Edición 48

Educar en la igualdad

Según un estudio de FORGE, familias de bajos ingresos, rurales y urbanas, tienden a priorizar la educación post secundaria de los hijos hombres, al margen de su historial de desempeño escolar

Print Friendly, PDF & Email

Patricia Andrade | EDUCACCIÓN

En ningún lugar del mundo, las desigualdades existentes son aceptables y no se condicen con las condiciones materiales alcanzadas. Tampoco tienen justificación la mortalidad materna, el embarazo en adolescentes, el empleo precario o la desmesurada concentración del trabajo doméstico no remunerado en manos de las mujeres, y mucho menos la violencia de género” (INEI, 2016: 23)

Juana está por concluir la secundaria y ya sabe qué hará los siguientes años: estudiar medicina. Ya eligió dónde y se viene preparando, sabe que ingresará y cuenta con el respaldo de su familia. Pero si Juani hubiera nacido hace un siglo o más, digamos, en 1872, aún con el apoyo de su familia, no tendría un panorama tan optimista… Lo que hoy a todos nos parece una aspiración natural y posible, no lo era así antes. Laura Rodríguez Dulanto, y miles mujeres como ella, podrían dar testimonio de eso. Laura, para quienes no lo saben, es la primera mujer peruana que recibió el título de médico cirujano en el Perú, hace ya 146 años.

Laura nació en Supe un 18 de octubre de 1872. Al culminar la Primaria, decidió estudiar Secundaria y seguir medicina después. Pero las opciones educativas para las mujeres eran limitadas en esa época, no importa cuán motivadas o capaces fueran. Su familia, resuelta a apoyarla, se trasladó a Lima y tuvo que apelar ante las autoridades locales para lograr que el Ministerio de Educación designe un jurado especial que la evalúe y la autorice a avanzar en sus estudios.

Acceder a Secundaria y luego a la Universidad no fueron las únicas batallas. Los prejuicios que tuvo que enfrentar fueron muchos. Por ejemplo, en las clases de anatomía debía estar detrás de un biombo, impedida de participar en la disección de cadáveres. Y es que entonces, “lo natural” era que las mujeres aprendieran lo básico –como leer y escribir- y prepararse para casarse. Además, la separación entre el espacio público –masculino– y el privado-doméstico –femenino– era muy clara. Cualquier trasgresión era mal vista, censurada, negada.

Google, el 18 de octubre de este año, rindió homenaje a su coraje, a su perseverancia y resistencia. Porque para Laura, realizar sus sueños –impensables para las mujeres de su generación– y convertirse en profesional de la medicina no fue un camino fácil. Tuvo que romper prejuicios, vencer barreras y resistencias típicas en la época.

La lucha de Laura abrió una puerta para que, bastantes años después, muchas de nosotras pudiéramos ejercer un derecho tan fundamental como el de acceder a estudios post secundarios. Como cita el diario El Comercio: “En la historia de la humanidad, siempre hubo alguien que empezó algo. En un contexto en que los hombres dominaban todos los campos, un puñado de mujeres iniciaron una revolución para hacer ver su valía como iguales”.

Tal vez hoy nos parece lejanas e inconcebibles estas barreras y no faltará quien afirme, desde ahí, que ya no existen diferencias en el trato a hombres y mujeres. Es verdad, se ha avanzado mucho en el acceso a servicios educativos. Las tasas netas de matrícula escolar en Primaria alcanzaron la paridad (92,3% los niños y 92,0% las niñas); y hay una situación cercana en Secundaria, donde las brechas se están cerrando, especialmente en los departamentos de la costa (87% de matrícula, similar entre hombres y mujeres). En la sierra es mayor el porcentaje de adolescentes varones matriculados (86,8%) que el de mujeres (83%), mientras que en la selva las proporciones se invierten algo (77% de matrícula entre adolescentes mujeres y 75,9% para el caso de los varones). A nivel de educación superior se mantiene la misma constante, con una tasa de matrícula mayor en las mujeres (32,8%) que en los hombres (28,6%), sin diferencias importantes entre regiones y área urbana y rural.

