El presente artículo busca promover la reflexión no solo de los líderes, sino de toda la comunidad educativa. La mejora no es un proceso exclusivo de quienes toman decisiones desde la gestión, sino de cada persona que forma parte del tejido educativo. Esto implica abrir espacios de empatía y tolerancia, donde se reconozcan las diferencias y se valore la diversidad de perspectivas. Aceptar que todos somos seres humanos con fortalezas y limitaciones, y no individuos perfectos, permite establecer conexiones genuinas y fomentar un entorno de aprendizaje colaborativo y auténtico.
Introducción
Cuando hablamos de procesos de mejora en educación, solemos imaginar gráficos de indicadores, estadísticas de rendimiento y estrategias basadas en datos. Sin embargo, detrás de cada cifra y cada métrica hay personas: docentes, estudiantes, directivos y comunidades educativas cuya dinámica y emociones configuran el verdadero terreno de cambio.
El desafío de mejorar no es sólo técnico, sino profundamente humano y demanda conectar genuinamente con otros con valentía y apertura. Del mismo modo, para lograr una mejora sostenible, necesitamos espacios seguros donde cada miembro de la comunidad educativa pueda expresar sus inquietudes, asumir riesgos y experimentar sin temor al juicio. El aprendizaje y la mejora son procesos vulnerables porque implican reconocer errores y límites.
Existen debates interesantes sobre las metodologías de mejora y el impacto real que estas pueden lograr. Algunos argumentan que los procesos de mejora continua pueden volverse excesivamente centrados en los datos, alejándose de las realidades humanas y complejas del entorno educativo. Sin embargo, existen enfoques sistémicos centrados en las personas; por lo que cuando se integra el enfoque técnico con una comprensión genuina de las dinámicas humanas, el cambio no solo se vuelve sostenible, sino también significativo. Los enfoques que equilibran datos con empatía permiten un análisis más profundo y contextualizado, lo que fortalece la capacidad de respuesta y adaptación de las comunidades educativas.
Por ello, comprender el comportamiento humano implica reconocer no solo lo que las personas hacen, sino también por qué lo hacen. Significa adentrarse en las motivaciones, miedos y esperanzas que moldean las decisiones cotidianas. En un contexto educativo, esto se traduce en entender cómo el entorno escolar, la cultura organizacional y las experiencias previas afectan las actitudes y comportamientos de docentes y estudiantes. Conectar con estas dimensiones invisibles permite diseñar estrategias de mejora más empáticas y efectivas, enfocadas en transformar no sólo las prácticas, sino también las creencias y emociones subyacentes.
La motivación intrínseca: el motor invisible
La teoría nos dice que las personas trabajan mejor cuando se sienten motivadas desde adentro, cuando sienten que lo que hacen tiene propósito y significado y les da sentido de pertenencia. En el contexto educativo, priorizar los motivadores intrínsecos permite a docentes y estudiantes encontrar satisfacción en contribuir a objetivos compartidos, fomentando una cultura donde el desarrollo colectivo prospera. Un líder educativo que reconoce y valora las experiencias únicas de cada miembro del equipo sienta las bases para la confianza y la comunicación abierta.
Fomentar la motivación intrínseca implica alinear el trabajo con los valores personales, cultivar un sentido de propósito compartido y brindar espacios de autonomía y reflexión genuina. Sin embargo, es común que se recurra a incentivos externos como premios o aumentos salariales, los cuales pueden generar competencia desmedida, tensiones y comportamientos que prioricen la apariencia de éxito sobre el aprendizaje genuino.
Es importante evitar el error de atribución fundamental, culpando a individuos por fallas sin considerar las condiciones estructurales y contextuales. Abordar los desafíos desde una comprensión sistémica nos invita a cuestionar no solo a las personas, sino también las políticas, normas y prácticas que sostienen las dinámicas educativas actuales.
La suboptimización: cuando el “yo” supera al “nosotros”
En un sistema complejo como el educativo, centrarse exclusivamente en logros individuales y perder de vista el propósito colectivo conduce a la suboptimización. Cuando cada actor o unidad prioriza su éxito personal sobre el bienestar colectivo, debilitamos la colaboración y erosionamos la confianza. Necesitamos cultivar una mentalidad de interdependencia y comprender que los logros verdaderamente significativos surgen cuando compartimos aprendizajes y asumimos responsabilidades colectivas.
