“Nadie me contaba cuentos antes de dormir ni me permitieron coger libro alguno hasta que cumplí los cinco años. Por eso de que los bebes rompen libros, claro. Sí escuchaba historias de fantasmas de mis abuelos a la hora de la cena. El primer libro que cayó en mis manos fue la Biblia y me provocaba pesadillas…”
Ante el embate de las nuevas tecnologías y de lo audiovisual (televisión, cine, internet, videojuegos) y la pérdida de interés por la lectura de libros, el sistema educativo estuvo muy preocupado porque los niños y adolescentes se motivaran y le cogieran el gusto por leer. El disgusto o displacer al leer un texto parecía ser una de las causas más poderosas de los bajísimos resultados de lectura en evaluaciones nacionales e internacionales. Entonces se utilizó como lema que para aprender a leer y comprender un texto era necesario sentirse motivados y, para eso, era importante que el niño sintiera placer por la lectura. Sin embargo, se asumió que este placer de la lectura solo estaba conectado con los textos narrativos. Ello llevó a que en muchas escuelas del país donde se implementaba el Plan Lector o el placer de la lectura, se privilegiaran los textos narrativos como los mejores textos motivadores e ideales para la enseñanza de la lectura comprensiva. Así se abandonó la diversidad textual.
Este malentendido generó muchas falsas expectativas y en torno a estas, me permito alcanzarte algunas reflexiones sobre el placer o displacer de la lectura en contextos urbanos.
UNO.- No toda lectura genera placer. Leer un texto puede ser placentero para algunos, pero no para otros. Atribulado lector, es eso subjetividad plena: y, por añadidura, imposible de controlar. Leer un texto no solo es una búsqueda del placer. Leer también es una necesidad. Los niños y adolescentes también necesitan leer textos de diverso tipo: desde un texto de opinión o artículo académico pasando por una noticia o un aviso de servicio público hasta un formulario inevitable para un trámite burocrático. Todo depende del propósito y de sus urgencias y necesidades en un contexto también diverso: calles, quioscos, muros, cabinas de internet, ventanillas de instituciones, hogares, escuelas, universidades. Quizás no nos agrade mucho leer algunos de esos textos, pero necesitamos hacerlo como parte de nuestra vida académica o ciudadana por el propósito de informarnos, prepararnos para un proyecto o examen, cumplir con normas ciudadanas, etc.
DOS.- El placer de la lectura se ha reducido al universo de los textos narrativos escritos. Quizás sea por esas historias que las madres contaban a los niños antes de dormir; quizás porque los escritores sean tomados como modelos de lectores y escritores en el imaginario social; quizás porque antes de la aparición de la televisión, el cine, internet y videojuegos, la lectura de novelas y cuentos era casi la única forma de “entretenimiento culto”. Sin embargo, muchos textos de otro tipo también pueden generar interés, curiosidad, placer. Podemos leer, con suma atención, una noticia curiosa e inesperada en un periódico, una descripción enciclopédica sobre un ave que nunca deja de volar, un instructivo que nos va a enseñar para participar en un juego interesante, etc. El placer no solo se restringe al gusto estético; sino a la simple curiosidad e interés de textos no literarios.
En ese sentido, todo texto puede resultar motivador dependiendo de la necesidad del lector y, por otro lado, el disfrute de la lectura es un aspecto muy subjetivo y personal del lector. Cada lector tiene diferentes gustos por determinados temas o tipos textuales.
“Mi segundo acercamiento a la lectura fue más placentero: las historietas. Esta era una práctica letrada familiar. Nos pasábamos los comics de aventuras, de suspenso, de terror, de comedia, policiales, westerns, etc. que compraba mi tío en el kiosco de la esquina. Abuelos, padres, tíos y yo leíamos silenciosamente. Ni siquiera comentábamos las historias ni nuestros gustos. Nadie promovía ni motivaba lectura alguna. Al contrario, yo sospechaba cierta vergüenza familiar sobre ese tipo de lecturas triviales…”
TRES.- Los niños y adolescentes sí tienen gusto por la lectura, pero no necesariamente por los textos que la comunidad lectora de adultos considera legítimas, valiosas, canónicas. El interés de la mayoría de niños y adolescentes se centra en, por ejemplo, noticias deportivas, letras de canciones, correos electrónicos, historias de videojuegos, diarios, blogs, mensajes de textos enviados por celular (los SMS fueron inventados por los finlandeses, esos modelos de “buenos lectores”), facebook, etc. De ahí que los adultos creamos que los niños son malos lectores porque no leen “con placer” lo que nosotros creemos son las mejores lecturas (obras literarias, tratados históricos, artículos académicos, libros de texto escolares, etc.) y estigmatizamos sus prácticas lectoras.
