David Rivera / El Comercio
Independientemente de los acuerdos o desacuerdos que se tenga con los candidatos a la presidencia, detrás de las pocas propuestas que han lanzado (tal vez sea mejor decir ideas), está implícita la discusión sobre el tamaño del Estado Peruano. Porque todos sus planteamientos implican uno más grande que el actual, independientemente de la forma en que ese crecimiento se vaya a dar y financiar.
Por eso resulta relevante el debate que abrió hace unas semanas el ministro de Educación, Jaime Saavedra, con un artículo en el que llamaba la atención sobre lo pequeño que es el Estado Peruano si lo comparamos con nuestros socios de la Alianza del Pacífico, mucho más si miramos a países hoy desarrollados. Juan José Garrido, director de “Perú 21”, criticó las ideas de Saavedra por no abordar los problemas de la eficiencia ni la forma en que se financiaría ese crecimiento considerando los niveles de informalidad que tenemos, la cual originó una opinión nuestra y una nueva respuesta de su parte.
Este debate resulta crucial, por lo cual consideramos indispensable seguir con él. Queremos enfocarnos en dos de las afirmaciones de Juan José. La primera tiene que ver con la comparación que hicimos sobre cómo buscaría eficiencia una empresa privada ineficiente, punto sobre el que él afirma que los buenos ejecutivos son capaces de hacer reestructuraciones sin aportes, y que ejemplos sobran.
Si una empresa privada alcanzara tal nivel de precariedad, los ejecutivos “exitosos” tendrían la posibilidad de cerrar líneas de producción, de negocios, de reenfocarse, de reducir personal. A diferencia de esa flexibilidad, el problema es que el Estado Peruano tiene una lista enorme de funciones que le corresponden cumplir y que no lo hace. Sí, en parte es por ineficiencia, en parte por corrupción, pero también en buena parte porque es muy pequeño, más aun si consideramos nuestras complejidades geográficas. Todo ello, en un círculo vicioso que se retroalimenta. Por eso, podríamos replantear los términos de este punto del debate. Un pacto de todas las fuerzas políticas, económicas y sociales de este país debería incluir más recursos y más eficiencia en paralelo, que es lo que el ministro Saavedra ha conseguido en su cartera. Si él ha podido en un sector con las complejidades del educativo, es posible hacerlo en otros.
Porque además, y este es nuestro segundo punto, no hay tiempo. Desde la comodidad de nuestras oficinas o casas, podemos creer que tenemos todo el tiempo del mundo para discutir sobre cómo, cuándo, etc. Pero allá afuera, en la mayor parte del país, la desazón con el Estado, y por extensión con la clase política, es muy grande. Las elecciones presidenciales ya deberían habernos hecho reflexionar sobre este punto. Que en plena bonanza económica el discurso radical de un candidato como Ollanta Humala haya prendido en la población debería ser suficiente indicio.
Pero no sería la primera vez en nuestra historia que nos dejamos llevar por el aparente “todo bajo control” y que todo termina fuera de control. El trance puede durar décadas, pero el desenlace siempre llega.
Es cierto, cómo financiar ese crecimiento público es un tema complejo y sensible. Por eso mismo, requerimos un pacto amplio. Ya sea para aumentar impuestos, ya sea para asumir un mayor déficit fiscal y mayores niveles de endeudamiento en el corto y mediano plazo. Un pacto que genere confianza social y seguridad para la inversión privada. Pero si no asumimos la existencia del problema, evadiremos siempre abordar su solución. Hasta que, nuevamente, sea muy tarde.
Fuente: El Comercio / Lima, 1 de marzo de 2016