Como reflexionaba recientemente con una colega, para la mejora educativa es necesario que el avance sea colectivo. Sin embargo, para que esto suceda, es necesario un proceso de generación de conocimiento en el que intervienen varios eslabones.
Comienza por el desarrollo de una visión compartida del aprendizaje a conseguir, luego se complementa con el conocimiento sobre el modelo educativo (curriculum, metodologías y evaluación) y el modelo institucional (estructura, infraestructura y cultura interna), pero forzosamente, para hacerse realidad en su implementación, es necesario el conocimiento producido por los y las docentes, de forma colectiva, en las aulas. Si este último eslabón no es trabajado de forma consciente y consistente, muchos planes, programas y modelos se quedan solo en papel, y no somos capaces de verlos nunca institucionalizados en la práctica colectiva.
¿Cómo asegurar que la generación de conocimiento docente no se convierta, muchas veces, en el eslabón perdido que nos impida mejorar de forma sostenible en nuestra entidad educativa? Aquí algunas claves al respecto:
Si como enseñantes, no tenemos la sensación de tener que cambiar nuestra práctica educativa porque las acciones que realizamos concuerdan con los resultados que estamos obteniendo o al menos tenemos una explicación auto-convincente para las veces que no concuerdan (este grupo o alumno no viene muy bien, demasiadas distracciones, no estudiaron lo suficiente, etc.), ninguna comunidad, equipo y grupo de mejora funcionará para desarrollar un cambio duradero. Necesitamos desarrollar nuestra capacidad de aprendizaje y además pasar de un aprendizaje individual a un aprendizaje más colectivo.
Como personas que somos aprendemos en ciclos, moviéndonos de manera natural entre acción y reflexión, entre actividad y reposo. Estos ciclos representan nuestra habilidad para mejorar lo que hacemos como docentes. Algunos tienen una gran habilidad para hacer mover esta rueda, que también es llamada “Aprendizaje de Ciclo Simple” (Senge, 2000: 93). Cuando tenemos la sensación como docentes que las acciones que realizamos en el aula no están en concordancia con los resultados que esperábamos en función de nuestras expectativas y objetivos educativos, debemos hacernos preguntas para saber qué tenemos que cambiar (qué está pasando, qué quiero, qué puedo hacer). Así, dicha actividad circular comienza por observar nuestras acciones previas, reflexionar sobre cómo lo hemos hecho, usando luego esa observación para decidir cómo cambiaremos en nuestra siguiente acción y aplicando esa decisión en una nueva acción. Sin embargo, como podemos observar, para realizar esta reflexión no es necesario formar ningún equipo. Podemos hacerlo de forma individual. Digamos que es el nivel más básico de aprendizaje.
Ahora bien, como hemos apuntando, este aprendizaje individual no es suficiente para los retos a los cuales nos enfrentamos, pues la aproximación al análisis de la realidad requiere desafiar las normas, actitudes y paradigmas propios, es decir, la forma en la que hemos enseñando siempre. Aquí puede sernos útil “Aprendizaje de Ciclo Doble” que se refiere a la meta-reflexión, es decir, pensar acerca de la manera de pensar. Este aprendizaje permite reconsiderar las tareas que se habían fijado para cumplir los objetivos, y tratar de entender la forma en la que las decisiones tomadas (tanto conscientes como inconscientes) han contribuido a la frustración personal o a la poca efectividad de los procesos de enseñanza en los resultados de aprendizaje de los alumnos. Para ello, normalmente es necesario contar al menos con un colega que nos haga de “espejo”, que nos ayude a desafiar lo que nosotros entendemos como normal.
Ahora bien, a veces tenemos la sensación de que intentamos algo nuevo, salimos de nuestra “zona de confort” con ayuda de alguien más, pero no es suficiente. No vemos que mejoren los resultados de los alumnos y finalmente, regresamos a nuestras antiguas prácticas. Cuando el aprendizaje de ciclo doble resulta inefectivo porque hay que abrir aún más el campo de visión y análisis, resulta muy útil utilizar el patrón de “Aprendizaje de Ciclo Triple” para cambiar la forma de generar las interpretaciones. Es salir del modelo mental con el que operamos y considerar otros. Es decir, ya no es pensar en lo que hacemos cuando enseñamos, ni siquiera en las metodologías que utilizamos cuando enseñamos, sino pensar en los fundamentos que sustentan nuestro pensamiento como docentes. Mientras persista la insatisfacción habría que ir ampliando el marco de reflexión hasta desafiar los modelos mentales que están detrás de las acciones que realizamos.
Por tanto, un beneficio de la reflexión compartida fundamentada y la mejora continua de la práctica educativa es que desafía los mismos principios que parecen ser inamovibles como el modelo educativo, el proyecto educativo de centro, la misión, visión y valores institucionales. Cuando hay una insatisfacción persistente a partir del análisis de aquello que se puede hacer para mejorar, se va adquiriendo la capacidad de poner en duda todo el sistema de creencias y evaluarlo sin complejos.
Eso sí, algunas veces se necesitará también algún apoyo externo y habrá que estar dispuesto a tomar decisiones sobre la propia institución, una vez que termina dicha reflexión, pero ese es otro beneficio de hacer los cuestionamientos bajo un método de trabajo sistemático y participado por todo el profesorado.
Por tanto, un beneficio muy importante de este proceso propuesto de intervención reflexiva fundamentado y mejora continua que toda entidad educativa debería priorizar entre sus actividades cotidianas, es la capacidad de generar conocimiento docente para la institucionalizar los cambios, para convertir dichos cambios en hábitos colectivos, que ya no dependan de la motivación, la iniciativa, la voluntariedad de una persona o grupo de personas, sino que formen parte de la identidad pedagógica de la institución.
Fuentes:
Malpica, F (2013). 8 Ideas Clave. Calidad de la Práctica Educativa. Referentes, indicadores y condiciones para mejorar continuamente la enseñanza y el aprendizaje. Editorial Graó.
Senge, P. (2000). Las escuelas que aprenden. Barcelona, Granica.