EDITORIAL
Como quizás todos recuerdan, Norman Bates, en Psicosis, la célebre y recordada película de Alfred Hitchcock estrenada en 1960, asesina a su madre y asume después su personalidad, negándose a sí mismo a aceptar el hecho de su muerte como una forma de escapar de la culpa. El psicoanálisis define la negación como un mecanismo de autodefensa ante el dolor, que consiste en rechazar un hecho desagradable. Un hecho que nos causa tal malestar que, de aceptarlo, nos obligaría a reconstruir una parte de nosotros mismos. Es lo que ocurre ante una pérdida, una persona querida que se va, un empleo que se pierde, un lugar entrañable que se deja. La negación siempre es costosa para las personas, pues les resta capacidad creativa y posibilidades de adaptación a la realidad. Bates terminó preso, pero ya era un prisionero tenaz de su negación y sus miedos lo empujaron una y otra vez a cometer barbaridades.
¿Nos estará pasando algo así a los educadores? No estábamos preparados para vivir en carne propia una situación como esta, en la que tenemos que seguir cumpliendo nuestro rol como maestros, pero sin escuela, sin aulas, sin ruidos ni rostros, sin campanas ni recreos, sin formaciones ni discursos encendidos en homenaje a la patria. De un día para otro amanecimos todos, todos, la humanidad entera, en el set de grabación de The Walking Dead. Pero, a diferencia de la serie difundida por AMC Networks, no estábamos rodeados de actores, pues la sangre en el rostro de los caminantes era real, tanto como nuestro miedo y nuestro afán por escondernos de su acecho.
Quizás sea por eso, por ese deseo explícito de que la pesadilla acabe pronto y despertemos nuevamente en nuestro salón de clases, sin máscaras ni distancias, que en muchos casos nos esforzamos por seguir educando en el mismo estilo que lo hacíamos antes y por evaluar los aprendizajes con similar rigor y expectativa. Pero, aunque nos cueste creerlo, ni el internet ni la televisión ni la radio ni el megáfono ni el celular, son una réplica de la escuela ni la casa de nuestros estudiantes es un símil del aula. Nos va a tomar un tiempo aceptar que el lenguaje de los medios no puede ser el mismo que utilizamos en la educación presencial; que no es posible evaluar los aprendizajes logrados tal como lo haríamos en un espacio controlado de actividades simultáneas y acompañadas, como el que ofrecen las escuelas; y que no es posible apurar la vida para «recuperar tiempo», como si esta pandemia fuera lo mismo que una lluvia estacional.
Situados en sus casas, nuestros estudiantes viven realidades muy distintas. Algunas familias pueden hacerles el tiempo y el espacio necesarios para que puedan realizar las actividades que les proponemos, brindarles compañía y apoyo con la debida paciencia, protegerlos de las interferencias y alentarlos a perseverar en las tareas encomendadas. Otras no podrán hacerlo en la misma medida o quizás en ninguna. Pongamos entre paréntesis las consabidas dificultades de acceso a la señal de internet, televisión o radio. Hay familias que, aún conectadas, tienen varios niños en casa con necesidades distintas, hay familias donde las demandas de sobrevivencia han alcanzado límites dramáticos, hay familias con conflictos preexistentes que el encierro ha agudizado y que en algunos casos han llegado a la violencia, hay familias con algunos de sus miembros contagiados, hay familias que de buena fe equivocan su rol y reinterpretan las tareas planteadas por el docente, llevando a sus hijos o hijas por otra ruta. Nada de eso está bajo nuestro control.
Eso no significa que no debamos hacer el mayor esfuerzo que nos sea posible para que a nuestros estudiantes no les falten oportunidades para aprender o, mejor aún, que no desaprovechen las difíciles experiencias que ya están viviendo en confinamiento como oportunidades para aprender y crecer emocionalmente. En este contexto, evaluemos el impacto de estos esfuerzos en las distintas realidades que viven nuestros estudiantes, con seriedad, sin angustia, con apertura, tomemos nota de todo y comuniquémoslo, porque ahora más que nunca necesitamos aprender unos de otros.
Lima, 8 de junio de 2020
Comité Editorial