Por ejemplo, pensemos en una escuela donde dos docentes trabajan en el mismo grado; sin embargo, cada uno tiene su propio entendimiento de cómo evaluar a los estudiantes. Si cada uno persiste únicamente en su enfoque sin abrirse al diálogo y la colaboración, se genera una competencia que fragmenta el trabajo del equipo docente. Estos inconvenientes pueden escalar rápidamente hacia la dirección y llegar a los padres de familia, transformando una intención constructiva en un conflicto significativo. La clave para superar esta situación es establecer espacios de diálogo y reflexión conjunta, donde ambos docentes puedan compartir sus perspectivas y encontrar puntos de encuentro. El Plan Educativo Institucional (PEI) se presenta aquí como una herramienta clave, ya que ofrece una visión sistémica y un marco común para alinear los esfuerzos hacia el bienestar integral del alumnado.
Superar la suboptimización requiere dejar de lado la competencia individual y adoptar una visión más amplia y colaborativa del trabajo educativo. Esto implica asumir que los logros individuales son valiosos, pero los verdaderamente significativos son aquellos que contribuyen al crecimiento colectivo y al fortalecimiento de la comunidad educativa.
La voz del cliente: el estudiante en el centro del proceso
En el sector educativo, especialmente en la educación básica, a menudo se considera como clientes a los padres de familia. Por ello, muchas instituciones educativas buscan satisfacer sus demandas y expectativas, llegando incluso a permitir que estas influyan en la selección de materiales y métodos de enseñanza. Un ejemplo claro de esto es la publicidad de algunos colegios preescolares que garantizan que los niños aprenderán a leer al finalizar el año escolar. Sin embargo, esta promesa no siempre responde a lo más beneficioso para el estudiante ni a lo estipulado por las normativas educativas, sino más bien a las expectativas y presiones de los padres de familia.
Por tanto, es crucial considerar la voz de los verdaderos clientes: los estudiantes. Tomar en cuenta la voz y voto de los estudiantes no implica solo escuchar demandas inmediatas, sino profundizar en sus verdaderas necesidades y aspiraciones. La educación no solo forma a individuos competentes, sino también a ciudadanos críticos, responsables y capaces de contribuir positivamente a la sociedad. En ese sentido, reflexionar sobre lo que se espera logren como aprendizaje y la razón de su importancia, ayuda a que los estudiantes comprendan la pertinencia del conocimiento; y esto a su vez puede aprovecharse solicitando sus opiniones y recomendaciones, Este ultimo insumo es el valor agregado de cualquier experiencia de aprendizaje ya que responde de forma directa y altamente significativa a los interese de los estudiantes.
Adicional a ello, es fundamental equilibrar las expectativas inmediatas con una visión a largo plazo, considerando tanto las necesidades actuales de los estudiantes como los objetivos formativos de la sociedad en su conjunto. Este enfoque permite formar individuos autónomos, reflexivos y comprometidos con su aprendizaje y su entorno.
Conclusión: La mejora como acto humano
La mejora educativa no puede reducirse a cumplir indicadores o satisfacer estándares externos; es un proceso profundamente humano que exige valentía, compasión y compromiso. No se trata solo de alcanzar metas cuantificables, sino de construir relaciones auténticas y espacios seguros donde la diversidad de voces sea escuchada y respetada. La mejora auténtica nace del entendimiento profundo de las dinámicas humanas y la capacidad de transformar conflictos en oportunidades de crecimiento conjunto, tomando en cuenta la voz del estudiante, la comunidad educativa y la sociedad.
Adicionalmente, implica reconocer que los desafíos y conflictos son inherentes a cualquier intento de cambio, pero cuando se abordan con empatía y reflexión crítica, se convierten en oportunidades para fortalecer los lazos y reconstruir el sentido de propósito compartido. La mejora educativa genuina no solo cambia prácticas, sino que transforma creencias y culturas, promoviendo una visión integral y humanizada del aprendizaje.
Lima, marzo de 2025