Edición 12

El valor de los cuidados en la pedagogía: cuando educar empieza por cuidar

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Por María del Rosario Rivero / para EDUCACCIÓN

El cuerpo es nuestro punto de partida. Todo aquello que vivimos desde nuestra llegada a la vida se inicia a partir de las múltiples sensaciones corporales recibidas. Cuando tocamos la piel del bebé, tocamos lo más profundo de él, podría decirse que tocamos su alma si ésta existe. Es cuando nos tocan y cómo nos tocan que vamos comprendiendo quiénes somos, y también cómo son nuestros cuidadores.

Al cargar, cambiar, bañar, alimentar a un bebé él aprende no solamente de él, de su cuerpo, de sus límites, de sus sensaciones, emociones y afectos; aprende también de quien lo cuida a partir de cómo lo trata, si es tratado con violencia aprenderá desde la violencia, si lo hacemos con delicadeza aprenderá no sólo la delicadeza sino también a entender el respeto al otro como una forma natural de convivencia.

Si en cada momento de cuidado y en cada gesto, movimiento o palabra que se le dirige se le deja un espacio, un tiempo para que responda y pueda participar activamente y cooperar (Hevesi, 1993), si así lo desea. Inicialmente  serán respuestas  reflejas que irán desvaneciéndose entre miradas intencionadas, sonrisas voluntarias, o movimientos cada vez más controlados, hasta ser completamente sustituidos por sus inmediatos, más evolucionados, ya intencionados.

Es aquí en los cuidados donde se origina el diálogo tónico entre al adulto y el bebé, que luego será verbal, es aquí que el sistema de comunicación se establece de manera sólida y profunda en este intercambio de gestos, señales y placer compartido.

Anna Tardos (1992) nos dice que El bebé es el auténtico protagonista de los momentos de cuidados corporales. Es la mano amable y cálida del adulto la que va predisponiendo al bebé hacia el cambio de pañales, el baño u otros momentos de atención corporal. El adulto ha de ser consciente de que la experiencia del proceso de cuidados corporales puede resultar bien una experiencia frustrante para el niño, si es cambiado de forma repentina de posición sin que el adulto se lo anticipe, o bien una experiencia agradable y placentera a través de la que teje una relación significativa.

Por lo tanto, la intervención adulta es clave en este complejo sistema educativo y oscila entre física y humana. Es inevitablemente simbólica a la vez que moral. [1]

Paradójicamente, las actividades de cuidado corporal como la alimentación, el baño, el cambio de pañales y de ropa, el sueño, el cargado o traslado, han sido vistas como actividades menores, poco relevantes, en el caso de las familias pudientes estuvieron y en muchos casos continúan siendo delegadas a las niñeras.

Esto no es distinto en el terreno de la educación. En particular en el caso de la Educación Inicial o maternal, históricamente ha sido la auxiliar o promotora educativa quien realizaba estas actividades mientras la educadora se dedicaba a lo “serio e importante” relacionado y asociado especialmente a lo cognitivo, desconociendo que lo cognitivo se origina y desarrolla a partir de lo corporal.

Por lo tanto hacerse cargo del propio cuerpo, comprenderlo, cuidarlo, valorarlo, son actividades del orden de lo “psico-motor” palabra que nos habla de cómo lo biológico – fisiológico – emocional va haciéndose afecto y pensamiento a partir del movimiento y lo vincular.

Donald Winnicott, pediatra y psicoanalista inglés, habla del sostén y la manipulación (holding y handling) como actividades fundamentales de la seguridad afectiva que el adulto cuidador realiza con un niño o una niña. Explicándonos la importancia de cómo la manera de sostener, tratar y cuidar a un ser humano van marcando su particular manera de ser y aprender puesto que de esta forma se van constituyendo las matrices del aprender, de relacionarse y comunicarse.

