Jannet Torres Espinoza / Para EDUCACCIÓN
Estamos rodeados de palabras escritas, podríamos decir que nos pasamos la vida leyendo. Hemos leído carteles con frases como leer es importante o leer es un placer u otras muchas en torno a la lectura. Para sopesar la veracidad de estas expresiones – hacia las cuales puede sentirse identificado, importunado o indiferente, entre la convención social y la propia experiencia– empecemos por preguntarnos: ¿qué rol tiene la lectura en nuestra vida? Más allá de la decodificación de los signos con propósito informativo, lejos también de un afán libresco o enciclopédico, la biografía lectora puede brindarnos algunas respuestas.
La consigna completa para componer una biografía lectora puede ser la siguiente: “Elabora un breve texto a partir de las siguientes preguntas: ¿qué textos recuerdas que han marcado tu experiencia lectora?, ¿qué libros te han resultado vitales?, ¿a qué libros regresas? (textos que leíste o narraciones que oíste), -a la luz de la experiencia- ¿qué emociones te provoca la lectura? (ensueño, curiosidad, asombro, expectativa; o aburrimiento, desgano, rechazo,…), ¿recuerdas personas presentes en tu aproximación a la lectura? (abuelos, padres, hermanos, profesores, amigos), ¿en qué situación sucedieron tus aproximaciones a la lectura? (en un merienda, en un paseo, en clase, durante una visita,…), ¿qué edad aproximada tenías en estos recuerdos? (infante, adolescente, adulto)”. Algunos recuerdos seguramente se apresurarán a buscar los labios; en otros casos, será reconstruir una escena borrosa.
Con base en la pauta señalada, veamos un fragmento de una biografía lectora:
Tengo sentimientos de tristeza y alegría al traer a mi memoria episodios de mi niñez, donde me deleitaba escuchando tradiciones y relatos arequipeños como “Mónica”, “El diablo de la Catedral” y otros contados por mi abuela. Me convertí en una fanática de la hora del té, hora en que ella acompañaba los pancitos de maíz y mantequilla con una taza de té. Recuerdo que mientras compartíamos, iniciaba sus historias que nos mantenían encantados de escucharla (…) Recuerdo mi primer libro regalado por ella. Corazón. Obra que leí encantada antes de empezar cuarto de primaria. Luego, vino Mujercitas y otras historias maravillosas (…) [Karin Calcina Flores, docente de Comunicación. Arequipa, Perú. 2015].
La docente ubica en su infancia el hito inicial de su origen como lectora, pero lo hace a través de los relatos orales propios de Arequipa. El contexto es el afable ámbito familiar. La abuela es central en su fascinación por los mundos construidos con palabras. Ella la introdujo en su incursión en los relatos orales y, posteriormente, en la lectura propiamente dicha. Incentivado el interés, la joven lectora buscó y accedió a “otras historias maravillosas”. Sus recuerdos de lectora son un aspecto positivo en su vida, imágenes por las cuales la lectura implica ensueño y afecto.
Al reconstruir nuestra biografía lectora, al conocer las biografías lectoras de otros, podemos reconocer que devenir en lector resulta de un proceso que se desarrolla a lo largo de nuestras vidas y que se ve influenciado por el contexto, por las oportunidades que se nos presentaron, la interacción que tuvimos y tenemos con otras personas, las prácticas sociales de lectura, el repertorio de lecturas avalado por la tradición, fines y tiempos por los que se lee (Ferreyro y Stramiello). La estructura de la biografía lectora permite organizar de manera consciente y explícita los recuerdos personales y revelarnos qué tan profundamente nos han influenciado. Al mirar en detalle estos elementos, dialogamos con situaciones alentadoras y emotivas, también con dificultades que se pudieron superar o implican hasta hoy un sinsabor. Para el caso de quienes ejercemos la docencia, es relevante tomar consciencia de ello puesto que participamos de la formación de lectores. Nuestras creencias personales pueden convertirse en una debilidad o en una fortaleza durante las intervenciones que realizamos.