“Me gustaba leer las enciclopedias. Clasificaba las lecturas. Escogía los animales que más me interesaba y los resumía. Tenía un cuaderno para eso. Ese era mi libro. Nadie sabía que lo hacía. A los nueve años me compraron unas novelitas de oferta. Solo me acuerdo de uno. Le dije a mi abuela que la habían engañado. No era una novela, era un libro de cuentos. Me interesé por ese coladito, por ese embuste. Así leí “El gato negro”. Era un libro de cuentos de Poe”.
CUATRO.- Ahora bien, es cierto que no podemos reducir las lecturas al gusto o al placer en las aulas. No es solo eso. Es darles oportunidades a los chicos para que lean también textos que necesitan y/o necesitarán en su vida cotidiana. ¿Alguien entra en un estado de euforia indescriptible cuando tiene que leer y completar formularios burocráticos en algún ministerio o municipalidad? Pero hay que hacerlo para cumplir con el trámite. ¿Quién, durante su vida universitaria o profesional, no ha tenido que leer textos aburridos o densos, incluso innecesarios? Pero hay que aprobar el curso. ¿Alguna vez la lectura de un aviso de servicio público o una noticia sobre una tragedia le ha producido una corriente de éxtasis máximo, de placer innombrable? Pero había que informarse por algún motivo.
CINCO.- Quizás el placer o, más bien, cierta empatía lectora, pueda estar ligado no solo al texto sino a las estrategias de enseñanza, a las actitudes de respeto que debemos tener los docentes a las lecturas de los chicos sin estigmatizarlas ni menospreciarlas. Eso implica entenderlas, apropiarse de ellas a través de los niños y adolescentes mismos, recuperarlas para conectarlas con aquellas prácticas que les son algo más lejanas pero muchas veces necesarias en los contextos de aula, y con distintos propósitos. Quizás el placer o la motivación por leer puedan estar ligados no solo al texto, sino al reto que implica conocer o saber algo o porque eso que se va a leer va a permitir hacer cosas interesantes a los chicos. Pero sí hay que asumir que también van a existir en cualquier espacio textos nada placenteros.
“La historia de mi hijo fue inversa. Le contaba cuentos a la hora de dormir y hasta dramatizábamos de vez en cuando algunas historias. Se mataba de risa con las historias de Keiko Kasza. Ahora tiene 11 años y no le gusta leer más que de fútbol en una página de internet. Le enloquece más jugarlo que leer sobre el fútbol. Y así está bien…”
SEIS.- El Plan Lector, tal como se desarrolla en muchas escuelas públicas y privadas, tiene como propósito desarrollar el gusto por la lectura enfatizando el carácter libre, creativo, lúdico y placentero. Sin embargo, muchas veces, el Plan Lector termina siendo una lista de libros de novelas o cuentos que la escuela impone para que los estudiantes lean obligatoriamente durante el año. ¿Eso es lectura libre y placentera? Hay algunas escuelas en las que los niños y niñas escogen “libremente” lo que quieren leer dentro de una lista de novelas y cuentos legitimadas por un canon tradicional y literario, por la decisión de una editorial que ofrece combos y, por supuesto, por la escuela misma. Pero los gustos de quiénes son ¿de los estudiantes? ¿Realmente se atiende sus gustos? ¿O es el gusto y el placer del adulto con todos sus prejuicios?
SIETE.- Solo un punto más: ¿por qué se cree que solo los textos literarios implican un mayor esfuerzo imaginativo, creativo, reflexivo, profundo frente a lo audiovisual y las nuevas tecnologías? Es decir, ¿una novela de Bayly puede ser más imaginativa o creativa que la película El Joven Manos de Tijera del director Tim Burton? ¿O el lenguaje del chat no es tan experimental como muchos de los textos de Cortázar?
EPÍLOGO.- Y si esto que acabas de leer te gustó no es porque sea literario, te lo aseguro. Y si te inquietó, mejor, porque ya enganché contigo, pues al leer este escrito has participado de un texto no canónico, no literario, no estrictamente académico, no impreso, digitado en blog, compartido en feis, virtual, en fin. Más tarde, disfrutaré al chatear contigo o mandarte un mensaje x celu. Parte de ese extraño placer de “inmigrante digital” es que no tendré que cuidar mi hortografía para florear contigo o con otros amixers, xq, ps?
x100pr tuyo, atte, fernando llanos 😉
Lima, 20 de enero de 2015
[Fotografía (C) Alba Soler]