José Carlos Vera Cubas y Javier Vera Cubas | EDUCACCIÓN
Hace algunos años, viajando por una comunidad del Alto Putumayo con una delegación del MIDIS, visitamos el Tambo Soplín Vargas. Nos recibieron las autoridades comunales, el alcalde distrital, el alcalde del centro poblado, la población, y representantes de diversos programas púbicos nacionales y regionales. La foto era por demás elocuente: al lado de las autoridades, un arcoíris de colores, logos y slogans. Eran los gestores territoriales con sus distintivos chalecos, cada uno con servicios específicos orientados a su “población objetivo”. Si bien el alcalde distrital los conocía bien y reconocía su capacidad y esfuerzos por coordinar, nos confesaba también que “la mayoría de las veces se van por su cuenta y me informan cuando ya las cosas están hechas”.
Luego de ver el Tambo, fuimos a visitar cada uno de los establecimientos públicos: el local comunal, los locales escolares de inicial, primaria y secundaria, el centro de salud, el puesto policial, cada uno con su propia lógica de funcionamiento y distantes además del Tambo, el cual se encontraba particularmente lejos del “centro del pueblo”, desconectado de los circuitos y dinámicas cotidianas de la población.
Situaciones así se cuentan en todo el país y a distinta escala.
Por la misma época, en la Escuela de Producción de Espacio Público “Barrio y Niñez” (EPEPBN), del entonces incipiente Programa Urban95 Lima[1], el equipo de la Municipalidad de Comas propuso trabajar en el barrio de Año Nuevo, el más inseguro del distrito. El espacio que proponían recuperar era su Parque Central, que tenía alrededor dos colegios, un mercado, un local de la prefectura, el local comunal, un centro de salud, una parroquia y un local del Inabif. Todos los equipamientos que se podrían desear en un barrio, concentrados y cercanos. Al visitar la zona y realizar el diagnóstico urbano, encontramos que todos estos equipamientos se encontraban encerrados en muros ciegos, dándole la espalda al parque. Acaso la causa, o la consecuencia, de la inseguridad identificada.
En las reuniones y talleres para el desarrollo de este proyecto, los encargados de cada uno de estos equipamientos contaban su propio drama. Desde su mundo, aislado de la realidad exterior por dichos muros, que en teoría los protegían, desconocían o querían desvincularse de las problemáticas extramuros: “ya tengo suficientes problemas con lo mío”. Al socializarlos, se reconocían e identificaban, comprobando con sorpresa que compartían los mismos problemas que el resto del barrio.
En los demás proyectos de la EPEPBN aparecían situaciones similares: un muro abandonado frente a un colegio en Carabayllo, un mercado ensimismado y hermético en Pucusana, un local municipal desvinculado de la plaza en la que se encuentra en San Juan de Miraflores. Si pusiéramos todos los muros ciegos que hay en algunos barrios a lo largo de su calle principal, probablemente no entrarían.
El muro y el chaleco
El Perú atraviesa su bicentenario sin haber resuelto sus grandes problemas estructurales. La sociedad fragmentada que somos produce el espacio fragmentado en el que habitamos, y este contribuye a su reproducción. Una profunda crisis de lo público, asociada a la desconfianza generalizada en “el otro”, se manifiesta en el abandono de los espacios públicos y en un desmedido miedo a la calle, lugar de la diferencia, el encuentro, la libertad, y por tanto, también del aprendizaje.
En este contexto, la convivencia en nuestras ciudades resulta fallida (conflictiva, o más bien temerosa del conflicto), y nos autoexcluimos en nuestros espacios privados y/o virtuales, alejados de desconocidos.
La gestión territorial, en sus diferentes escalas y desde los diversos actores, no podría hacerse de otra manera: fragmentada, operando desde recintos cerrados e intentando controlar las dinámicas cotidianas del espacio público desde lo concebido, lejos de lo vivido y percibido [2].
