Walter Twanama | SUDACA
Con el regreso a las aulas, la infraestructura educativa nuevamente estará bajo observación de padres y madres de familia. Este es un tema que preocupa desde siempre en nuestro país, desde fines del siglo XIX la reivindicación de educación -sobre todo en zonas rurales- se tradujo en el establecimiento de escuelas -básicamente primarias- en todo el territorio nacional. Tenían normalmente un solo maestro o maestra, contratado por los padres de familia, quienes luego buscaban reconocimiento oficial por parte del Estado. Este movimiento cierra llegando a la década del 60 del siglo XX, en que el estado redobla esfuerzos para el establecimiento de escuelas, lo que ha seguido hasta hoy.
Esos padres, esas comunidades, soñaron un futuro mejor para sus hijos fundando escuelas con su propio esfuerzo, pero lamentablemente las construcciones desarrolladas así carecieron de criterios técnicos que garantizaran su calidad: las aulas (muchas veces únicas) eran unas paredes y un techo, sin mayores añadidos; el saneamiento se limitaba a unos silos, sin acceso a agua potable y corriente, la electricidad fue apareciendo paulatinamente pero no en todas partes, como ahora la conectividad, pero la ausencia más importante estaba en la propia estructura de la escuela, en muchas de estas no había columnas que la sostuvieran en caso de cualquier percance, por ejemplo un sismo.
Para resumir, podríamos parafrasear al arquitecto y expresidente Fernando Belaunde: “el pueblo las hizo”, sí, el pueblo las hizo, pero sin columnas.
Miles de estas escuelas siguen funcionando hasta el día de hoy. A ellas se suman otros tipos de problemas: Hay las Grandes Unidades Escolares (GUE) de la época de Odría, convertidas en Colegios Emblemáticos por Alan García en su segundo gobierno, algunos de los cuales están sobre poblados mientras otros se encuentran semi desiertos; hay escuelas medianas que funcionan en locales alquilados sin condiciones para la educación, están también los colegios de Fujimori de los años 90, que presentaron algunos problemas de consistencia. Incluso ha habido hasta hace poco, colegios rurales en medio de Lima, mantenidos con vida para preservar plazas docentes más que por la voluntad de educar efectivamente.
Esta serie de esfuerzos no fue bien pensada y menos planificada en su momento -una oportunidad reciente, desperdiciada, fue la “Reconstrucción con Cambios”- y produjo un enorme desorden, tanto que los registros de instituciones educativas y de locales escolares no son “linkeables” entre sí.
Cuando se habla de infraestructura inmediatamente se piensa en construcciones que involucran personal, materiales e incluso estas grúas modernas que ocupan toda la pista, y luego se piensa en el equipo responsable de estas tareas con un ingeniero a la cabeza, pero en la educación pública la cosa es bastante más compleja: en principio sería conveniente analizar la oferta de infraestructura educativa y contrastarla contra la demanda, ver si tenemos escuelas (y a continuación docentes y recursos materiales) y si ellas hacen match con la población, porque puede haber distintos desfases, desde que sobren docentes, hasta no tener ninguna escuela, o que haya vacantes en inicial cuando se necesitan espacios para estudiantes secundarios. Y derivada de este análisis, propuestas para reordenar nuestra oferta educativa tomando en cuenta a la gente real, no imaginaria.
Un siguiente paso involucra abogados: el saneamiento legal de todas estas escuelas. Se necesita que alguien (el ministerio, los gobiernos regionales, alguna entidad tiene que haber) tenga derechos sobre el inmueble de modo que se pueda hacer obra pública en él. Esta, aunque parezca secundaria, es una de las mayores dificultades para resolver los temas de infraestructura educativa en el país.
Luego viene el papel de los arquitectos, asesorados por los futuros usuarios: debemos contar con prototipos de escuelas, un número limitado pero variado de alternativas a construirse que tome en cuenta las necesidades de los alumnos y el ciclo anual climático de la localidad donde se pondrá la escuela. Esto debe incluir saneamiento moderno, energía y conectividad. De hecho, en este plano hay algunos avances y hace unos años Perú ganó un premio en la Bienal de Venecia con una escuela diseñada para zonas de selva baja. Solo construyeron 6 escuelas usando ese modelo.
Recién aquí llegamos a la Ejecución de la Construcción, para lo cual los funcionarios del ministerio no construyen directamente (lo que sería muy ineficiente, solo aplicable en casos extremos), sino que contratan constructoras. Una dificultad importante de este esquema es que ahí donde no hay compañías que cumplan ciertos estándares de formalidad no hay contrato posible, y sin contrato no habrá construcción. Pero, por otro lado, las grandes compañías no hacen obra pequeña en zonas de ruralidad mediana o extrema, se necesita alguna alternativa para el vacío que hay entre las grandes constructoras y el pequeño pueblo. Tal vez, por ejemplo, podrían explorarse como opción los núcleos ejecutores del FONCODES, tan activos en años pasados.
Toda esta nueva dinámica implica espalda financiera. Se dice que el déficit en infraestructura alcanza los 111 mil millones de soles (S/. 111 000 000 000), pero, seriamente, no puede afirmarse una cifra definitiva si no se ha hecho el análisis de la oferta de infraestructura que mencionaba anteriormente, contrastándola con la demanda y generando una propuesta de reordenamiento. Hasta eso no sabremos si es menos (que los dioses se apiaden) o más lo que necesitamos. En todo caso, cualquiera que sea la situación, hemos propuesto una fórmula de financiamiento en una columna anterior (“UN TRACTOR EN EL GARAJE” 09/02/22) que podría incluir nuestros problemas de infraestructura. Además de todo esto, quienes tienen la infraestructura educativa a su cargo deben contar con habilidades para trabajar con la población y los gobiernos regionales, sin lo cual nada podrán hacer.
Todo este paquete implica respaldo político, las mejores capacidades técnicas de distintas profesiones y la capacidad de coordinar todas estas tareas entre sí, algo indispensable en la gestión pública. Así como la educación no es solo un tema de maestros, los problemas de la infraestructura educativa no son como vaciar un techo ni los resuelve un maestro de obra, por bueno que sea.
Este abril las carencias de infraestructura de nuestra escuela pública se van a destacar más que nunca. En un universo alternativo, el Perú aprovechó los dos años de pandemia para atacar esos problemas, pena que no nos haya tocado