Lamentablemente, ni el derecho a la educación se reduce al acceso, ni todas las desigualdades son tan explícitas o evidentes. Antes se veía natural que la casa y el ámbito doméstico fueran los espacios de realización de la mujer, y eran invisibles las barreras existentes, producto de una cultura patriarcal que confinaba y demarcaba comportamientos, roles y espacios de realización distintos para hombres y mujeres. Pero hoy, ¿qué otras barreras y desigualdades persisten, invisibles aún, que afectan y recortan oportunidades, producto de la misma estructura cultural? Es más, si algunas de estas barreras aparentemente han desaparecido ¿es eso cierto para todos y todas?

Un estudio recientemente realizado por Vanessa Rojas, Gabriela Guerrero y Jimena Vargas sobre trayectorias hacia la adultez (GRADE/FORGE 2017), da algunas respuestas reveladoras. El estudio analiza una muestra de 26 jóvenes que crecen en situación de pobreza en el Perú, de zonas urbanas y rurales y a quienes se siguió desde que tenían 13 años hasta los 20; de este grupo, 14 varones (8 rurales y 6 urbanos) y 12 mujeres (6 rurales y 6 urbanas[1]).

Al cabo del periodo de seguimiento se encontró que la totalidad del grupo logró concluir la primaria y 23 de los 26 la secundaria, 18 a una edad «promedio» y 5 «con sobreedad»; y que las mujeres reportaban mejores experiencias escolares, tanto en zonas rurales como en zonas urbanas, mientras que la mitad de los varones (cuatro de zonas urbanas y tres de zonas rurales) repitieron al menos un año escolar. De los tres casos en los que no se concluyó, dos eran varones y dejaron la escuela para trabajar, mientras que la mujer lo hizo por estar embarazada, luego tuvo que trabajar y nunca retornó al colegio. El grupo, en general, mientras estudiaba la secundaria, expresaba su deseo de continuar con su educación terciaria, aspiración compartida con sus padres y madres. Sin embargo, solo 13 de los 23 que terminaron la secundaria lograron transitar hacia una educación avanzada.

Para todos, especialmente en área rural y cuando las familias tienen bajos ingresos, la ruta es difícil. El apoyo de la familia es clave para poder continuar estudios y, a menudo, las chicas y los chicos deben trabajar. Son trabajos temporales, en situaciones de riesgo, sobre todo para las mujeres, quienes asumen tareas domésticas, siendo comúnmente objeto de maltrato y discriminación por su condición étnica. Para ellos, en cambio, el trabajo es una actividad muy valorada, asociada al rol de proveedor, lo que es expresión de una manera de entender la masculinidad.

Siendo el respaldo familiar tan importante, se encuentra también que, ante contextos de familias con bajos ingresos, se tiende a priorizar la educación de los hijos hombres para seguir estudios post secundarios. Esto ocurre de manera independiente al historial de desempeño escolar y se registra tanto en el ámbito rural como urbano. Tal es el caso de chicas quienes, pese a tener buen desempeño en el colegio, sus padres prefirieron invertir en la educación de su hijo, “porque era el mayor y porque era varón”.

Posiblemente, el evento más determinante en cuanto a factor de exclusión es el embarazo. Al respecto, se registra que las familias tienden a ser más comprensivas y brindar apoyo económico y emocional a los hijos (varones), mientras que las hijas terminan viviendo en casa de las familias de sus parejas donde ocupan roles subordinados.

En síntesis, el género influye en las trayectorias de manera negativa: en el caso de las mujeres, relegándolas en cuanto a acceso a oportunidades en contexto de estrechez económica o si quedan embarazadas; mientras que para los varones la paternidad no es un obstáculo, por el contrario, reciben apoyo material y emocional de sus familias. Para los varones, el efecto negativo se da en ámbito rural donde la presión por asumir un rol proveedor afecta la trayectoria educativa: “… parece un sentir común que las mujeres deben dedicarse principalmente a las tareas domésticas, mientras que los varones deben trabajar para mantener a la familia” (Rojas y otros, 2017: 35).

