Iván Montes Iturrizaga | EDUCACCIÓN
La pandemia por el Covid 19 nos ha llevado de manera forzada a la educación a distancia a través de diversas plataformas digitales. Así, y de un momento a otro, nos vimos envueltos en este nuevo escenario que nos ha permitido salvaguardar (en gran medida) la educación de millones de alumnos de la educación básica; esfuerzo no exento de tensiones, incertidumbres y desgaste emocional en todos. Pero felizmente, hubo -y habrá con toda seguridad- despliegues muy esforzados de las comunidades educativas para llegar con nitidez a los estudiantes con clases motivadoras, desafiantes y con el debido soporte humano. Por otro lado, también, los padres de familia terminaron de entender que la educación no presencial (así como el teletrabajo) no era algo fácil, cómodo y barato como se pensaba al inicio; y en donde, quizá, el tener que ofrecer ayudas a sus hijos los llevaron a convencerse por completo. ¡Se trabaja mucho más a todo nivel!
De esta manera, tan abrupta y metamórfica, tuvimos que decidir acerca de cómo pasar a la educación no presencial sin perder significatividad, pertinencia y el realismo que debe mediar -al menos- en las prácticas pedagógicas. Esta situación, no solo peruana, movilizó a casi todos los sistemas educativos del mundo en una gesta empeñada en enseñar de la mejor forma posible a pesar de las limitaciones tecnológicas.
Dentro de este mar de aciertos existen algunas prácticas distorsionadoras de lo educativo que han emergido en este contexto pandémico. Una de ellas, que constituiría un reciente hábito perjudicial (o al menos improductivo), es la realización de concursos a propósito de las evidencias de los estudiantes; y en donde gana quien más “like” o “me gusta” (dedito pulgar arriba) obtiene en la red social Facebook. En esta línea algunos maestros ponen a competir a sus estudiantes en torno a canciones, declamaciones, inventos, posters, coreografías o maquetas, entre otras.
Vemos así que lo mencionado nos remite, al menos, a dos situaciones preocupantes y que dista de todo criterio pedagógico. En primer lugar, consideramos que cualquier despliegue o producto estudiantil debe de ser evaluado formativamente por parte de los maestros sobre la base de un criterio, rúbrica o especificación. De esta manera, se esperaría que los estudiantes reciban una retroalimentación oportuna para que puedan mejorar su desempeño y alcancen los propósitos del currículo nacional y de la planificación anual. Solo así, podríamos reconocer a un proceso evaluativo solvente y orientado al logro. Por tanto, un “dedito arriba” estaría distinguiendo erróneamente el trabajo de un estudiante como si este fuera el óptimo; hecho que engendra la ficción de una supuesta calidad.
En segundo lugar, cabría interrogarnos sobre la real intencionalidad de gestar una competencia entre los estudiantes. Y, en virtud a esto preguntamos, ¿No será mejor que los estudiantes compitan por conquistar aquello que deben de aprender (estándares o perfil) ?, ¿se gana algo con esta competencia que muchas veces deriva en discusiones entre los padres de familia en las redes sociales?, ¿qué de formativo tiene esta competencia sin parámetro alguno que defina calidad? En estricto, no propugnamos desterrar toda forma de competencia de las escuelas. No obstante, estimamos que estas deben de vertebrarse a la luz de razones mucho más de fondo que el simple conteo de los “me gusta” en una red social. Es más, consideramos que estas manifestaciones podrían llegar a ser peligrosas pues desdibujarían la auténtica motivación intrínseca por aprender independientemente de los diplomas, ránquines o premios. Por último, pensamos que esta serie de prácticas generarían una desvivida -e innecesaria- preocupación por parte de los padres de familia quienes -con frecuencia- asumen como propias estas competencias otorgándoles una importancia desmedida.
Reflexión final
Seamos sinceros. Un “like” no nos habla de la calidad de algo, sino más bien, de la cantidad de votos de los familiares y sus amistades en el Facebook. Lo cual distorsiona el real sentido de la enseñanza por aportar poco (o nada) a los estudiantes. Además, habría que atender a sus posibles efectos negativos como la insustancialidad, la trivialidad y la frivolidad de lo pedagógico.
De esta manera, para no caer en inconsistencias infructíferas será importante el transferir (con la debida adecuación) las prácticas más significativas de la presencialidad al ámbito virtual de enseñanza de la mano de criterios; los mismos que podrían ser propuestos por los cuerpos directivos y docentes de todos los niveles ¡Un concurso de “me gusta” no convierte a la educación en innovadora!, ¡Preguntémonos siempre por la pertinencia pedagógica para evitar caer en la superficialidad!
Lima, 08 de marzo de 2021