Jannet Torres Espinoza | EDUCACCIÓN
Mi padre tenía un sueño: tener un colegio. Desde que tengo uso de razón le escuchaba hablar del tema y soñar con ello. Podías verle hablarlo con quien quisiera oírle. Y trabajó muchísimo en diferentes proyectos personales mientras tanto, hasta que lo logró. El sueño adquirió materia, una infraestructura que cuajó de palmo en palmo. Se sumaron en el camino personas maravillosas que se hicieron también grandes amigos. Se hicieron los trámites con las instituciones pertinentes. Y un día, el sueño ya estaba en marcha como retadora realidad. Un universo complejo respirando y en crecimiento.
En un colegio se desarrollan tantas historias, tanta vida. Hace poco salió una promoción que estuvo desde primer grado. Y claro, es emocionante, ves formarse esas almitas. Ves cómo sus caritas de travesura se moldean hacia una madurez insospechada. Conoces realidades familiares diversas, algunas menos o más afortunadas. Familias con diversas estructuras y expectativas. Todo se entrecruza. La vida se expande allí como un crisol. Entre tantas historias, la historia de un colegio que se entusiasma de poder albergarles. Y ahí mi padre es tan feliz. Su don de gente le lleva a contar historias, querer escuchar a otros, inventar nuevos proyectos, y estar en medio de la vida, sonriendo.
¿Qué sucede entonces cuando hay que cerrar todo y reimaginar la visión de la escuela? Es extraño para todos pero, en particular, yo sé que es extraño para él, que con tanto cariño creó la infraestructura del colegio y esa magia que hace del lugar algo tan querible. Lugar amable que ahora está en silencio, a puertas cerradas. Yo me encuentro presencialmente en EEUU, tengo una beca de estudios; trabajo aquí como profesora de Español mientras hago mis estudios de doctorado. Conozco cómo funciona el colegio de mi familia en Perú porque apoyo en su gestión desde hace muchos años, aproximadamente desde el 2008 cuando terminaba el pregrado en la universidad. He visto a mi padre pasar sus días de semana, domingos y feriados, en ese colegio… Cuando se suspendieron las clases a mediados de marzo, parte de mí regreso a Lima, preocupada por la salud de mis seres queridos; pero en particular por mi padre, por si algo le pasara al colegio, al proyecto que soñó… Inventándome un tiempo que no tengo, me he involucrado en las gestiones de mover el mundo escolar al ámbito virtual.
Nos movemos al mundo virtual. El contexto nos dice que nos movamos además rápidamente, como si todos hubiésemos estado listos para algo así. Los docentes y personal en general han reaccionado de manera distinta ante el cambio. En su gran mayoría el equipo se ha movido rápidamente y, cuando se les ha pedido apoyo, han actuado con la incondicionalidad de siempre. Después de la primera impresión, ya estamos todos corriendo a un ritmo semejante, no sin imprevistos o disrupciones. Para que un colegio exista, hay muchos factores en juego y en evolución constante.
En la incertidumbre yo sé que tenemos suerte. Y sin embargo eso no quita que también estemos cansados. Desde que empezó la cuarentena, hemos planeado y vuelto a planear y esto no termina. En los casi dos meses transcurridos, ha sido tanto el desconcierto y las exigencias sobre el mundo escolar que bien podríamos decir que se nos ha reclamado por todo (me refiere el colectivo, a quienes trabajamos en escuelas), con la presión de que teníamos que reaccionar inmediata y eficientemente, sumándole a eso una creciente suspicacia. Y tanto ha sido que prácticamente sostener un sueño nos tiene sin dormir, para poder planificar y vislumbrar acciones.
