba con sus alumnos?
Una posible respuesta se halla en el celibato, que la Iglesia Católica impone a sus sacerdotes y a ciertos laicos consagrados como Juan. No es natural y atrae a los que no lo son. El tema con las instituciones es que reúnen a gente que se incorpora y participa en función a los principios que las rigen.
Como la energía sexual existe y determina a las personas, o se canaliza con libertad y responsabilidad o se traba y perturba al individuo. En ese caso, en vez de conducirse tranquilamente, la persona explota de vez en cuando y lo hace con culpa, contraviniendo lo que dice creer y abusando de los demás.
Por ello, en el seno de la Iglesia Católica conviven pedófilos que empañan la auténtica vivencia religiosa. El catolicismo ha sido la mayor respuesta en Occidente al impulso humano a la trascendencia, pero su doctrina está muy cuestionada por la pederastia que surge del celibato. Para salir adelante tendría que permitir que las mujeres accedan al sacerdocio y que los curas puedan casarse. De ese modo recuperaría equilibrio y dejaría de atraer a los perturbados que luego la deshonran.
El aspecto político del caso de Borea reside en que se trata de pedofilia en el sector progresista del catolicismo. Viene a demostrar que estos males no se presentan solo en las congregaciones de la derecha católica. Sucede que las enajenaciones humanas de este tipo se hallan más allá de la orientación política. Es igual con la corrupción, en todas las tiendas se puede hallar honestos y corruptos porque así son los individuos y ningún credo puede evitarlo.
Por su lado, la marcha “con mis hijos no te metas” tiene un tinte político mucho más directo, pero se apoya en sentimientos parecidos, en este caso de temor y angustia ante la libertad sexual.
Los miles de madres y padres de familia que han marchado el sábado temen que sus hijos(as) aprendan que solo de ellos depende su sexualidad. Creen que el colegio puede empujar a sus retoños a experimentar con la homosexualidad. Y como le temen, entonces quieren anular un currículo que solo busca generar respeto e igualdad para todas las opciones sexuales.
En esta marcha ha sido también evidente que la Iglesia Católica ha sido sobrepasada por el evangelismo. No obstante sus numerosas rencillas internas, las iglesias evangélicas han tomado el liderazgo. Gracias a ello, han impuesto la agenda y el tono de la movilización.
Por su parte, el catolicismo se hallaba en todas partes, pero no en la conducción. Es extraño, porque cuenta con mayores recursos y dispone de mayor organicidad. Además, los líderes evangélicos han encontrado en Phillip Butters el orador que requieren para impulsarse como una nueva derecha: popular, conservadora y achorada.
Dos actitudes opuestas se abren ante los peruanos(as) de hoy, el cinismo del “a mí que chu…” motivado por la generalización de la corrupción, y al frente suyo, el integrismo religioso, que busca el retorno a una vida de auto represión. Liberales y socialistas cada vez más minoritarios.
Así, la semana pasada hubiera hecho la delicia del doctor Freud, al colocar sobre la mesa la interrelación entre la vida sexual y los fenómenos sociales y políticos. Nadie se salva.
Fuente: La República / Lima, 8 de marzo de 2017