Mónica Stipicic / La Tercera (Chile)
El año pasado Alemania abolió los aranceles y volvió completamente a un modelo de educación superior sin costos ni matrículas. Pero ese país parte de la base de que no todos van a seguir una carrera de pregrado y que el que quiera llegar allá tiene que esforzarse desde niño. Es decir, gratuidad universal pero no universidad para todos.
Alemania es un caso emblemático de la educación superior gratuita. Ese país, uno de los más competitivos del mundo, tenía una tradición de universidades sin cobros. Pero el año 2006 se abrió a aceptar aranceles en algunas de ellas. La medida se volvió muy impopular, los estudiantes protestaron y progresivamente los distintos estados volvieron a abolir los pagos hasta que a fines del 2014 se sumó a la medida el último de ellos, el de Baja Sajonia. Y Alemania volvió a un modelo gratuito de educación superior incluso para extranjeros, lo que la ha convertido en el cuarto destino más popular para estudiantes internacionales después de Estados Unidos, el Reino Unido y Australia. Todo un récord considerando la barrera idiomática.
Este modelo (que varía levemente de acuerdo al estado federal pero posee una base bastante similar) es el resultado de un sistema educativo único en el que los estudiantes (o sus padres) se empiezan a preparar muy, pero muy temprano. La educación es obligatoria a partir de los seis años, sin embargo, generalmente los niños ingresan a los tres años al Kindergarten de su barrio y luego van juntos al Grundschule o escuela primaria, donde por cuatro años conviven familias de distintos estratos sociales y orígenes.
A los nueve años, el panorama comienza a complicarse, pues en ese momento los profesores evalúan el promedio de notas de matemáticas, alemán y ciencias y deciden en qué tipo de colegio seguirán sus alumnos. Las notas en Alemania van desde el uno al seis, pero al revés de las nuestras, o sea, el uno es la nota más alta, el cuatro alcanza para pasar y el seis es la peor. Sólo una décima de promedio puede hacer la diferencia con respecto al camino que van a seguir los escolares.
Los niños con notas sobre tres pasan directamente al Hauptschule, el nivel más básico que tiene una duración de cinco o seis años, dependiendo del Land o estado (en la foto: un colegio Hauptschule en Iserlohn, Alemania). Su objetivo es preparar para un oficio y la mayoría de los alumnos que asisten a estos establecimientos provienen de familias inmigrantes. Quienes allí estudian terminan el colegio a los 15 años y en general no pueden ir a la universidad, aunque sí especializarse.
Si tienen un promedio 2,7 o superior los niños son enviados a una Realschule, que provee a los alumnos una educación de nivel intermedio para cubrir la demanda de trabajadores mejor calificados, con formación técnica. Una de sus gracias es que ha sabido ir acomodándose a los cambios de la sociedad y hoy prepara a los jóvenes para un futuro más ligado a los servicios que a la industria. Son seis años de estudio y sus egresados pueden acceder a carreras técnicas, en institutos profesionales o universidades con estas características, como las de ciencias aplicadas. Esto incluye profesiones relacionadas con la banca, enfermería o algunas ingenierías.
La tercera y más codiciada alternativa se llama Gymnasium, dura nueve años y permite acceder a la universidad. Ahí llegan los alumnos con los promedios más altos, quienes al terminar rinden un examen llamado Abitur, y de acuerdo a sus resultados, escogen una carrera de pregrado.
La edad y el futuro
“Es un sistema eficiente porque les otorga a los alumnos las herramientas en diferentes áreas, tanto curriculares como extracurriculares. Los colegios estatales están bien equipados y los profesores preparados, con buenas remuneraciones y cargas horarias adecuadas”, explica desde Alemania Ana María González, chilena y profesora en un colegio en la ciudad de Worms.
Ella admira el sistema pero tiene una objeción: la corta edad en que se decide el futuro de los niños. “Hay alumnos de la Realschule o Hauptschule cuya capacidad intelectual es desaprovechada. He tenido alumnos dotados de una inteligencia superior, pero que están en la Hauptschule porque no aprueban matemáticas. El problema es que ese niño crece con la convicción de que no es apto para ir a la universidad y eso es muy fuerte a tan temprana edad”.
Para Claudia Silva, trabajadora social y doctorada en Sociología de la Universidad de Bonn, es difícil comprender esta división si no se conoce la cultura y forma de vivir de los alemanes. “Los niños son muy autónomos, ordenados y responsables. Lo primero que me llamó la atención era que desde pequeños andaban con una llave colgada al cuello. Después supe que era la llave de sus casas, porque ellos llegaban, abrían la puerta, se calentaban comida y se quedaban solos hasta que llegaran sus padres”.