Incertidumbre inicial
Inicialmente, la cuarentena iba a ser algo breve, pronto regresábamos a aulas, eran solo unos días de suspensión. Terminaba marzo y se nos anunciaba a todos que la cuarentena se alargaría un poco más; pero incluso en ese momento, hasta los primeros días de abril la expectativa que teníamos era que volvíamos a aulas en mayo. El Ministerio de Educación sugería atención a distancia en modalidad virtual, pero de manera provisional. En medio de ese desconcierto, sin mayores orientaciones de condiciones o requisitos, tuvimos que revisar casos extranjeros, saber cómo reaccionaban otras escuelas en el mundo, ya que todos, en 118 países, estábamos transitando incertidumbre semejante. Se repetía el consejo de la atención en modalidad a distancia virtual, y de proyectarse así al menos hasta junio. Empezamos a crear acciones inmediatas de contingencia. La última semana de marzo fue crítica. Con el equipo directivo de la escuela teníamos reuniones 24/7 y era diseño tras diseño.
Se rumoreaba que podría perderse el año escolar, que existían otras prioridades vitales. Y mientras más se acercaba la fecha de pago de la mensualidad, la relación entre la escuela y los padres se hizo muy tensa. Nosotros como escuela, preocupados porque había que pagar a los docentes, ya que íbamos a recuperar las clases programadas. Los padres de familia preocupados, porque no iban a pagar por un servicio que no habían recibido, además que sus propias condiciones económicas estaban cambiando. Mi padre tuvo que hacerse de un préstamo para pagar a sus profesores y personal administrativo, que puedan a su vez organizarse en sus hogares. Y mientras administrativamente no sabíamos cómo haríamos el pago a docentes; el colegio pasaba ya tentativamente a proyectarse a lo virtual.
En la última semana de marzo realizamos encuestas para conocer disponibilidad de voluntad y disponibilidad material de nuestros docentes y padres de familia, para realizar clases en modalidad distancia virtual. Era una experiencia nueva para todos y necesitábamos saber de dónde partíamos. La encuesta fue alentadora. Empezamos el diseño de un plan de contingencia, se organizó a los docentes, se crearon protocolos y pautas, se proyectaron horarios, se elaboró la red de contactos de WhatsApp de padres de familia por aula, se hizo difusión en redes sociales de esta modalidad y de ideas que iban tomando forma, se realizó fase de inducción con la comunidad educativa en la plataforma seleccionada para clases en vivo, y empezamos abril con las clases en modalidad virtual. Entre temor y emoción, estudiantes y docentes se reencontraban en sus respectivas aulas virtuales. No sin imprevistos, claro, uno de ellos, que el soporte de Internet ha estado sobresaturado; y, sin embargo, se solucionaba.
Pero era pronto para creer que estábamos cerca de una “normalidad”. Algunas organizaciones y medios de prensa empezaron a difundir el reclamo que las escuelas debían de disminuir pensiones en un 50% ya que no gastaban ni en agua ni luz, o con el argumento de que los profesores ya no gastarían en pasajes, o que las clases virtuales no valían lo mismo que las presenciales pues era menos tiempo esfuerzo para el docente… Para quienes no están familiarizados con la inversión que implica una escuela, estos argumentos parecen tener lógica. Aparecieron expresiones o incluso titulares como “los colegios particulares tienen que CEDER en la disminución de sus pensiones”, bajo el lema de “justicia”. Se alimentó un recelo sobre la figura de la escuela. Exigiéndole todas las responsabilidades, al banquillo de los acusados o sospechosos públicos.
Inicialmente en marzo un grupo de padres nos escribía o llamaba a preguntar, a pedir orientaciones, o dar sugerencias o alentarnos. Mi padre siempre ha estado abierto a dialogar, poder atender sus consultas al menos le permiten sentir un poco de la cotidianidad que conoce. Pero eso no ha impedido que temamos que esa presión mediática afecte negativamente a nuestra comunidad. Además, el discurso suspicaz sobre las clases virtuales afectaba el ánimo de nuestros docentes. Fueron esas primeras semanas de abril las más tensas, aparecieron algunos reclamos y descalificación del trabajo realizado. Se atendieron llamadas, WhatsApp, mensajes de Facebook y correos. La presión mediática nos alcanzó. La relación entre escuela y padres se vio amenazada de quebrarse. Desde la experiencia que tuvimos, los reclamos se dialogaron, se buscaron soluciones; también nos repetimos “es el contexto, están preocupados”, “es la reacción normal en la crisis”, “podemos mejorar esto si cambiamos esto otro”.