El más claro y concreto símbolo de este problema socioespacial son los muros que se reproducen por toda la ciudad dividiendo barrios, como el famoso “Muro de la Vergüenza[3]”, “protegiendo” viviendas, como los condominios amurallados construidos durante el boom inmobiliario, o delimitando diferentes infraestructuras, como los colegios de todas las regiones del Perú: edificios encerrados en muros perimétricos ciegos que niegan la calle y dan la espalda a su entorno, creando así islas de una ficticia seguridad que contribuyen a la creciente inseguridad del mar que las rodea.
El otro símbolo es el chaleco. La mayoría de quienes los usan, servidores públicos con mucha vocación y compromiso, realizan visitas domiciliarias y a distintos establecimientos con el fin de observar y levantar información para sus reportes, que luego alimentarán sistemas de información de proyectos, programas, direcciones; en suma, de sus “sectores”. Cada sistema de información tendrá datos parciales sobre determinado ámbito de la vida de las familias: consumo de hierro en infantes, hijos matriculados en escuela que reciben Qali Warma o cuentan con materiales educativos, adultos mayores con acceso a pensión 65, hogares con acceso a agua potable, con conexión a internet, etc. Pero ningún sistema tendrá la foto completa de la situación del hogar y la familia en las múltiples dimensiones de la vida, para que autoridades y gestores tomen las mejores decisiones en favor del bien común.
El chaleco es la metáfora perfecta de lo que los gestores públicos conocemos como “competencia”, ese ámbito fragmentado de la vida de las personas sobre el que tenemos un mandato legal (según la organización sectorial del Estado) para desarrollar una acción pública que preste un servicio, satisfaga una necesidad y cumpla un derecho.
El gran problema es que ese modelo está cada vez más alejado de la realidad, del territorio y de las personas. Las normas, los presupuestos, los reportes y los servicios responden más a la lógica sectorial fragmentada del estado, que a las necesidades de la gente. Los sectores y programas se despliegan en el territorio como esos caballos de carrera que, tapados de visión lateral, sólo miran el frente para llegar primero a la meta, sin saber incluso que otros ya llegaron, que se chocaron en el camino o que podrían llegar juntos.
De modo similar, nuestra visión de la ciudad aun responde a un concepto desfasado y alejado de la realidad: la “zonificación”, una teoría racionalista propuesta por arquitectos modernistas hace casi 90 años[4], según la cual la ciudad debía organizarse por zonas funcionales diferenciadas: vivienda, recreación y trabajo, unidos por la circulación gracias al automóvil. La historia posterior, y las entonces nuevas nociones de lugar y habitar, entre otras, demostraron que las personas no viven de esa manera fragmentada. Hoy en día las ciudades centradas en las personas, preocupadas por la vida cotidiana y la escala humana, promueven la mixticidad de usos, la multifuncionalidad, la superposición, la hibridación… la ciudad como un sistema integral complejo, por lo que las intervenciones en ella no pueden ser sino multidimensionales y multiescalares.
Escuela-Barrio-Comunidad
Como hemos visto, los “muros” y “chalecos” que separan y fragmentan, son reflejo de un modelo de gestión y gobernanza territorial que nuestro proceso de descentralización no ha podido transformar ni superar (según era su mandato) y que se expresa en el uso ineficiente de recursos y corrupción, equipamientos subutilizados o mal emplazados, pobres indicadores de desarrollo, en suma, sistemas incongruentes y desarticulados que no están resolviendo los problemas de la gente ni aprovechando sus potencialidades.
Frente a esta situación, un enfoque de rectorías habilitadoras y garantes debería generar marcos institucionales flexibles que apuesten por construir y potenciar plataformas de gobernanza colaborativa[5] territorial que reúnan a múltiples actores públicos, privados y de la sociedad civil para participar en la toma de decisiones locales por el bien común.
Es posible aportar a dichos objetivos con proyectos urbanísticos, arquitectónicos, sociales y de gestión desde la escala intermedia (lo equivalente a un barrio) que, a través de la producción de espacios públicos vivos (lúdicos, seguros, saludables y educadores) en los entornos de los colegios, generen las condiciones para disolver los muros que los encierran, y convertirlos en centralidades dinamizadoras del territorio, dispositivos abiertos a la comunidad que a su vez ayuden a romper los “límites competenciales” sectoriales y programáticos del Estado peruano.