La “biografía lectora” es una estrategia de formación profesional para los docentes. En tal sentido, es bastante difundida en Argentina, Colombia, España y México. Asimismo, existen artículos muy variados sobre el tema. En nuestro país, aproximadamente en la última década, algunos talleristas la han difundido, según refiere la especialista Jéssica Rodríguez, aunque con algunas variaciones se dirige hacia el mismo objetivo de formación. La bibliografía de esta práctica, en nuestro país, aún está germinando y tiene muchas vías para ser desarrollada. Particularmente, luego de llevar a cabo la estrategia de biografía lectora en talleres, tres preguntas fueron las que me motivaron a escribir este artículo. Las cuales desarrollaré a continuación: ¿cómo nos relacionamos con las tradiciones literarias?, ¿qué rol cumplimos en la formación de lectores? y ¿cómo se articula la lectura con la escritura desde la “biografía lectora”? Y cierro comentando algunas posibilidades de la “biografía lectora”.
1. La “biografía lectora” y las tradiciones literarias
Se entiende por tradición literaria a aquellos textos en los que culturalmente se reconocen cualidades literarias, bien porque se estiman valiosos, destacados o imperecederos para la humanidad. Dichas cualidades son discutibles, pero media un aval académico y social que los respalda. Entre uno de los motivos por los que se sugiere emplear el plural “tradiciones literarias”, se señala la amplitud y diversidad de estéticas, líneas conceptuales y visión de mundo. Asomamos a las tradiciones literarias por entradas distintas y con resultados no siempre predecibles. En las biografías lectoras podemos observar múltiples referencias de acuerdo a los intereses y preferencias de cada persona. Dentro de toda esta variedad, destaca un factor común: a través de los textos, el mundo se vuelve representable, habitable, podemos reconocernos como parte de él (Petit 23). Lo que leamos o no, deviene en posibilidades o carencias de cómo dialogamos con el mundo. Cuando elaboramos la biografía lectora podemos repensar las tradiciones literarias a las que accedemos.
Considero especialmente relevante la respuesta colectiva de los docentes al brindar la posibilidad de incluir los relatos orales en sus biografías lectoras. Si hablamos de tradición literaria en nuestro país, sería una mutilación desconocerlos. Como anticipé, la reacción de los participantes fue positiva. Además de Karin, que recordó relatos arequipeños como “Mónica” y “El diablo del campanario”; Ronald refiere como su hito inicial “un texto que desarrollaba las fábulas andinas, donde se narraba las aventuras de dos personajes: “el zorro y el cuy”; Daniel, por suparte, recordó relatos protagonizados por “los duendes, los aparecidos, las sirenas de los ríos y lagunas”. Recuerdos y emociones emergían entre coincidencias de quienes también conocían esos relatos. Cuando se mencionaba un relato oral que alguno no conocía, el pedido inmediato era “¿y cómo es?, cuenta”. Y el resultado podía ser la celebración o el comentario “conozco ese relato pero con otro nombre y con algunas modificaciones”.
Los relatos orales animan una transmisión cultural que resulta en un altísimo valor cultural e intrapersonal. Históricamente se desestimó su importancia dentro de los estudios académicos, y aún transitamos en la revaloración de nuestro acervo literario desde la oralidad. Y, a pesar de adversidades, los relatos orales han subsistido, han mutado, se han reinventado y respiran salud. Más aún, son significativos porque señalan una sensibilidad que compartimos y que fortalece la sensación de ser parte de una comunidad.
Siguiendo las posibilidades que aperturan los relatos orales, podemos preguntarnos ¿qué textos aparentemente distanciados de las tradiciones literarias han sido importantes en nuestra formación como lectores?, ¿qué oportunidad hemos tenido de revalorarlos? Pensemos en las historietas, novelas de folletín, cómics, entre otros, que han sido importantes en la formación de muchos lectores. Todo lector tiene derecho a elegir sus preferencias más allá de un “deber” con los textos “consagrados”, pero, en principio, tiene derecho a conocer las opciones que tiene. El mismo texto que fascinó a un lector, para otro pudo resultarle insípido, o puede tal vez desconocerlo. Un ávido lector, según logre consolidarse, mantendrá además su búsqueda permanente, porque la biografía lectora transita con nosotros hasta el fin de nuestros días.
Estimado docente, lo invito a preguntarse: ¿cómo se ha relacionado con las tradiciones literarias?, ¿qué textos le aproximaron a la lectura?, ¿tiene alguna línea de lecturas preferidas?, ¿mantiene activa su inquietud por explorar nuevos textos?, ¿qué tradiciones literarias comparte con sus estudiantes?, ¿qué textos ya conocen sus estudiantes y atraen su interés lector?
