Vanessa Toribio Vargas | EDUCACCION
La pandemia se ha cobrado un alto precio en el bienestar y la salud mental de los niños, niñas y adolescentes, tal como lo demuestran los estudios realizados por la UNICEF y el Instituto Nacional de Salud Mental (INSM). Es así que será casi imposible remontar las cifras educativas de cara al retorno a la presencialidad este 2022 sin brindar atención al mundo interior de los estudiantes. Sin embargo, la desatención a este ámbito del desarrollo personal tiene larga data en nuestro país: carecemos de políticas efectivas de prevención a pesar de que la salud mental es un derecho, la cantidad de psicólogos en las escuelas y centros de salud con servicios de psicología es insuficiente (1,071 centros de salud para todo el país) y la inversión per cápita anual es menor que el promedio de Latinoamérica (4 dólares frente a 7 dólares a nivel de Latinoamérica).
Frente a tal reto, ¿cómo puede prepararse un docente de aula empático y altamente motivado por atender la dimensión socioemocional de sus estudiantes?
Empecemos teniendo en cuenta que, todos parecen estar de acuerdo en la necesidad de empatizar con las emociones de los niños y niñas, afectadas por los impactos de la pandemia. Son quienes han tenido mayores restricciones a las actividades presenciales. Los adultos también nos hemos sentido afectados por lo vivido estos últimos años, lo hemos percibido en las reacciones de nuestro cuerpo, nuestros pensamientos y nuestras conductas. Sin embargo, como adultos tenemos mayores recursos de afrontamiento para sobreponernos; los niños en cambio pueden estar viviendo situaciones que les causan ansiedad o depresión, no solo por estar aislados sino por diversas circunstancias y por el hecho de no estar siendo atendidos.
Dado que entrar en el mundo de las emociones es complejo y no se prepara a los docentes para moverse en él, hagamos un análisis de la situación.
¿Qué factores conspiran contra el desarrollo socioemocional de los estudiantes?
En primer lugar, como docentes necesitamos comprender por qué las cifras de ansiedad, estrés y depresión se han agudizado en pandemia. Uno de los primeros pasos para trabajar con el mundo interior del otro es saber ponernos en su lugar, en este caso, ser empático con mis estudiantes y mis colegas.
Y estas son cosas que caen por su propio peso. El confinamiento, el aislamiento, el riesgo de contagio generan emociones como soledad, ansiedad, frustración o miedo. La pandemia ha traído consigo un cóctel de emociones para el cual no hemos estado preparados, nos ha tomado por sorpresa y ha echado gasolina a tensiones que seguramente preexistían en los hogares. El niño ve que los padres están más tiempo en casa, pero no ve necesariamente que estén dedicados a él, sino que están ocupados en otras tareas, probablemente en trabajo remoto o en la angustia de conseguir trabajo por haberlo perdido recientemente. Todo esto se suma al dolor de las posibles pérdidas de familiares y amigos.
Si lo pensamos bien, antes de la pandemia las personas teníamos mayores mecanismos para canalizar todo el mar emocional frente a situaciones adversas ya que uno no estaba confinado en su casa todo el día. Por el contrario, la gente salía, interactuaba con otras personas, enfrentábamos otras situaciones en contextos diferentes. Ahora no, ahora estamos en casa casi todo el día (excepto si hacemos trabajo presencial), lo que se vuelve una suerte de olla a presión que en cualquier momento puede destaparse con fuerza.
Entonces, si ya había ciertas tensiones, desacuerdos o conflictos latentes en los hogares de los estudiantes, esta situación que vivimos las ha agudizado, y en muchas circunstancias, como ha revelado la prensa, ha desembocado en situaciones extremas, como violencia doméstica, abuso sexual, feminicidios, entre otros, que afectarán su bienestar y salud mental.
Por ello es importante entender que es en este escenario donde los niños, niñas y adolescentes están recibiendo y atendiendo las demandas de sus docentes.
En segundo lugar, necesitamos comprender que las emociones no son buenas ni malas. Emociones como la tristeza, la ira, el asco, la envidia, el miedo o la alegría nos ayudan a sobrevivir. Cada una se activa frente a determinadas circunstancias y con cada una nuestra respuesta fisiológica cambia, nuestros pensamientos cambian, nuestra conducta cambia, posibilitando que nuestra vida esté llena de luces y sombras.