Se puede entender el pedido de disminuir pensiones, la crisis económica ha golpeado de diferente manera a cada una de las familias; eso nos movilizó a hacer ajustes económicos para asegurar la permanencia del proyecto educativo y mantener la comunidad escolar, en lo posible, en su integridad. Lo más difícil hasta ahora ha sido asegurar la confianza con los padres de familia, aún estamos en ese proceso. De todos los casos que atendimos, uno en particular me perturbó, un reclamo que decía “no es mi problema que el promotor siga con todo su personal”. Ahí se revelaba un recelo más profundo, desinterés (¿subestimación?) por la calidad del servicio educativo, desinterés por la vida de quienes hacen posible una escuela. Pero no estábamos para lamentarnos, y seguimos en coordinaciones, así docentes y estudiantes han podido seguir reuniéndose en aulas virtuales.
Y, sin embargo, se ha destapado tanto resentimiento mezclado con desconfianza hacia la escuela que, personalmente, en pequeños espacios de tiempo libre, yo me he cuestionado de dónde salió este discurso tan ácido. Por una parte, por el aspecto económico, se coloca a todos los colegios particulares –sin excepción- como ogros abusivos. La escuela que mi padre soñó y que ha sostenido tantos años nunca ha sido una empresa lucrativa. Básicamente, la escuela se autosostiene en sus ingresos, para cubrir personal y en mejoras de inmobiliario y mobiliario. La tasa de morosidad e impagos es alta. Es un problema con mucha historia, que no empieza con esta pandemia. Pagar por educación escolar parece algo caprichoso, que puede dejarse de lado en el presupuesto familiar. En el contexto actual, la morosidad va muy en alza, no tenemos clara proyección de cómo culminaremos este año.
La desconfianza a lo virtual
Por otra parte, hay un recelo más grande, como una gran revelación. Unos amigos que investigan también sobre educación me han alcanzado una hipótesis: “el recelo a las escuelas privadas, en realidad, es tan solo la proyección de la frustración por Estados que no han cumplido con asegurar cobertura y calidad de la educación pública”. Tampoco descarto que la relación escuela y sociedad en Perú no termina aún de cuajar. Existe una visión medianamente generalizada sobre la importancia del docente; pero la imagen y valor de la escuela como espacio de aprendizaje en comunidad aún es incomprendida o tan solo desconocida.
Siguiendo con el recuento de esta brevísima confesión en tiempos de pandemia, hace dos semanas (tercera semana de abril) con Resoluciones Ministeriales recientes tuvimos certezas para proyectarnos a clases virtuales. Revísese en particular la RM N° 093-2020 del 25 de abril. “Orientaciones pedagógicas para el servicio educativo de Educación Básica durante el año 2020 en el marco de la emergencia sanitaria por el Coronavirus COVID-19”. Con esa RM, además de quedar oficializado que la modalidad virtual se extendería, se nos exigía paralelamente desde la UGEL respectiva, presentar un plan de recuperación con detalle. Tuvimos para ello 7 días de plazo. Se nos solicita soluciones inmediatas y eficiencia en tiempo récord. Aparte de ello, como escuela privada existía la expectativa de que el Ministerio de Educación brindase algún respaldo a docentes y escuelas privadas, dadas las circunstancias y suspicacias que se desataron; pero no, en lugar de ello han sido pedidos de reportes de acciones y también de transparentar costos. Todo de inmediato.
Por si no se ve, los colegios también necesitan organizarse para evaluar cómo van a hacer para poder pagar a su personal. Todas las entidades, colegios y otros, andan en esa preocupación. ¿Cómo cuidamos a nuestros docentes y a nuestro personal? ¿Cuál será la ruta para reconstruir la relación de confianza con nuestra comunidad? ¿Será necesario desensamblar pieza a pieza el funcionamiento de la gestión de una escuela privada para calmar las suspicacias y demostrar que nunca se trató de una gran actividad rentable? Personalmente, me he preguntado en los momentos más inciertos si, efectivamente, sería mejor cerrar todas las escuelas privadas para ahorrar a todos ese “gasto”. También he querido regresar inmediatamente a Perú, tan solo para abrazar a mi padre. No se puede por la cuarentena. Luego dejo ir el mal rato, hay otras cosas que atender.