2. La “biografía lectora” y los mediadores
El recuerdo de cada persona sobre su experiencia lectora es único en sus detalles como nuestras huellas dactilares. Dentro de esos recuerdos, los felices encuentros entre texto literario y sujeto suelen ser inusuales. Si bien en el apartado anterior mencioné la importancia de los textos a los que accedemos, estos comúnmente no llegan solos. En las “biografías lectoras” es común distinguir la importancia de las personas que nos relataron o leyeron un cuento. Así como Karin recordó a su abuela relatándole historias durante la hora del té; César recordó que al cerrar las tardes, luego de nadar en la playa con sus primos, ellos y sus madres se reunían alrededor de un señor “entrado en años” quien les contaba historias de fantasmas. El narrador de historias suele ser un personaje importante en la formación de lectores, incluso antes de saber leer o tener el hábito de leer.
Los narradores de historias son un tipo de mediador de lectura. Se entiende por mediador a una persona que facilita la aproximación al texto, que demuestra su propia dicha por conocer historias y poder compartirlas, en un proceso donde prima la sensación de gratificación (Munita 2014). Cuando reconstruimos nuestra biografía lectora, un mediador puede tener un protagonismo notorio, no solo porque nos obsequia un libro o narra para nosotros; sino porque incentivó el interés por el misterio de las palabras. Con su demostración de sincero entusiasmo, avivó nuestra curiosidad e iluminó las palabras en las cuales pudieron calzar nuestras heridas o nuestros sueños, y sostuvo nuestros pasos en los caminos de la fantasía.
Además de la invitación a la lectura, que siempre es válido, de acuerdo al interlocutor con el que se relaciona, el mediador de lectura puede graduar el objetivo a alcanzar. El lector que es usted actualmente tiene muchos más recursos que el lector que fue cuando niño. El aprendizaje del lector “demanda una evolución que incluye una serie de conocimientos, habilidades y estrategias que las personas van elaborando, según las situaciones que viven, las interacciones que establecen y las comunidades en las que participan” (Ferreyro y Stramiello). Esta evolución por lo general está favorecida por un docente; pero cabe recordar que idealmente no impone sus opiniones de lo leído, no cierra el diálogo con su interpretación, ni hace un cuestionario en el que espera solo un tipo de respuesta correcta. De lado queda la imposición sobre el qué pensar o el qué sentir sobre lo leído. Nada tan efectivo como la imposición para esquilmar el ánimo de leer. Recordemos que un mediador, ante todo, es un lector dispuesto a formar lectores dialogando con ellos, que vive la pasión de leer y puede compartirla. Y que además de lo ya leído, busca nuevas lecturas puesto que su biografía lectora se sigue escribiendo.
Si nos preguntamos por el rol de los profesores: ¿qué recuerdos tenemos de nuestros docentes en nuestras biografías lectoras?, ¿construyeron puentes entre los textos literarios y los lectores? Y nosotros, como docentes: ¿cómo desempeñamos el rol de mediador de lectura?
3. La “biografía lectora” y la escritura creativa
Durante el desarrollo de un taller sobre literatura con docentes acompañantes del programa Soporte Educativo Rural (SER+ Febrero, Huampaní 2016), en la cual la consigna fue, a grandes rasgos, semejante a la señalada en las líneas anteriores, el profesor de Comunicación Joel Castañeda, proveniente de Huancavelica, preguntó: “¿puedo agregar a mi biografía lectora mis recuerdos de mi desarrollo como escritor?”. La respuesta, que fue afirmativa, estimuló a que otros participantes también hicieran lo mismo.
Joel recordó los textos de carácter literario que había escrito, cuentos y poemas. Y resultó que además, en el compartir con otros participantes, se identificó un recuerdo en común de incursión en la escritura: las cartas de amor en la época escolar. Escribir fue entonces más que una labor mecánica de transcripción o actividad obligatoria a ser evaluada. Demandaba además emplear algunas de los recursos que habían leído, figuras retóricas por ejemplo. Según la oportunidad de acceso a los textos, se copiaban poemas, se recreaban o componían creaciones más personales. Con las palabras que leemos y escribimos construimos nuestra propia voz, lo que es tan necesario en tiempos donde guardar silencio parece más cómodo. Y qué difícil escribir tratando de impresionar a nuestro lector, de conmoverle, sin olvidar el temor a la página en blanco, por dónde o cómo empezar. Sobre todo, qué felicidad la de los propios escritos creativos, una felicidad a veces aun mayor que la lectura del más pulcro texto literario.