Tenemos que reconocer que las mal llamadas emociones negativas nos pertenecen, son nuestras y también constituyen parte de nuestra experiencia diaria. La tristeza activa nuestra mente para afrontar la pérdida, las desilusiones o fracasos; el miedo activa nuestro modo de alerta frente al peligro; la ira se activa frente a situaciones que interpretamos como injustas.
El problema es cuando permanecen ocultas o nos sobrepasan. Por eso necesitamos aprender a identificarlas, eso es lo que nos permitirá conocer a fondo nuestra mente y posibilitará gestionar nuestras emociones del mejor modo posible. Integrar, reconocer, sentir con plenitud todas las emociones nos acercan a una personalidad madura, ecuánime, flexible y compasiva, donde todas las emociones tienen cabida dentro de uno mismo pero cada una en su lugar.
En tercer lugar, debemos ser conscientes que, aunque no seamos psicólogos, tenemos la responsabilidad como docentes de trabajar este ámbito con los estudiantes. Esto es sencillo de entender. Antes, las emociones y el mundo subjetivo de los estudiantes las atendía el tutor de aula. Hoy en día, el sujeto que aprende ya no se le ve solo como un alumno, es una persona que viene al aula (aunque sea un aula virtual) con todo su mundo personal, familiar y social. No lo deja afuera. La experiencia de aprendizaje no es una videoconferencia, donde el conferencista no tiene por qué enterarse de la vida de la gente que está en el auditorio. El docente es un formador que va a interactuar con un grupo de estudiantes durante todo el año. Entonces, no puede no saber, no puede desentenderse, no puede derivar todos los problemas al director, a un tutor o a un psicólogo, excepto el caso amerite de una atención profesional especializada.
Las dos competencias asociadas al área de personal social que están en el currículo, la relativa a la identidad y a la convivencia, tienen todo que ver con lo que está pasando. En estos dos últimos años, los estudiantes están construyendo sus identidades a partir de las respuestas que ven en el mundo adulto frente a la pandemia. Observemos entonces qué es lo que ellos están viendo, cómo es que los adultos estamos manejando la situación frente a ellos, con cuánta serenidad, con cuánta impaciencia, con cuánta empatía o con cuánta violencia, con cuánta consideración o con cuánta desconsideración por el otro. Todo eso es alimento para su identidad y el establecimiento de futuros vínculos.
Si lo vemos con ojos de maestro, sabremos que esas son nuestras responsabilidades formativas, ayudarles a desarrollar competencias en el campo de su identidad, interesándonos por lo que están sintiendo con cada experiencia y analizando con ellos en qué medida estas influyen a favor o en contra de la construcción de una identidad sana y una convivencia saludable.
Por otro lado, la convivencia en la familia según como se viva y como se maneje, les va a permitir tener referentes de convivencia con otros. Si es vertical, si es con respeto, si es con autoritarismo, si lo están tomando en cuenta, si no lo están tomando en cuenta, si le imponen decisiones. Eso también es material sobre el cual los estudiantes van construyendo su modelo de convivencia. Entonces, debemos identificar qué modelo de convivencia le está ofreciendo la familia a cada estudiante. Y por supuesto, todas esas experiencias llevarlas al aula para crear con ellos un espacio seguro donde puedan hablarse, pensarse y repensarse.
¿Qué significa el desarrollo socioemocional?
El desarrollo socioemocional tiene dos lados. El lado A de la moneda tiene que ver con la conciencia, desde edades tempranas, de nuestras emociones y sentimientos, y las de los demás. Saber cómo respondemos a determinadas circunstancias y cómo gestionarlas. Y eso implica aprender a mirarse a uno mismo. El lado B de la moneda nos dice que el desarrollo socioemocional de los estudiantes tiene que ver con la calidad de los vínculos y la creación de una convivencia sana.
