Eduardo León Zamora / Para EDUCACCIÓN
Los currículos son considerados dentro de la literatura especializada como un dispositivo pedagógico fundamental para el trabajo educativo. Sin embargo, en la realidad cotidiana de las escuelas, ha estado lejos de ser un referente fundamental y tampoco ha sido un instrumento indispensable para la programación de las unidades de aprendizaje. Esta situación se agudizó progresivamente a lo largo del colapso educativo en nuestro país (1960-2007), llegando a su clímax en el contexto del fenómeno ECE (2007-2017) cuando llegó a convertirse en una herramienta irrelevante debido a las orientaciones de política curricular durante las gestiones de Chang, Salas y Saavedra.
Hagamos memoria. El fenómeno ECE sorprendió a todo el mundo. Lo que debía ser un instrumento de medición se convirtió en un arma contra el magisterio en el gobierno aprista, en algo incomprensible en la primera gestión ministerial del gobierno de Humala, y en el centro de las políticas educativas de la segunda gestión ministerial con Saavedra. Chang abandonó el DCN cuando se dio cuenta que la ECE producía unos efectos inesperados. Salas intentó frenar sus efectos más negativos impulsando una reforma curricular con una estrategia fallida. Y Saavedra dejo en compás de espera el cambio curricular hasta que se percató de su error y lanzó, inesperadamente, el nuevo currículo nacional. El resultado de todos estos movimientos fue el convencimiento de que el currículo no sirve para nada o que, al menos, se puede prescindir de él.
Durante 10 años, el magisterio ha estado trabajando sin que el Ministerio de Educación desarrolle una política curricular clara ni coherente. ¿Cómo se podría hacer para que el profesorado crea en la utilidad y el sentido que puede darle un currículo a su trabajo profesional? ¿Es necesario que esto ocurra? ¿Por qué deberían asumir el nuevo currículo?
Sin duda uno de los ingredientes del colapso educativo fue de carácter curricular. Currículos mal diseñados, con serios problemas para ser comprendidos e implementados. Demasiado extensos, demasiado densos. Demasiado alejados del saber pedagógico del docente real y sin capacidad de tender puentes con él. Currículos sin el suficiente o el adecuado soporte para poder ser desarrollado. Todo ello dentro de políticas curriculares débiles, incapaces de comprender la dinámica de nuestras escuelas y su cultura o de entender el pensamiento docente y sus motivaciones.
De allí que sea necesario reflexionar sobre cómo implementar el nuevo currículo, cuyas virtudes y vicios no me interesa discutir aquí. Eso lo haré cuando vuelva a la carga en mi trabajo directo con mis colegas docentes. Ahora quiero centrarme en la política curricular. Este currículo tiene buen material para explotar y hay que extraer de él lo mejor. En principio nos quedamos con su impronta ciudadana, democrática e intercultural, suficiente como para recuperar el sentido de la educación que gran falta hace. Y luego, su pretensión holística. Ambos elementos nos dan dos invalorables referentes para construir un discurso coherente y sólido para impulsar una política curricular vigorosa.
Esta política deberá fundamentarse en cuatro soportes, a mi juicio: Comunicación, confianza, motivación y formación. Creo, incluso, que en ese orden.
¿Qué estoy entendiendo con comunicación? En primer lugar mensajes claros y honestos. Dar respuestas de sentido. Hacia donde queremos marchar como sociedad, como ciudadanos y ciudadanas. Y ya tenemos una primera respuesta. Y es una respuesta crucial porque queremos garantizar que esas respuestas se conecten con la cultura escolar y el profesorado. ¿Cuál es esa? Queremos una formación holística y queremos formar ciudadanos emocionalmente saludables, democráticos e interculturales. ¿Cómo se conecta esto con el profesorado y el mundo escolar? Pues el discurso de la formación integral tiene una larga tradición. Una tradición que difícilmente dejan de lado. Incluso, las docentes más influenciadas por el fenómeno ECE nunca dejaron de referirse a la necesidad de brindar una educación integral (León, 2017). Recordemos también que con el impulso de las Rutas de Aprendizaje implementadas en la gestión Salas, muchos maestros y maestras se apropiaron de la noción y sentido de los aprendizajes en una coyuntura de desorientación y confusión alrededor de lo curricular e influenciada por los efectos del fenómeno ECE. Sacando provecho de esta experiencia podemos incidir en la importancia de las competencias básicas como centro y garantía de una formación integral. Y, definitivamente, incorporar el horizonte de una sociedad saludable, emocional y ambientalmente, democrática e intercultural, dando contenidos precisos a estas ideas.