La lectura y la escritura son caras de una misma moneda, se dice y reafirma en muchos ámbitos. Pero más que redundar sobre esa frase, ¿cuánta práctica tenemos de escribir y crear con la palabra?, ¿qué andamiaje construimos para alentar y sostener a otros lectores hacia la escritura?
Conclusiones y aperturas
La “biografía lectora” puede dar muchas entradas de reflexión en torno a la labor docente. En base a la explicitación de nuestros hitos de formación, podemos reconocer los siguientes aspectos: que nos deslizamos dentro de las tradiciones literarias que conocemos pero tenemos derecho a elegir; que aproximarnos a la lectura es una transición que requiere de soportes de mediación; y si somos lo que leemos, también somos lo que escribimos. Elaborar nuestra biografía lectora es similar a volver sobre nuestros pasos en la casa que habitamos y encontrar vestigios que no habíamos observado atentamente. A su vez, puede replantear nuestra condición de interlocutor para dialogar con los lectores que pretendemos formar.
La modalidad de biografía lectora que he presentado es narrativa. Aleatoriamente, en lugar de un texto narrativo, se puede elaborar una línea cronológica con hitos significativos. Las preguntas son semejantes y es igualmente potente como disparador para la reflexión. La Casa de la Literatura (Lima) tiene un mural de biografía lectora en versión de línea cronológica. Dicho mural se presentó en las Jornadas de reflexión por los “10 años del Plan Lector” (noviembre 2016). En tal evento, se contó con la presencia de un especialista internacional y presentaciones de experiencias destacadas a nivel nacional. Se ahondó en la expectativa que se tiene en torno a formar el hábito de la lectura y, a su vez, en los logros obtenidos en materia de comprensión e interpretación. Me parece altamente representativo que, en dicho contexto, la biografía lectora se hiciese presente. Vale preguntarnos si en los últimos diez años, ¿el Plan lector dará cuenta de una fuerte influencia en futuras biografías lectoras?
Mi propia biografía lectora la he elaborado dos veces. La primera en un taller dirigido por el especialista argentino Gustavo Bombini, y, la segunda, en un taller dirigido por la especialista peruana Cucha del Águila. En ambos casos, ha sido una retroalimentación emocionante, ya que me permitió, en parte, desmitificar la idea que tenía del lector solitario. Constaté que muchas de mis lecturas están pobladas de amistades. Las lecturas despiertan en nosotros afectos por mundos imaginarios pero también nos permiten construir lazos sociales. El diálogo entre lectores es una veta muy productiva. Por lo pronto, estimado lector, si no ha tenido ocasión de reflexionar sobre su biografía lectora y de cómo ella le influye en su actividad docente, está invitado a hacer un paseo en sus recuerdos y en su quehacer actual: “Elabora un breve texto a partir de las siguientes preguntas: ¿qué textos recuerdas que han marcado tu experiencia lectora?,…”.
*Agradezco a los docentes Karin Calcina, Daniel Mendoza, César Ferreyra, Ronald Zea y Joel Castañeda por permitirme citar sus biografías lectoras para este artículo.
Bibliografía sugerida
Ferreyro, Juana y Stramiello, Clara Inés
“La profesión docente. Un camino para el crecimiento como lector”. Documento presentado en el Congreso Iberoamericano de Educación. Metas al 2021. Bueno Aires, 13, 14 y 15 de setiembre del 2010. En: http://www.adeepra.org.ar/congresos/Congreso%20IBEROAMERICANO/DOCENTES/R0622_Ferreyro.pdf
Munita, Felipe
El mediador escolar de lecturas literarias. Tesis doctoral. Universidad Autónoma de Barcelona, 2014. En: http://www.tdx.cat/bitstream/handle/10803/313451/fm1de1.pdf;jsessionid=4487485E60D42DF2F74FEE6497E1721B?sequence=1
Petit, Michel.
Leer el mundo. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 2014.
Entrevista personal a Jessica Rodríguez. 10 de diciembre del 2016.
Quintana, Leda
“El docente y su compromiso con la lectura y la escritura”. Club Telémaco. Escribir como lectores. Cuadernillo docente, n°1. Lima, 2014.
Lima, 19 de diciembre de 2016