Muchos adultos han perdido su capacidad de mirar dentro de sí mismos porque están ensimismados en lo que pasa afuera, en el trabajo, las presiones, y no se detienen a pensar qué es lo que pasa en su mundo interior. Sin embargo, si uno es consciente de sus emociones puede tomar mejores decisiones sobre lo que le agrada y le desagrada, lo que le hace sentir bien o mal, puede gestionar mejor sus respuestas y establecer relaciones personales positivas.
¿Qué debemos evitar?
Hay factores que no permiten el aprendizaje de una adecuada gestión socioemocional desde las escuelas. Por la experiencia que tengo trabajando con docentes de educación básica, puedo deducir qué errores debemos evitar. El más grave de todos quizás es el de intentar borrar las “emociones negativas” del mapa emocional de los estudiantes.
En la época de nuestros abuelos nos decían que no debíamos llorar, que no debíamos disgustarnos, que no se debía reclamar. Por el contrario, nos daban un castigo cuando estas emociones surgían. Eso lo único que hacía era que aprendamos a reprimir nuestras emociones y no nos daban la oportunidad de gestionarlas, procesarlas o simplemente aprender a pedir ayuda.
Como docentes debemos:
- Evitar decirle a un estudiante que acaba de perder a un familiar o amigo: “no llores, todo va a estar bien”.
- Minimizar las situaciones de violencia y el miedo que se produce cuando nos cuenta que les han pegado diciéndoles: “pero tu mamá te quiere”.
- Bloquear la ira que surge frente a una situación injusta diciéndoles: “No deben pelear, dense un abrazo y amístense”
Eso no ayuda. Una cosa es calmar a los estudiantes y otra es engañarlos haciéndolos caer en la negación, que crean que no pasa nada malo, que todo está bien, que todo está normal. Estos mensajes solo les inducen a negarse a sí mismos, a reprimir sus emociones, no les permiten tener la distancia ni el tiempo de procesarlas y digerirlas.
Algunas recomendaciones para iniciarse en este desafío
- Hacer un balance de nuestras propias emociones
Los docentes debemos aprender a mirar nuestras propias emociones. Las experiencias de los estudiantes mueven también las nuestras, ya sea porque las vivimos cuando éramos niños, o porque coinciden con experiencias familiares o personales actuales. Por ejemplo, ¿cómo dar calma a un estudiante desconsolado por la separación de sus padres cuando justamente tú estás atravesando un proceso doloroso de divorcio? Muchas de las situaciones reportadas por los chicos pueden ser también las propias y podemos estarlas manejando mal por ese motivo. Es necesario, entonces, aprender a mirarnos en el espejo.
- Empatizar a corazón abierto
Empatizar como docente con los estudiantes en un marco de confianza es fundamental. El primer paso es preguntar. Lo mínimo que yo esperaría como estudiante es que mi profesor se interese por saber cómo me está yendo, que estoy viviendo y cómo me estoy sintiendo. El segundo paso es escuchar. Que mi profesor me escuche, me entienda y me brinde un espacio para poder hablarle cuando lo necesite. Esas dos cosas de por sí ya son sanadoras. Ver que está interesado en saber y que me dé la oportunidad de poder hablar. La palabra ayuda a elaborar los pensamientos. El tercer paso es dar soporte. Eso es más complejo y requiere de cierto entrenamiento, pero no es imposible para los docentes. Depende de la formación, las circunstancias y de la calidad de la comunicación que sepa construir. Puede haber situaciones que ameriten una denuncia, si el niño reporta violencia. Ahí hay que recurrir a los mecanismos establecidos, como la DEMUNA o el Centro de Emergencia Mujer. Tenemos que saber qué canales hay para atender estos casos.
- Brindar oportunidades para representar lo que se vive y siente
En el campo de las habilidades blandas, lo que más se recomienda en el trabajo con niños es el recurso de la dramatización, el de crear historias, hacer dramatización con títeres o hacer teatro para presentar situaciones y generar discusión. Dramatizar situaciones típicas y cotidianas que los estudiantes están viviendo ayuda a que salgan a la superficie violencias invisibles, esas que están naturalizadas y que no se perciben como violencia.
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El tema no se agota aquí, este es solo el inicio de un largo camino que seguiremos ampliando en las siguientes ediciones. Manténgase atentos.
Lima, 27 de diciembre de 2021