Además se trata de una sociedad muy estratificada en materia educativa: “Los que tienen un PhD son considerados casi dioses, se les trata como si tuvieran títulos nobiliarios y hay estudios que evidencian que los hijos de doctores normalmente van al Gymnasium. Es decir, los letrados siguen siendo letrados. Es muy difícil que padres que asistieron a la Hauptschule tengan hijos que vayan al Gymnasium. Lo más seguro es que mantengan la historia, lo que los condena a un nivel de educación bajo, no sólo en lo académico, sino también en lo cultural (en la Hauptschule, por ejemplo, no se lee a Goethe), y los hace mantenerse en la última capa del escalafón social”, añade Claudia.
Chilena desde adentro
Catalina Pérez vive desde hace más de 15 años en Baviera, donde llegó a instalarse con su marido, Gonzalo Fernández, quien posee una escuela de tenis. Allí nació su hija Sofía, quien ha hecho toda su vida escolar en Alemania, por lo que su experiencia sirve para entender cómo vive este sistema una familia chilena. “Es muy triste ver cómo a los ocho o nueve años comienzan a presionarlos para que decidan su futuro y cómo los padres estresan a los niños con eso. Sofía era un poco distraída y no quisimos presionarla demasiado. Al terminar la 4° Klasse era un poco inmadura y tenía algunas falencias idiomáticas con el alemán, porque también hablaba inglés y español. También tuvimos una muy mala experiencia con una profesora que consideraba que como éramos extranjeros, no teníamos suficiente dominio del idioma. Y la envío al Hauptschule”.
Según Catalina, fueron dos años muy duros para Sofía: el colegio quedaba lejos de su casa, debió separarse de los amigos y estaba con niños a los que les interesaba menos aprender. “Estábamos seguros de que a ella no le correspondía ese nivel”.
Sofía se transformó en la mejor alumna de su clase. “Un día nos llamó el profesor de inglés para decirnos que no podía creer que ella estuviera en un colegio así. Pero jamás me dio la opción de cambiarla. Me puse a investigar hasta que descubrir que, por sus notas, podía optar al Realschule. No hay información en los colegios, normalmente nadie se cambia porque acá son muy rígidos, el plan A es el único que existe y la gente lo asume… no hay plan B”.
Se cambió, se niveló y, aunque ha debido estudiar muy duro y tener clases particulares, su madre dice que está cómoda en su nuevo colegio. “Después nos dimos cuenta de que habíamos sido muy pasivos. Acá existen las notas por participación que pueden influir mucho en el promedio, en la décima más que se necesita para optar a un colegio u otro, por lo que los profesores tienen muchas opciones de ayudar a los niños. El sistema es muy duro, los niños tienen que estudiar todos los días porque las pruebas no se anuncian”.
Catalina ha ido descifrando que Sofía aún tiene opciones de llegar a la universidad. Una vez que finalice el Realschule puede optar por cursar dos años más llamados FOS (camino por el que muy pocos optan porque prefieren entrar directamente a una carrera técnica y comenzar a trabajar más jóvenes) que le permite al final dar un examen llamado Fachabitur y que es el equivalente a la prueba final del Gymnasium. “Es lo que a nosotros nos gustaría que ella hiciera. Imagínate, sería increíble que pudiera dar el salto desde el nivel más bajo hasta el más alto”.
El factor inmigración
Tal como muestra el caso de Sofía, pese a que el sistema alemán busca ofrecer oportunidades iguales para todos los niños, los de familias inmigrantes muchas veces se encuentran en desventaja, porque pese a que están creciendo en ambientes bilingües, ellos y, más comúnmente, sus padres, todavía no dominan el alemán con la fluidez de los nativos. De hechola socióloga de la Lund University, Barbara Schulte, señala en su estudio El sistema educativo alemán que la integración de alumnos extranjeros es uno de los grandes fracasos del modelo.
Durante sus estudios de doctorado en Sociología, Claudia Silva conoció a inmigrantes de distintos países y constató las dificultades que tienen en esta área. “Se aplican muchos estereotipos y prejuicios. Importa mucho quiénes son los padres, si hablan el idioma, si son migrantes nacidos o no en Alemania”, explica, y recuerda que a ella le tocó ver el caso de una mujer peruana que trabajaba como nana y tenía una hija con notas sobresalientes a la que, a pesar de eso, los profesores no le permitieron acceder al Gymnasium.
“Normalmente estos niños son derivados a la Hauptschule y a la Realschule, es decir, se les orienta al desarrollo de habilidades prácticas. La razón es que la adquisición de un idioma tan complejo como el alemán es lenta y esto repercute en su rendimiento escolar, por lo tanto tienen dificultades para acceder al Gymnasium. La consecuencia de esto es que estudios PISA han mostrado que existe una enorme brecha de rendimiento entre los alumnos alemanes y los inmigrantes, por lo que en los últimos años se han implementado cursos de alemán intensivos para los alumnos extranjeros antes de su ingreso a las clases regulares, lo que en el futuro permitirá una adecuada distribución de los alumnos extranjeros en las distintas alternativas de educación”, explica Ana María González desde Alemania.
FUENTE: La Tercera</