Martín Benavides | El Comercio
En este día de homenaje al magisterio, me permito recordar una lección que me dejó el maestro Constantino Carvallo hace casi 20 años. Al final de una reunión técnica sobre medición de aprendizajes, le pregunté cómo podía saber un maestro si había hecho una buena labor en la formación de sus estudiantes. Me respondió: “Si cuando me encuentro con un egresado del colegio, me abraza y lo veo feliz, me doy por satisfecho”.
Constantino, con la agudeza y la calidez que lo caracterizaban, puso en cuestión varios paradigmas que en ese momento yo sostenía firmemente. Hace tres semanas, lo volví a recordar cuando conocí al profesor Gerson Ames. Fui a Pampas Tayacaja para conocer su trabajo y allí me hizo un pedido: “Acompáñeme a recuperar un alumno que ha perdido la motivación”. Sin pensarlo dos veces, fuimos a buscarlo a su comunidad. Gerson me dio una lección más: era importante conversar con los estudiantes, escucharlos, darles tranquilidad. Me dice este notable profesor que ahora aquel joven está trabajando con normalidad.
Constantino colocaba por delante la felicidad; Gerson, la motivación, porque el proceso de aprendizaje es una experiencia humana y, por lo tanto, social.
Esta emergencia sanitaria nos confronta directamente con retos como los que afrontaron Constantino y Gerson, y con la esencia de lo que debería ser nuestro sistema educativo. Un sistema orientado a procurar el máximo bienestar a sus beneficiarios. Un sistema orientado a formar ciudadanos plenos y solidarios. La educación no es solo una inversión a futuro. Tiene que ver, sobre todo, con el bienestar presente, con el día a día de cada niña, niño o joven. Si la educación no los considera protagonistas y ejes de su acción, ¿para quiénes está pensada entonces?
Esta emergencia ha puesto el bienestar de las niñas, niños y adolescentes en el centro de la discusión. Desde el inicio de la pandemia, con el apoyo de los maestros y maestras, hemos emprendido un conjunto de acciones orientadas a asegurar el derecho a la educación. Para ello, implementamos rápidamente una estrategia de educación remota que contiene, además de los contenidos de educación básica regular, materiales específicos para educación intercultural bilingüe, educación básica especial y educación básica alternativa. Los contenidos de Aprendo en Casa están muy enfocados en el bienestar emocional y en promover ciudadanía sin perder de vista la enorme diversidad de nuestro país. Hemos implementado –también a gran velocidad– una matrícula extraordinaria para incorporar a más de 110 mil estudiantes al sistema de educación pública. Tenemos que hacer el máximo esfuerzo para evitar que en esta coyuntura haya niños o niñas que se queden sin estudiar.
Pero la emergencia no debe llevarnos a descuidar el futuro. Por eso, estamos incorporando recursos tecnológicos para llevar buenos contenidos a todas las escuelas y, de esta manera, cerrar las enormes brechas educativas que aún nos persiguen. A la par, estamos elaborando un modelo de condiciones básicas de calidad para escuelas y consolidando las mejoras de la educación superior. Debemos tener institutos de excelencia y más universidades peruanas en ránkings internacionales.
Este no es un año perdido. Es un año de aprendizajes diferentes, también para el Ministerio de Educación. La innovación debe entrar a las venas del ministerio y no salir nunca más. Aprendo en Casa ha llegado para quedarse y evolucionará hasta convertirse en una estrategia digital complementaria para la mejora de los aprendizajes. No es una solución temporal; es un cambio de paradigma.
La emergencia nos ha obligado a pensar en nuevas maneras de cumplir nuestro cometido, una actitud que se debe mantener cuando estemos listos para reabrir las escuelas. Todavía no sabemos cuánto falta para eso, pero ya estamos trabajando para darles a nuestras niñas y niños entornos seguros, salud y bienestar. De la mano de las maestras y maestros, que hoy celebran su día, hagamos de ese proceso un objetivo nacional.