Estos Proyectos Urbanos Integrales (PUI) requerirían de un trabajo transdisciplinar e interinstitucional organizado en cuatro líneas de acción:
- Fortalecimiento de la participación ciudadana y del tejido social.
- Implementación de obras físicas progresivas.
- Capacitación, investigación y construcción de conocimiento.
- Comunicación, incidencia política y escalamiento.
Casos en construcción:
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Extramuros Año Nuevo
Es un proyecto de investigación-acción/creación en los barrios urbano vulnerables de Lima, cuyo primer piloto se desarrolla, gracias a la cooperación internacional, en Año Nuevo, el barrio más inseguro del distrito de Comas.
Bajo el enfoque de derecho a la ciudad, entendido como la participación activa en su transformación[6], se propone la apertura progresiva de los muros perimétricos que han conformado un sistema de calles-callejón, sin “ojos en la calle”[7], que empobrece la vida social. La estrategia definida en el PUI, que empieza por la transformación del Parque y el Colegio Libertad, con actividades y programación educativa, cultural y productiva, se viene desarrollando por etapas:
- Proyecto “semilla” (2018-2019): Se construyó un espacio vivo y dinámico en el ingreso del colegio a partir del giro de la pista que antes lo atravesaba.
Foto 5: Nuevo trazo de la vía con espacio público recuperado
- Pausa por pandemia (2020-2021): Se desarrolló una investigación sobre espacio público e inseguridad ciudadana.
- Consolidación del proyecto “palanca” (2022): Se está extendiendo el espacio público del borde del colegio hacia el parque, y se mejorarán los ingresos y se creará nueva infraestructura que vincule el colegio con el barrio (una biblioteca comunitaria y una red de reciclaje de aguas grises de los baños del colegio para regar el parque).
- Expansión PUI (2023): Se recuperará integralmente el perímetro del colegio y se replicará la metodología de intervención en los demás equipamientos y espacios públicos estratégicos del barrio.
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Aprendo en Comunidad, gestión comunitaria que hace escuela.
La Pandemia nos mostró la cara más dramática de las brechas en nuestro país, pero también trajo consigo una multiplicación de iniciativas y experiencias innovadoras de gestión educativa para hacer frente al cierre de escuelas.
La Comunidad de Práctica de Gestión Educativa – COP del MINEDU, impulsó la identificación y el fortalecimiento de buenas prácticas para su réplica y escalamiento nacional. Estas experiencias dieron vida a Aprendo en Comunidad, donde iniciativas tan ricas como Aprendo en el Tambo en Piura o Aprendiendo al son del Manguaré en Loreto, o los puntos de encuentro en Lima Metropolitana, pudieron ser conocidas y replicadas.
Tras un año de implementación, se pueden señalar algunos patrones comunes:
- Dilución inicial de las fronteras físicas de la escuela hacia el territorio.
- Involucramiento y organizaron de autoridades públicas locales y actores y privados de todo nivel y procedencia.
- Participación activa de la comunidad educativa, basada en tejido social comunitario ya existente, legitimado y activado frente a la crisis.
- Uso común y aprovechamiento de recursos de todo tipo dispersos en territorio para un fin común.
- Pertinencia cultural y territorial, construidas participativamente desde la experiencia, las voces y las vivencias de los actores.
- Uso (aún limitado) de información nominalizada para identificación, prevención, seguimiento y recuperación de estudiantes y familias al sistema educativo.
Reflexiones finales
En el actual contexto de crisis, polarización y desesperanza, es urgente repensar la escuela como espacio formador de ciudadanía, productor de nuevos sentidos y promotor del bien común. La escuela puede convertirse en el corazón del barrio o la comunidad que cuida, articula estrategias y suma voluntades, teniendo como centro a las niñas, niños y adolescentes no solo como usuarios, sino como habitantes, ciudadanos y productores de espacio público, aprendiendo lúdicamente y conviviendo con sus diferencias.
