En setiembre de 2012, la BBC Mundo destacó un hecho que para los medios de comunicación peruanos casi pasó desapercibido: un grupo de niños y adolescentes cusqueños presentaba una exposición fotográfica en Londres, exactamente en el edificio de la agencia Reuters. Simbólicamente, la muestra se llamaba A través de mis ojos. En ella, treinta jóvenes de un albergue de Ccorca ─una de las comunidades más pobres de Cusco─ retrataban con cámaras desechables las actividades cotidianas del campo en las que suelen estar inmersas sus familias: tareas como pastoreo, cultivo de flores y recojo de leña y transporte en burros, por ejemplo.
La primera paradoja: que esta exposición que se realizaba en Inglaterra por segunda vez nunca se había visto en Lima, la capital del país donde vivían estas personas.
La segunda paradoja: que eran imágenes tan sinceras en su sensibilidad que un deslumbrado David Clarke, director de fotografía del afamado Tate Museum, llegó a decir que parecían provenir «directamente del corazón».
La tercera paradoja: que por su calidad de composición, uno olvidaba que las fotografías habían sido registradas por hombres y mujeres que apenas contaban entre once y dieciocho años de edad que en un solo fin de semana habían recibido una clase técnica de una hora sobre cómo empuñar la cámara y disparar sobre el objetivo.
En otras palabras: desde los andes, un grupo de jóvenes anónimos le mostraba al mundo otras facetas del Perú que nada tenían que ver con el turismo ni con ese desconcertante patrioterismo tan de moda en estos días: solo exhibían sus sencillas vidas rurales. Sin alardes ni presunciones.