Los ajetreos propios de una escuela terminan recordándonos que tenemos una comunidad muy vital. Niños pequeños desde 3 años hasta adolescentes de 16 años interactúan no solo en las clases en línea, se entusiasman obviamente en sus recesos, se saludan, se preguntan como están, se muestran algún dibujo, o simplemente se ríen un rato. Claro que también las travesuras, que pueden ocurrir en un aula en clases presenciales, encuentran manera de ingresar al mundo virtual, y hay que pensar en soluciones constantemente en este nuevo escenario. Idear nuevas estrategias para modelar no solo la enseñanza de las materias, también las sensibilidades a distancia y en tiempo de crisis. Súmese el hecho de que nos encontramos en medio de una pandemia y, más allá de atenderlo como eje transversal de aprendizajes, necesitamos imaginar acciones por si algún miembro de la comunidad educativa se enferma. Dar soporte a los docentes para quienes esta transición es complicada. Contemplar además nuevos roles para el personal… Adicionalmente, a todas las acciones mencionadas, mantener una sana estabilidad mental, autogenerarnos motivación y no perdernos en estos esfuerzos extra.
Ha sido y es un gran esfuerzo mantener operativa la atención, y más aún en proceso de reinventarnos como escuela. Y poca gente lo ve, porque lamentablemente para muchos un colegio es un lugar donde el docente dicta clase y nada más. Hay tanto trabajo detrás. Con tantos esfuerzos y con críticas tan mordaces, hemos pasado por momentos de desaliento, por supuesto. Queda mucho por aprender, innegable. Cuidar el sueño del que escuchaba desde niña y al que un valioso equipo de personas se ha integrado, nos ha tenido bajo mucha presión. Quisiera que esto fuese más sencillo. Pienso también en los otros colegios, en los sueños que están cuidando y que probablemente cuidar de esos sueños los tiene sin dormir. Que probablemente también están cansados, pero que no pueden permitirse la fragilidad. Un colegio sostiene… entonces no se le permite trastabillar.
Epílogo con textura de inicio: Esperanza
¿Pero quién dice que es fácil? Ya, y si es tan complicado, ¿por qué hacerlo? Ah, porque además de todos esos planes, por supuesto, de recuperación de clases, de recursos en línea, de capacitaciones en tiempo récord, de nuevas formas de pensarnos en clases, de innumerables diálogos para despejar dudas… ¿Tú sabes lo que sostiene a un colegio y a quienes lo soñaron (porque nació con uno, pero se hizo comunidad) en un contexto así? Lo sostiene la misma materia de la que están hechos los sueños: la esperanza. Nuestra comunidad escolar es pequeña y con un diálogo bastante cercano. Dentro de esta pequeña comunidad, siempre aparecen esos padres que te dan una palabra de aliento, los que suman y hacen del proyecto de escuela parte de sus vidas.
Y así esta brevísima confesión, dado que andamos en lista de sospechosos públicos. Necesitaba hacer descargo, sin ánimo de nada más que brindar un poco de luz sobre esta parte de la gestión de una escuela privada. A pesar de todos los esfuerzos, en nuestra humanidad no tenemos una receta mágica que vaya a solucionarlo todo, tampoco sabemos qué sucederá. ¿Será que esta situación solo es durante este año? ¿Se extenderá? ¿Cuánto más modificaremos y reinventaremos? ¿Cuánto más será posible el diálogo y reestablecer la confianza básica? La incertidumbre es grande. Pero también hay mucha esperanza y la disposición de dar todo lo mejor. También el ánimo que compartirlo con usted que me está leyendo. Mucho ánimo para todos los espacios educativos en esta transición. Finalmente, querer involucrarse en el mundo escolar es un acto de confianza en que todos estamos aprendiendo, trazarnos metas y celebrar los pequeños y progresivos logros, y que trabajamos por un futuro mejor que el presente. Dicho esto, aunque el panorama sea muy incierto, hagamos lo que tanto soñamos hacer, hagamos escuela.
Lima, 15 de mayo de 2020