Edición 88

¿Es posible hablar de empoderamiento sin justicia social?

La necesidad de reivindicar el uso del empoderamiento

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Si vamos al buscador y digitamos “productos que empoderan” vamos a encontrar muchas ofertas, lamentablemente. Imagino, que como yo, en algún momento vieron o escucharon algún anuncio publicitario que ofrecía un labial, perfume, ropa y otros productos junto con una especie de promesa de empoderamiento. “Usa el nuevo Shinel N°888 y te sentirás empoderada”, “Empodérate mujer, solo compra este polo fucsia y lo lograrás”, “Cómprale a tu hija la nueva muñeca que empodera”; cabe aclarar que estos ejemplos no son reales, sin embargo bien podrían serlo.

Desafortunadamente este tipo de mensajes no solo los encontramos en anuncios publicitarios, sino también en campañas de proyectos de desarrollo dirigidos a mujeres, niñas y adolescentes. Es por eso que me parece urgente recuperar el significado y todo lo que implica hablar de empoderamiento.

Es a partir de 1995 en la Conferencia de Beijing donde se empiezan a proponer acciones para el empoderamiento de las mujeres desde las políticas públicas y el término empieza a usarse más a todo nivel. Sin embargo, antes de ese evento entre los 60 y 80, integrantes de movimientos por los derechos civiles afroamericanos, mujeres latinoamericanas, del Caribe y del sur global ya usaban el término empoderamiento para referirse a acciones de fortalecimiento o desarrollo a nivel individual, colectivo y desde distintas dimensiones, incluida la política.

El empoderamiento de las mujeres es un proceso amplio no solo de transformación individual, sino que también implica la transformación de las estructuras sociales que sostienen la desigualdad de género. Precisamente, la guía metodológica “El proceso de empoderamiento de las mujeres” (2006) realizada por el grupo de trabajo Género e Indicadores de la Comisión de Mujeres y Desarrollo de Bélgica; estructura cuatro factores que nos pueden permitir entender por qué hablar de empoderamiento no se puede reducir a la compra de un producto o servicio.

Tenemos el poder “Tener”, que no se puede desarrollar solo a nivel individual. Está referido al poder económico, no solo contar con recursos económicos, sino el acceso para conseguirlos, la adquisición de bienes, propiedades y servicios básicos a partir de lo económico.

“Saber” y “saber-hacer”, es otro factor que implica la colectividad. Este se refiere al desarrollo de competencias y conocimientos. Aquí específicamente hablamos de las oportunidades de formación, alfabetización y educación a todo nivel. Adicionalmente el “saber-hacer” indica la posibilidad de aplicar lo anterior para accionar.

Tenemos también el poder “querer”, en este caso se da más a nivel individual; sin embargo, eso no implica que las acciones que faciliten condiciones para el desarrollo de este aspecto puedan ser colectivas. Este aspecto describe el poder interno, espiritual, psicológico. Implica el desarrollo de la autoconciencia y de los proyectos de vida.

Finalmente, el poder “poder” que se da a nivel individual y colectivo implica la posibilidad de tomar decisiones, influir en la toma de decisiones, liderar u ocupar puestos que nos permitan tomar decisiones por otras personas.

La información anterior resume lo amplio que es hablar de empoderamiento de las mujeres. Es por eso que me preocupa el uso trivializado del mismo en campañas de publicidad y más aún dentro de propuestas de transformación social.

En primera instancia, me preocupa porque muchas veces se describen iniciativas como lugares o personas que empoderan a otras y eso no es posible. Porque el empoderamiento no se da como si fuera una ceremonia de investidura y porque un proceso de formación o adquisición de bienes tampoco asegura el empoderamiento. Lo que podrían estar haciendo es acompañar,  facilitar o asegurar espacios y acciones para que las participantes configuren sus propios procesos de empoderamiento.

En segundo lugar, me preocupa que existan iniciativas dentro del campo social que se abstengan de discusiones políticas o decidan mantenerse al margen de la realidad nacional que nos exige manifestarnos y generar diálogo sobre cuestiones políticas precisamente. Dado que que se estaría ignorando un factor importante dentro de los procesos de empoderamiento y finalmente las iniciativas no estarían siendo sostenibles.

En tercer lugar, no podemos hablar de empoderamiento si seguimos sosteniendo acciones que se oponen a la justicia social. Si ese es el caso quizá sea solo marketing, asistencialismo o incluso una acción genuina de apoyo, pero no una iniciativa sostenible ni de empoderamiento.

Finalmente, como alguien que tiene puestas las esperanzas de cambio en la educación y que trabaja desde proyectos de desarrollo principalmente a través de espacios de educación; creo firmemente que la escuela debe ser un espacio que asegure procesos de reflexión y acción que sienten bases sólidas para el empoderamiento de las niñas y adolescentes. Ni siquiera tendríamos que hacer toda una reconfiguración curricular, asegurar el desarrollo de las casi treinta competencias es un buen punto de partida.

Es necesario que reivindiquemos el significado de empoderamiento recuperando su importancia y uso apropiado dentro de los procesos para la justicia social.

Lima, 20 de marzo de 2023

Karina Correa N.
Comunicadora social orientada a la creación de proyectos de desarrollo para la igualdad de género, principalmente a través de espacios educativos. Cofundadora y Directora Ejecutiva de la asociación sin fines de lucro La Morada. Es también, alumni y consultora de proyectos en Enseña Perú. Tiene experiencia en educación y más de 10 años en el diseño y gestión de proyectos para la transformación social. Es activista por los derechos de las mujeres, cocreadora y coconductora del podcast “Infusión y Deconstrucción” producido por La Morada.