Jeremías Gamboa
En una de las entradas de “Marginalia”, su reciente libro de reflexiones y apuntes de lectura, el escritor Carlos Yushimito reflexiona sobre la naturaleza del cuento frente a la novela y a la relación que ambas sostienen con el mercado. A diferencia de la novela, que crece con la lógica del capital y se expande en la dinámica de la expansión del mercado, el cuento, nacido en un espacio pre mercantil, habita el espacio de la tradición “desde un arraigo más modesto y cauteloso en virtud de su propia vejez”. Es verdad que muchos editores, agentes literarios y lectores lo miran con sospecha, y que por ello, como la poesía, es un género menos contaminado por intereses ajenos a la literatura en sí y por lo tanto un espacio de privilegio para reflexionar sobre la realidad y el lenguaje. Lo sabe a la perfección el propio Yushimito, un escritor que hasta el momento debe todo su prestigio y sus bien ganados lectores a la estricta publicación de libros de relatos.
Dos antologías recientes han visibilizado la práctica de la narración breve y no es casual que hayan coincidido en un momento tan explosivo de la literatura peruana última. Tanto “Selección peruana. 2000-2015”, colección de textos editados por Ricardo Sumalavia (Estruendomudo) como “El fin de algo. Antología del nuevo cuento peruano 2001-2015”, selección de Víctor Ruiz Velasco (Camuflaje), reflejan la variedad y el vigor con el que los escritores nacidos entre 1969 y 1987 –ese es el espectro cubierto por los antologados– ejercen el oficio del relato corto. Se trata de una práctica que en el pasado ha dado ya algunos relatos indiscutibles como “Ciudad de payasos” de Daniel Alarcón, “Seltz” y “Los boques tienen sus propias puertas” de Carlos Yushimito o “El inventario de las naves” de Alexis Iparraguirre. Estos dos volúmenes añaden varios textos más que evidencian exploraciones tan logradas como originales. Es lo que ocurre con “La literatura en Alaska” de Cristhian Briceño, “The Cure en Huancayo” de Ulises Gutiérrez o “Rutka” de Yeniva Fernández. O en los relatos que se han seleccionado de Katya Adaui, Francisco Ángeles, Claudia Ulloa, Dante Trujillo o Karina Pacheco.
Un lugar común asume que la escritura de los cuentos es algo así como “el paso previo” para el proyecto de la novela y que, por lo tanto, una vez publicada una novela ya no tendría sentido mantener el cultivo del cuento. El caso de escritores como Pedro Llosa Vélez, que este año ha publicado “Las visitaciones” y que, al igual que Yushimito, solo ha publicado libros de relatos, o de Diego Trelles, novelista que sin embargo lanzó este año la colección de cuentos “Adormecer a los felices”, desmienten categóricamente esa idea. El cuento es el fin de algo, un fin en sí mismo. Una herramienta de exploración que a través de la revelación, la densidad del lenguaje, el poder de la imagen y la concentración de lo simbólico, revela una zona de la realidad que la novela es incapaz de aprehender.
¿Cómo, si no, entender las atmósferas y relaciones entre la real y lo fantástico y las dosis de horror infantil y de soledad con que Yeniva Fernández ha compuesto “Siete paseos por la niebla”, o los pliegues de la inacción, las oportunidades perdidas, la vida gris de hombres adultos acechados por la derrota y por la pasión con los que Johann Page ha escrito los cuentos de “Todo termina esta noche”? Se trata de dos estupendos libros de cuentos que ofrecen instantáneas logradas de la condición humana, que revitalizan la tradición universal y a la vez actualizan las señas de algunos de nuestros mejores cultores del género. En la neblina a través de la cual Fernández se acerca a la realidad para extrañarla hay ecos de aquella neblina de los cuentos de Edgardo Rivera Martínez y en esa noche tremenda mediante la cual Page describe Lima, y que es la metáfora del deseo y el fracaso, es posible advertir la sombra de Guillermo Niño de Guzmán. En ese sentido Page parece haber dado un paso adelante. Su libro ilumina un espacio poco representado en la literatura peruana pero muy presente en autores como Richard Ford: el de la adultez, con toda la carga de rutina, furor y represión que la vida conyugal trae consigo.
FUENTE: El Comercio/ Lima, 30 de agosto de 2015