Edición 70

Educación: las peleas de fondo

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Luis Guerrero Ortiz | EDUCACCIÓN

Imaginen el caso de un hospital que trata numerosos casos de neumonía, pero con muy poca fortuna y que tiene, además, muchas carencias a nivel de infraestructura, equipamiento, personal y suministros. Imaginen ahora que las nuevas autoridades de salud toman cartas en el asunto y deciden varios cambios importantes: refaccionan los sanitarios, modernizan la cocina, arreglan puertas y ventanas, mejoran el sistema de iluminación, reparan las máquinas averiadas, inician la construcción de un pabellón nuevo con equipos de diagnóstico de última generación, mejoran el sueldo del personal y, como suelen llegar pacientes que hablan lenguas distintas a la de los médicos, contratan personal bilingüe y un equipo de traductores.

Pero hay un problema. Dijimos que el tratamiento que se hacía de la neumonía era poco efectivo. Supongamos que varios médicos de ese hospital tienen resistencia al uso de la penicilina debido a una serie de prejuicios, pese a ser parte esencial de los protocolos establecidos para la cura de esa infección; otros la usan solo en casos muy contados y no falta quienes la emplean mal, sin la dosificación adecuada, produciendo malos resultados.

Ahora imaginen que entre las nuevas autoridades hay quienes quieren cambiar los protocolos y regresar al uso de la optoquina, un derivado de la quinina que se empleaba para estos casos hasta principios del siglo XX y que luego fue abandonado por su alto grado de toxicidad; mientras que otros rechazan el uso de antibióticos y todo tipo de químicos e insisten en variar los protocolos oficiales para tratar la neumonía con métodos naturales.

El resultado de esta historia sería irónico y dramático: los pacientes seguirán muriendo por neumonía, pero tendrían un hospital moderno, bien equipado y con una atención de primer nivel.

Ahora imaginen que no se trata de un hospital sino de una escuela -que pueden ser más de una- que tiene la misión de educar a niños y niñas en el arte de hacer uso reflexivo de saberes diversos para explicar y resolver problemas del mundo real, una tarea exigente en la que los docentes están teniendo dificultades e incluso diferencias de opinión, pese a estar así establecido en las normas que rigen la educación del país. Ahora imaginen que esta escuela padece de muchas carencias materiales y de servicios, pero que las nuevas autoridades educativas deciden corregir todas sus deficiencias, para que ninguna padezca por falta de agua limpia, electricidad, conectividad, tecnología, libros y un mobiliario adecuado. Supongan que, además, deciden ampliar el programa Qali Warma para que en toda escuela pública se reciba un desayuno y almuerzo nutritivo cada día.

Imaginen ahora que, en lo que atañe al corazón mismo de la misión de las instituciones educativas, es decir, en los aprendizajes, estas autoridades deciden que los estudiantes deben regresar a un currículum por asignaturas que les permita aprender todos los conocimientos que ellas consideran indispensables en el campo de la cultura y las ciencias, tal como se pensaba hace 250 años, a inicios de la era industrial. Y esto a pesar de que el simple recuerdo de esos conocimientos nunca le haya sido útil a nadie, en ningún lugar del planeta, salvo para pasar de grado en el colegio.

El resultado sería muy parecido al del hospital de nuestra historia: escuelas con un estándar alto de equipamiento y servicios, algo sin duda justo y necesario, pero con niños y niñas que se seguirán formando para insertarse en un mundo que ya no existe, es decir, desfasados de su tiempo histórico, preparándose para formar parte del creciente ejército de desempleados al haber terminado como personas acríticas, dependientes, con la cabeza llena de conocimientos pero sin capacidad para utilizarlos, sin el hábito de pensar y discernir la realidad por sí mismos, menos para transformarla.

No perdamos de vista las cifras reveladoras que arrojó la evaluación muestral efectuada a estudiantes de segundo grado de secundaria en el 2019: un rendimiento satisfactorio en lectura lo exhibía solo el 14% de estudiantes, en matemática el 17% y en ciencias solo el 9.7%. En los tres casos, 6 de cada 10 alumnos estaban bastante lejos del nivel de logro que deberían demostrar después de ocho años de escolaridad. En el caso de los estudiantes de escuelas rurales, fueron 8 de cada 10 (UMC, 2019).

Recordemos además que en el Estudio Internacional de Cívica y Ciudadanía (ICCS) realizado el 2016, a fin de conocer qué tan preparados estaban nuestros adolescentes para asumir una ciudadanía activa en un contexto de democracias frágiles, como es nuestro caso, solo el 34,4% logró un nivel de desempeño satisfactorio. En ese mismo estudio, un porcentaje importante de estudiantes se declaró a favor de actos relativos a la corrupción y al autoritarismo en el ejercicio del gobierno (UMC, 2019).