Así, el estudio da cuenta que en nuestro país subsisten grandes disparidades en las trayectorias que tienen las y los jóvenes hacia la adultez, desigualdades que están marcadas por la situación económica familiar, el ámbito de residencia (urbano – rural) y el género, en una combinación que perjudica de manera importante a las chicas, aunque los muchachos también sufren otros efectos negativos; ambos marcados fuertemente por las expectativas e imágenes que tienen las familias hacia los roles que han de desempeñar en la vida.

Es cierto que algunas de estas creencias han ido siendo combatidas y desterradas, por ello hoy Juana puede aspirar a estudiar una carrera antes impensable para una mujer. Hoy a nadie le parece imposible que una chica aspire a seguir la carrera de medicina. Pero la realidad sigue presentando barreras. Están las barreras objetivas, como la falta de oferta formativa accesible o incluso las condiciones de pobreza que impone restricciones; están también las barreras invisibles, que son consecuencia de creencias y concepciones respecto a los comportamientos, tareas, roles, funciones y valoraciones asignadas a lo masculino y femenino. Atribuciones que se les hace a las chicas y chicos sobre la forma como deberán comportarse y los roles que deberán desempeñar, roles que generan exclusión y desigualdad, que recortan oportunidades y que se sostienen en gran medida debido a su invisibilidad.

El estudio de Vanessa Rojas, Gabriela Guerrero y Jimena Vargas nos hace ver lo urgente de promover una educación con enfoque de género, que incluya oportunidades pedagógicas para reflexionar y analizar estas creencias y sus implicancias en sus trayectorias de vida; que ayuden a los estudiantes a reconocer cuando se convierten en factor de exclusión y desigualdad; que les permitan aprender a combatirlas, afirmando su identidad, a la par que aprenden a valorar, respetar y defender derechos y oportunidades para todos y todas, sin ningún tipo de discriminación.

Es necesario subrayar, finalmente, que se trata de incluir a todas y todos en su diversidad, lo que necesariamente lleva a que visibilice y destierre toda forma de exclusión, discriminación y/o violencia ejercida hacia personas y grupos en función de su orientación sexual e identidad de género. Para eso sirve y se necesita un enfoque de género en la escuela: para que los derechos sean una realidad y aprendamos a ser una sociedad de iguales.

Lima, 17 de diciembre de 2018

REFERENCIAS

Rojas, Vanessa; Guerrero, Gabriela; Vargas, Jimena (20179. El género y las trayectorias hacia la adultez en el Perú: educación, trabajo y maternidad/paternidad, Documento de trabajo. Lima, GRADE/FORGE.

[1] El trabajo realizado forma parte de Niños del Milenio, estudio longitudinal que hace seguimiento a la vida de dos grupos de niñas y niños durante quince años.

Patricia Andrade Pacora
Ex viceministra de gestión pedagógica, del Ministerio de educación, con más de 25 años de experiencia en la gestión de políticas, programas y proyectos educativos, desde el Estado como desde la sociedad civil y en cooperación internacional, en puestos de responsabilidad a escala nacional. Psicóloga clínica, de profesión y estudios de Maestría en Políticas educativas en la Universidad Alberto Hurtado, de Chile. Entre los años 2011 y 2014 fue Directora General de la Educación Básica Regular y ex Directora (e) de la Dirección de Tutoría y Orientación para el Educando – DITOE (año 2013). Como directora de la DIGEBR, he sido responsable de la conducción del Programa presupuestal por resultados Logros de aprendizaje (PELA). También estuvo a cargo (2008-2011) del Programa de Mejoramiento de la Educación Básica en Área Rural (PROMEB), implementado con apoyo de la cooperación canadiense (ACDI) en el norte del país. Se ha desempeñado asimismo como consultora en áreas relacionadas al desarrollo y evaluación de capacidades en el Estado y la evaluación y sistematizaciones de políticas públicas en el área de educación, a nivel nacional e internacional.