Emmi Pikler, pediatra húngara nos entrega la clave en esta mirada profunda de conectar el valor privilegiado de los cuidados con la construcción de la conciencia de sí, del otro y la subjetividad. Y nos muestra la riqueza enorme de experiencias que vive un bebé y más tarde un niño o una niña cuando se les anticipa lo que se le va a hacer, cuando lo que se le hace es realizado con respeto, ternura, promoviendo la autonomía del bebé a su nivel, sin exigirle nada de lo que él por madurez no esté preparado para realizar.

Entonces ¿Qué vive y qué aprende un niño de 2 años cuando quiere lavarse las manos y el adulto lo hace por él de forma rápida y sin aviso, mecánicamente?

¿Qué vive y qué aprende este mismo niño cuando el adulto le coloca un banco de manera estable para que llegue al lavatorio de forma autónoma y pone la toalla a su altura para que pueda secarse? ¿Cuándo el adulto reconoce con el gesto o la palabra el logro del este niño?

Tradicionalmente vemos en la gran mayoría de las instituciones educativas de inicial que en los momentos de cuidado corporal los niños y niñas van en fila al baño, tengan o no tengas ganas de ir, porque “es la hora del baño” momento planificado desde las necesidades del adulto en donde muchas veces esto constituye un trámite que se hace rápido para luego hacer lo importante: aprestar, preparar para la lectura, escritura y matemáticas.

Nos preguntamos ¿Cuánto tiempo destina la docente a acompañar a amarrarse las zapatillas a un niño de 4 años? Entendiendo que acompañar es observar con atención qué puede y brindarle lo que necesita realmente y no hacerlo por él para avanzar rápido a la “actividad pedagógica”.

¿Por qué no comprender que en los múltiples intentos de un niño o una niña para atarse un cordón hay toda una serie de actividades mentales de planificación, ideación, ensayo y error, resolución de problemas, desarrollo de la viso motricidad que van generando tipos de pensamiento y van desarrollando la voluntad y también el contribuyen al pensamiento moral?

En estos múltiples intentos el niño desarrolla la capacidad de atención y concentración, si la docente vibra con él compartiendo la emoción con el logro se establece una profunda comunicación en la que los adultos somos testigos de este placer del niño y la niña de sentirse competentes.

¿Por qué no comprender que si hacemos por ellos no permitimos u obturamos- con las mejores intenciones – estos aprendizajes que son fundamentales y la base de otro tipo de pensamiento más complejo y abstracto?

Frente a tantas exigencias “pedagógicas” las docentes no tienen tiempo para dedicarlo a estos momentos fundantes porque además tampoco la mirada sobre la importancia de los cuidados corporales está dada desde la formación académica.

Esto requiere entonces una reflexión que parte desde preguntarnos ¿Qué tipo de persona queremos acompañar a ser y crecer, qué sociedad estamos construyendo?

Y por lo tanto ¿Qué pedagogía, qué tipo de formación de adultos se estructura que contemple dentro de la currícula estos temas que son parte de la formación del sistema de actitudes del adulto educador?

La importancia de estos cuidados es actualmente un terreno que urge descubrir, explorar y habitar tanto en el seno de la familia como en los primeros ciclos del sistema educativo.

Lima, julio de 2015

 

[1] Herrán Izaguirre, E. (2013): La educación Pikler-Lóczy: cuando educar empieza por cuidar. RELAdEI (Revista La6noamericana de Educación Infan6l), Vol.2 (3), pp. 37-56. Publicado en hJp://www.reladei.net

Rosario Rivero
Educadora, Psicopedagoga, Psicomotricista y Especialista en Desarrollo. Estudió en la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina, una especialización en Desarrollo Infantil Temprano, y en la Universidad Nacional de Catamarca un Post Título en Atención Temprana del Desarrollo Infantil. Es también experta en Educación Especial y Diferencial, por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Dirige en el Perú la Consultora en Educación Infantil y Desarrollo Temprano EPANÍ.