Manuel Valdivia Rodríguez | EDUCACCIÓN
Una mamá joven que me es muy cercana ayuda todas las mañanas a su niña matriculada en un centro educativo de Educación Inicial de gestión privada (aula de 5 años). La mamá comenta preocupada que una de las tareas más difíciles qué debe cumplir su niña es “escribir las sílabas”.
Me preocupa sobremanera el enorme desatino de la profesora de la niña, que apenas ha dejado las crayolas para usar el lápiz de grafito. Supuestamente está “enseñando” la lectoescritura a niños que asisten a una sección de Educación Inicial; en consecuencia, está empeñada en una tarea que no le corresponde, porque la iniciación en la enorme dimensión de la lectura y escritura no le toca a ese nivel educativo. Y lo hace con una metodología deficiente: Comenzar la enseñanza de la lectura con un repertorio de sílabas ya es malo; pretender que los niños las “escriban” es todavía peor, y encargar el seguimiento de la tarea a las madres que, como es comprensible, no tienen preparación pedagógica, ya colinda con lo increíble… Pero me asalta una pregunta inquietante: ¿Será ese el único caso?
Sería fácil comprobar que la decisión de esta docente no es la única. Lamentablemente situaciones como esa podrían ser vistas en muchas otras escuelas.
Los docentes que invaden el campo de la Educación Inicial con intentos que no corresponden a ese nivel tal vez lo hacen con buena intención creyendo que hacen bien “adelantando” a sus alumnos, o lo hacen para satisfacer exigencias de los padres o, incluso, atendiendo a requerimientos de instituciones de Educación Primaria que exigen como requisito de matrícula en el primer grado que los niños sepan ya leer y escribir.
Los docentes que hacen estas concesiones pasan por alto campos importantes a los que está dedicada la Educación Inicial: promover el desarrollo del lenguaje infantil, despertar el interés por lenguaje escrito y formar capacidades que favorecerán después el aprendizaje de la lectura y escritura. Eso, además de atender otras áreas del desarrollo físico, social, intelectual y afectivo de niños y niñas que aún no han cumplido los seis años.
¿Qué hacer, entonces? Parte de la solución se halla en que los docentes fortalezcan su preparación en estrategias metodológicas, lo cual parece ser urgente. Algo se puede hacer ahora aprovechando las vías de la Internet, pero esto será factible si los docentes deciden ser sujetos activos dispuestos a perfeccionarse y no esperen a ser “capacitados”. Como todo profesional, cada maestro está en el deber de asumir su propio perfeccionamiento.
Lima, 7 de setiembre de 2020