Alex Ríos Céspedes | EDUCACCIÓN
En el registro de incidencias del coronavirus, una cosa es el número de casos diagnosticados y otro es el número de casos reales. Ahora es posible saber que cuando el 21 de enero se diagnosticaron 100 nuevos casos en Hubei, China, el número reales de nuevos casos era de 1,500. Existen algunas fórmulas para estimar el número de personas que podrían estar contagiados realmente. En San Francisco, donde se han reportado 86 casos y cero decesos, se estima que el número de casos reales debe estar alrededor de los 600 casos. Al 12 de marzo con 22 casos diagnosticados y 0 fallecidos en el Perú, es muy posible que en realidad existan más de un centenar de personas contagiadas que el Ministerio de Salud está tratando de ubicar a la vez que ellos están contagiando a otros de manera exponencial. Una carrera ciega y difícil si no se complementa con medidas que eviten la expansión. Siguiendo un modelo promedio de crecimiento en otras regiones, posiblemente el 18 de marzo hayamos llegado a superar los 100 casos diagnosticados.
La fuente de contagios es muy amplia. Acabo de cruzar el aeropuerto de Lima en ida y vuelta. No sé si soy un posible vector, pero en mi tránsito me vi en las siguientes situaciones: tocar el botón del ascensor; tomar la baranda de las escaleras; tomar el pasamano del bus que te lleva al avión; tocar los botones del cajero automático; recibir el vuelto en monedas de la mano de una vendedora. En el aeropuerto me encontré con una amiga después de mucho tiempo y ninguno se contuvo de darnos un abrazo. Ella se iba a Puno, yo a Cusco. En Cusco me he encontrado con alrededor 20 personas que me extendieron la mano. A los primeros saludé, a los siguientes los saludé bromeando con algún saludo que no implicase contacto. A pesar de lavarme las manos infinitas veces, me pillé varias veces estar frotándome sin querer los ojos, estar apoyado mi quijada sobre mi mano, tocándome la nariz. Con un ritmo de trabajo que implique viajes, es muy posible que me pueda contagiar, pero lo que es más grave, que puedo estar contagiando exponencialmente a otros. Es mejor trabajar remotamente desde la oficina o de la casa, a pesar que la tasa de contagio de quien no ha desarrollado síntomas es muy bajo.
Mientras escribo, el virus ya está en 129 países y se han reportado 134, 098 casos de los cuales han fallecido 68, 898 persona. Dividiendo, una tasa de mortalidad de 3,7% que se calcula en base a casos diagnosticados. Si se tendría el número de casos reales sería una tasa aún menor, posiblemente por debajo del 1%. El problema del coronavirus no es su poder de mortalidad, sino su poder de contagio. Un contagio que puede ser fatal para aquellos que ya tienen algunos problemas de salud previos, usualmente los más ancianos. Finalmente, el COVID 19 es una gripe y como toda gripe jode, pero pasa. En 81% de los casos tiene un efecto leve, similar a una gripe. Al menos creo que eso pasará conmigo si llego a contagiarme.
Por lo tanto, mi preocupación no pasa por ser contagiado, sino por la posibilidad de contagiar a otros. Tengo un niño de 2 años y una abuela 80 años que visito cada fin de semana. De acuerdo al reporte de personas fallecidas de un estudio de 44,000 casos diagnosticados de China, ninguno de las víctimas mortales tenía entre 0 a 9 años; pero 14.8% fallecieron entre los infectados mayores de 80 años; es decir 1 de cada 6 ancianos podría fallecer. He decidido no visitar a mi abuela al menos por dos semanas.
El problema de atención a los ancianos o de aquellos que requieran hospitalización no tendría mayores consecuencias si existiese una alta capacidad de atención de salud pública. Y ese es el gran problema no de Perú, sino de todos los países. Es imposible atender tantos casos a la vez que los sistemas de salud colapsan, los protocolos de cuidado se relajan y el propio personal de salud termina contagiado. Dado que la mayoría de contagios que requieren hospitalización necesitan una sala UCI y aparatos respiratorios artificiales, no existen ni suficientes salas ni equipos para atender si se presentan varios casos a la vez, por más que representen el 5% de todos los casos contagiados. Por ello, es importante evitar el contagio masivo en un periodo corto de tiempo que desborde el sistema de salud.
A la larga, es posible que todos nos contagiemos, pero lo importante es que no nos contagiemos todos a la vez sino en un periodo más largo de tiempo, de tal manera que permita a los sistemas de salud tener capacidad de atención, a la vez que se van creando internacionalmente vacunas, paliativos o nuevas pruebas de detección. Ese es el propósito de las medidas que correctamente está aplicando el gobierno peruano. Se llama “aplanar el pico de contagio”. El objetivo no es evitar el contagio, el objetivo es posponer el contagio. Considerando que el virus sobrevive hasta 9 días en superficies metálicas, madera o plástico, la posibilidad de contagio es muy alta si tocas un área afectada con la mano y luego te tocas la boca, nariz u ojos. Un botón de ascensor de un piso 5 de un edificio comercial o público es una fuente de contagio mayúsculo si no tomas las precauciones.
¿Cuál es la principal medida para posponer el contagio? Aislamiento y control migratorio. Se tiene la experiencia de lo que pasó en China, de lo que pasó en Italia donde se descontroló el brote; de lo que pasó en Taiwan, isla muy conectada a China, donde sólo se tienen 50 casos. El caso de Taiwan es muy importante atender. Una combinación de 124 medidas donde destacan el control fronterizo de personas provenientes de zonas de contagio, manejo de data de migración para ubicar posibles vectores y cuarentena domiciliaria de casos monitoreados por celular.
Muchos quieren hacer una experiencia pedagógica de la pandemia, otros exigen solucionar los problemas de agua y hospitales. En realidad, un solo objetivo importa ahora: Lentificar la propagación para atender mejor los casos que requieran hospitalización y así, reducir las tasas de mortalidad. Lo demás, ni viable y/o puede esperar.
Cuando el gobierno establece cuarentena, control migratorio, prohíbe conciertos, partidos de fútbol o cualquier forma de agrupación mayor de 300 personas y a la vez dice que para combatir el contagio basta con lavarse las manos, las personas procesan la información como una incongruencia, algo están ocultando, esto se va a poner peor, es mejor abastecerse. Ante la amenaza e incertidumbre, el cerebro procesa la información en función del sistema límbico. No se trata de un problema cultural peruano. El fenómeno del papel higiénico ha ocurrido en otros países. Un colega me escribe consultando sobre su jefe porque deben brindar atención de matrícula a más de 1,200 personas en los siguientes tres días de la semana. Le parece un abuso de parte del jefe, que no piensa en sus trabajadores y sus familias. La prevención disfrazada de miedo nos hace ver primero nuestra seguridad y es una reacción natural.
Mientras eso sucede con la mitad de los peruanos, la otra mitad dispara criticando de falta de empatía, insensibilidad y califica hasta de estupidez la compra irracional de suministros. Las redes sociales ayudan en ello. Al final, grupos enfrentados. Si tienen tiempo, pasan por aislamiento o cuarentena, dediquen a ver las primeras temporadas The Walking Dead, donde un virus (sí, un virus que vuelve zombies, pero eso es lo menos importante) convierte a los no-contagiados en grupos tribales que se disputan seguridad y recursos guiados por el miedo. No sólo hay que enfrentar el coronavirus, sino también el miedo irracional. Difundir mayor información ayuda. Apelar a la solidaridad y colaboración. Este virus más que a matar vino a desafiar nuestro sentido de humanidad.
Lima, 13 de marzo de 2020