Esta comunicación debe venir desde la ministra hasta la última funcionaria de las DRE y de las UGEL. Debe ser un mensaje central y coherente. Eso significa colocar a la ECE fuera de la lógica central del sistema educativo y desarrollar otras políticas de evaluación de carácter formativo, de estímulo y de desarrollo profesional que se distancien de lo hecho por Saavedra en este rubro. Hay que desarrollar iniciativas y mecanismos que aseguren que este es el núcleo, el corazón del trabajo pedagógico.
Un discurso consistente con medidas de política sistémicamente coherentes es capaz de generar confianza en el magisterio. Así, el Ministerio podría recuperar autoridad y legitimidad en materia curricular. Con todo esto, podemos motivar al profesorado. La motivación también está relacionada con las oportunidades que damos a maestros y maestras para crear, innovar y transformar su práctica. Ser docente exige ser tratados como profesionales, no como operarios. Y sus esfuerzos deben ser reconocidos. Hay que aprovechar la experiencia acumulada por el MINEDU al respecto.
Sin embargo, nos enfrentamos a un gran escollo, si el gobierno no detiene la iniciativa legislativa para modificar las escalas remunerativas. Hacer estos cambios constituye un atropello a los derechos del profesorado y una estúpida acción que lesiona la confianza en este gobierno. Por eso, me refiero a políticas sistémicas y coherentes.
Frente al rechazo del currículo protagonizado por grupos antidemocráticos de diversas iglesias no queda más que una posición clara y firme, así como una clara campaña de difusión que aclare las tergiversaciones y mentiras. Y nada más. No hay que darles mayor importancia.
Un elemento fundamental en el proceso de formación deberá ser la comprensión y operativización de los enfoques de educación ciudadana, democrática, intercultural, socio-emocional; así como la cabal comprensión de lo que significa una educación integral y cómo abordarla a través del desarrollo de competencias. Sería lamentable quedarse solamente a nivel general y superficial como ha solido ser la tendencia. Y, definitivamente, será fundamental impulsar proyectos y Planes de Trabajo comprometidos con esta intencionalidad, para impregnar toda la cultura escolar, transformando y superando los formatos de monitoreo promovidos por la gestión anterior como dispositivos de modernización de la gestión escolar. En correspondencia con todo esto, tanto la evaluación de aprendizajes y de la gestión pedagógica deberá orientarse hacia estos aprendizajes, dejándose de focalizar exclusivamente hacia las áreas de Matemática y Comunicación. Esto implicará revisar el concepto de calidad educativa instalado debido al fenómeno ECE.
Un último soporte tiene que ver con la formación docente. Aquí se necesita de un cambio de 180 grados. La comprensión del nuevo currículo exige abandonar el «metodologicismo» del cuerpo de especialistas del MINEDU y poner atención al desarrollo infantil, al aprendizaje y al contexto en articulación con la enseñanza. Hay que dejar de lado el recetismo y las sesiones de aprendizaje que son un fiasco porque contradicen todos los principios y procesos que proponen. En ese sentido, una buena política curricular debe garantizar que el equipo de especialistas del MINEDU sea el primero en conocer, comprender y manejar el nuevo currículo antes de apurarse para ir a capacitar a los docentes. Es hora de trabajar el currículo en serio.
Magreb, 30 de enero de 2017
Este artículo está basado en el libro «El fenómeno ECE y sus efectos en la práctica docente». 2017. Tarea (próxima publicación) León, Zamora Eduardo