Que se llegue a la secundaria con estas deficiencias indica, entre otras cosas, que la estamos haciendo muy mal desde la primaria, porque estas pruebas no miden retención de conocimientos sino habilidades de razonamiento en esos campos. Y lo que la pandemia ha hecho evidente, destapando la supuesta «caja negra» que representaría el salón de clases -por la común invisibilidad de las prácticas que discurren a su interior- es nuestra enorme dificultad (y hasta resistencia) para diseñar y ofrecer a los estudiantes experiencias de aprendizaje que los incentiven a pensar, que fortalezcan su autonomía, tanto como su capacidad para afrontar retos por sí mismos. Incuestionablemente, la docencia es una de las profesiones que necesita, además de mejorar su estatus, reinventarse con urgencia.

Linda Darling-Hammond (2001) sostenía a inicios del presente siglo, que «cuando todo está dicho y hecho, lo realmente decisivo para el aprendizaje de los alumnos siguen siendo los compromisos y las competencias de los profesores…  Aunque aspectos como los estándares, la financiación y la gestión son soportes esenciales, el sine qua non de la educación es si los profesores son capaces de conseguir que todos y cada uno de los alumnos diferentes accedan a aprendizajes relevantes».

Para hacer esto posible no basta con mejorar lo que ya se hace. Como afirma Inés Aguerrondo (2015), «Más que reformar el antiguo sistema, se necesita remplazar el modelo organizativo que encontró la modernidad para transmitir conocimiento ‘socialmente válido’ de manera masiva. Los cambios necesarios son radicales… Para alcanzar la verdadera equidad educativa se requiere un rediseño del sistema escolar». Ese rediseño supondría, por ejemplo, suprimir la repitencia y la división en grados, que parten de un viejo supuesto jamás demostrado a lo largo de la historia: que todos los estudiantes pueden aprender lo mismo de manera simultánea, en el mismo plazo y bajo el mismo método. Esa creencia o, mejor dicho, ese mito, produce el resultado que las cifras anteriormente mostradas nos develan: que los estudiantes suelen pasar de grado con muy heterogéneos niveles de logro, hecho que nunca se corrige ni podría subsanarse jamás bajo el actual modelo.

No me cabe duda, este tipo de cambios escandalizaría a más de uno, pero son indispensables para poder avanzar en la misión misma del sistema: lograr aprendizajes más relevantes, aprendizajes profundos, genuinamente reflexivos, como los que demanda el presente siglo y la situación actual del país. Aprendizajes que no se alcanzan en 10 meses por grado ni toda un salón de clases a la vez; y que no constituyen un tema entre otros en la agenda de las políticas, sino el eje principal al que toda reforma debe y necesita ser funcional.

En el año del bicentenario, que merecía ser celebrado con mayores certezas sobre nuestro futuro, no sabemos qué pasará con el país y con su educación, en medio de la peor crisis sanitaria que ha vivido el planeta. En cualquiera de los escenarios, sin embargo, esta es una de las batallas más trascendentes para las que debemos prepararnos.

Lima, 10 de mayo de 2021

REFERENCIAS

Aguerrondo, Inés y Vaillant, Denise (2015), El aprendizaje bajo la lupa: Nuevas perspectivas para América Latina y el Caribe. Panamá, Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF)

Acuña, Guillermo (2003), Evolución de la terapia antimicrobiana. Revista Chilena de Infectología 2003; 20 (Supl 1): S7 -S10

Darling-Hammond, L.  (2001), El derecho de aprender. Crear buenas escuelas para todos. Barcelona: Editorial Ariel.

Narodowski, Mariano (1994). Infancia y poder. La conformación de la pedagogía moderna. Buenos Aires. Aiqué Grupo Editor S.A.

UMC (2019), El Perú en ICCS 2016: Informe nacional de resultados. Serie Evaluaciones y Factores Asociados. Lima, Ministerio de Educación del Perú. Unidad de Medición de la Calidad (UMC).

UMC (2019), Evaluación de logros de aprendizaje: resultados 2019. Lima, Ministerio de Educación del Perú. Unidad de Medición de la Calidad (UMC).

Luis Guerrero Ortiz
Docente, graduado en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), con estudios completos de maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado de Chile, y posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), Periodismo Narrativo y Escritura Creativa (Escuela de Periodismo Portátil de Buenos Aires). Ha sido profesor principal en el Instituto para la Calidad de la PUCP y consultor de UNESCO en políticas de formación docente. Socio fundador de ENACCION y de Foro Educativo. Ha sido consultor de GRADE (Proyecto FORGE) y asesor pedagógico en el Ministerio de Educación (Despacho del Ministro) entre el 2001-2002 y el 2010-2013. Ha sido asesor en la Oficina de Educación de UNICEF y el Consejo Nacional de Educación; profesor principal de la Escuela de Directores y Gestión Educativa de IPAE; ha sido docente de posgrado en la Universidad Católica y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Es miembro del Consejo Consultivo de Enseña Perú. Escribe ficción en su blog El río de Parménides.