Para ello es importante retomar algunas pistas de lo aquí planteado:
- Potenciar lo multidimensional para el diseño de políticas públicas integrales y multisectoriales. Territorializar las decisiones públicas implica des-sectorializar los servicios y comprender la satisfacción de necesidades desde la complejidad e integralidad de la vida y las expectativas de las personas.
- Incorporar el enfoque de rectoría habilitadora y gobernanza territorial, implica discutir y revertir el sentido de la cadena de producción de servicios públicos y su control. La competencia y la función nos constriñe y nos orienta a la meta específica disociada del resultado integrado. Por otro lado, la cooperación con roles complementarios y concurrentes nos permite pensar más en visiones integrales y resultados desde esa perspectiva multidimensional de la vida de las personas.
- Pensar en nuevos modelos de gestión y gobernanza territorial, permite configurar también nuevas espacialidades de la vida cotidiana y nuevos modos de producción del espacio, y viceversa. Para ello se requiere cuestionar los actuales enfoques, herramientas y metodologías de la planificación y el diseño urbano y territorial, hacia modelos más acordes con nuestra realidad.
- La gobernanza colaborativa, desde la planificación del territorio, permitiría articular, extender y conectar diversas intervenciones públicas y privadas con las necesidades y potencialidades de los ciudadanos. Esto requiere contar con rectorías habilitadoras y garantes que confíen, fortalezcan y transfieran efectivamente a las instancias descentralizadas, las decisiones y los recursos (con mucho control concurrente y posterior) para organizar, localizar y prestar servicios integrales con calidad y pertinencia, poniendo al centro al ciudadano en las distintas etapas de su vida.
- Experiencias como las reseñadas hay muchas, que nos muestran que es posible alcanzar los objetivos desde el atrevimiento y la innovación. Hace falta apoyarlas, sistematizarlas, socializarlas, integrarlas y escalarlas, para que dejen de ser casos aislados de éxito y se conviertan en el estándar de una nueva normalidad menos desigual para todos los peruanos.
La gestión del territorio y la producción del espacio son indisociables. Sacarnos los chalecos para integrarlos va de la mano con diluir los muros para reencontrarnos.
Lima, 18 de julio de 2022
ESCRITO EN COAUTORÍA CON JAVIER VERA CUBAS, arquitecto urbanista de la FAUA-UNI, especialista en procesos participantes de regeneración urbana desde la escala barrial. Trabaja entre Perú y España, como proyectista independiente desde Oficina Abierta y Espacio Residual, y como investigador principal en CONURB-PUCP. Es miembro del equipo curatorial y gestor de “Espacios Revelados Lima”. Conferencista, tallerista y profesor invitado en diferentes universidades y eventos sobre espacio público, cultura, participación, educación e infancia.
NOTAS
[1] Iniciativa de la Fundación Bernard Van Leer impulsada por la Municipalidad Metropolitana de Lima.
[2] Categorías conocidas como “la triada espacial” en la “teoría unitaria” de Lefebvre (La Producción del Espacio, 2003).
[3] Un largo muro que divide Pamplona Alta en SJM de Las Casuarinas en Surco.
[4] Desarrollada en la Carta de Atenas, manifiesto presentado en el IV Congreso Internacional de Arquitectura Moderna en 1933.
[5] La gobernanza colaborativa se refiere a “los procesos y estructuras de toma de decisiones y gestión de políticas públicas que involucran a las personas de manera constructiva a través de los límites de los organismos públicos, los niveles de gobierno y/o esferas pública, privada y cívica. En este proceso, los participantes coproducen objetivos y estrategias y comparten responsabilidades y recursos” (Emerson, Nabatchi y Balog).
[6] Henri Lefebvre (El derecho a la ciudad, 1969).
[7] Concepto esencial de seguridad en el espacio público aportado por Jane Jacobs (Muerte y vida de las grandes ciudades, 2011)