Edición 50

Igualdad de género y desempeño docente

¿Qué nos dice el Marco de Buen Desempeño Docente sobre el enfoque de igualdad de género?

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Guadalupe Pérez Recalde | EDUCACCIÓN

Como todos los años, renovamos el entusiasmo y el compromiso ante el inicio de nuevo año escolar. En esta oportunidad compartimos algunas reflexiones sobre el Marco de Buen Desempeño Docente[1] (en adelante MBD), en cuyas páginas subyace de manera fundamental el interés por garantizar el derecho de niños, niñas y adolescentes a una educación de calidad. El MBD provee orientaciones claras para mejorar la práctica docente y guiar el aprendizaje de los y las estudiantes, es por eso que consideramos de importancia identificar puentes que permitan el diálogo con los enfoques transversales del Currículo Nacional; en lo que sigue nos ocuparemos específicamente del tan cuestionado enfoque de igualdad género.

Como sabemos, en la escuela se realizan relaciones sociales; es decir, los diferentes actores de la comunidad educativa (docentes, estudiantes, directivos, familias) interactúan entre sí. Aunque ello no sea explícito, estas interacciones están basadas en ciertas ideas y valores que modelan acciones y actitudes. Entre muchas otras, también portamos ideas ligadas al género[2]. Así, por más inconsciente que sea cada uno de nosotros habla, evalúa y actúa desde estas ideas. Como no podía ser de otra manera tratándose de asuntos humanos, la labor docente también está permeada por estas ideas. El enfoque de igualdad de género propone en un primer momento, poner sobre la mesa (visibilizar dirán los textos eruditos) esas ideas y discutirlas, para, en un segundo momento, poder transformarlas si ello fuera necesario. ¿Y cuándo es necesario transformar ideas que orientan acciones? Habrá diversas respuestas individuales a esta pregunta de orden moral. Desde la lógica del estado de derecho podremos responder que es necesario transformar ideas cuando éstas llevan al sufrimiento evitable de alguien, del prójimo; cuando se están vulnerando o no protegiendo derechos. Pongamos por ejemplo[3] el caso de una maestra que “castiga” a sus estudiantes varones traviesos poniéndoles un disfraz de niña. Imaginemos por un momento al niño vestido de niña con el claro objeto de erigirse en motivo de burla por parte de sus compañeros. ¿Cuál es el escarnio[4]? Que el niño parezca niña; que el niño sienta por un instante qué es ser niña. ¿La pena inversa daría el mismo resultado? En primer lugar, no la hemos encontrado fácticamente, y luego, sabemos que el resultado no sería el mismo[5]. Un niño vestido de niña se desvaloriza antes los ojos de los demás y los suyos porque lo femenino es desvalorizado en nuestra sociedad. Este “castigo” es un modo de reproducir y “enseñar” esa jerarquía. Niños y niñas aprenden qué se espera de ellos en este ejemplo.

En este punto, es importante aclarar que en este juego de relaciones sociales no hay buenos y malos, o tontos y vivos, o culpables y víctimas; hay tan sólo una educación permanente y sistemática que hace que todos y cada uno de nosotros internalicemos el lugar que la sociedad nos tiene reservado. Y ya sabemos, nadie se quiere quedar afuera, lo dicta nuestro “instinto gregario”; nos adaptaremos, haremos lo que hay que hacer para no ser objeto de burla, para ser parte del “nosotros”. Una estudiante cuenta que su mamá la resondra porque se ríe “como un varón”; otra, que sus amigos varones les dicen a ella y sus amigas “los culos”. Un estudiante, avergonzado, cuenta que siempre le decían que tiene “letra de mujer”; otro, que sus amigos le dicen “pisado” porque le gustaba estar con su enamorada. Ante la realidad, la pregunta es ¿cómo lidiar con esta construcción social de las relaciones de género en la escuela y particularmente en las aulas? El MBD nos brinda un campo precioso para el trabajo artesanal, ése que tanto nos motiva a quienes somos docentes.

El MBD propone concebir a los y las estudiantes como sujetos de derechos; lo que no sólo está en línea con el enfoque de igualdad de género, sino que obliga a asumirlo en el marco de la labor pedagógica. A lo largo del texto, el MBD declara basarse en una valoración positiva de la diversidad en todas sus expresiones; ello incluye, aunque no todas las veces sea explícito, el sexo, la identidad de género y la orientación sexual. Es a partir de esta igual valoración que se logrará la convivencia inclusiva y acogedora que el MBD propone.

Los cuatro dominios de desempeño docente requieren de los 7 enfoques transversales del Currículo para poder realizarse plenamente. Asumir el enfoque de igualdad de género implica buscar ejemplos que mis estudiantes puedan entender y en los que no se sientan juzgados y/o discriminados. Implica también revisar las estrategias de evaluación y la promoción de la participación ¿A quién tiendo a dar la palabra? ¿Qué margen de libertad tienen los y las estudiantes para expresarse? Como propone el MBD, la labor docente es una función social éticamente comprometida, por lo que es necesaria la reflexión crítica acerca de los prejuicios y estereotipos que guían las relaciones de docentes con estudiantes y colegas. Ser docente no es estar ajeno a la sociedad en la que vivimos. ¿Cómo impactan las ideas “de sentido común” en mi ser docente? ¿Con qué herramientas conceptuales y pedagógicas cuento antes las intervenciones espontáneas de “la realidad” en el aula? Uno de los pilares de la labor docente es el vínculo que podamos establecer con los y las estudiantes Este vínculo será tanto más saludable y motivador cuanto menos influido esté por prejuicios y estereotipos sobre “el alumno ideal” o “la alumna ideal”. Preguntas como: ¿cuáles de mis prácticas y esquemas mentales promueven o a la inversa, obstaculizan, el desarrollo integral de los y las estudiantes? pueden ayudarnos como docentes a velar por los derechos de nuestros estudiantes a la vez que fortalecen nuestra labor pedagógica.

El MBD propone “conocer y comprender las características de todos sus estudiantes y sus contextos” y crear un “clima favorable al aprendizaje, la vivencia democrática y la diversidad”. Resulta fundamental para el desarrollo de estas competencias la igual valoración de todos los y las estudiantes, ya que muchas veces la convivencia se resuelve apelando a “la tolerancia” a “los diferentes” o reprimiendo las expresiones de la diversidad (étnica, de género, de orientación sexual, etc.) para “protegerlos”. Ningún estudiante estará más protegido que cuando sus docentes lo valoran por quién es y cómo es. Un “clima favorable al aprendizaje” es aquel que supone que todos/as puedan expresarse sin temor a ser criticados, burlados. El MBD nos propone el desafío de repensar las diferencias sólo como eso, diferencias, sin que impliquen una carga valorativa determinada. Es decir, que las diferencias sean marcas identitarias únicas y no expresión de prestigio / desprestigio. Para ello es necesario reflexionar sobre el tejido que sociocultural que sostiene esa percepción de las diferencias como desigualdad. El desafío es hacer visible ese tejido para poder transformarlo.

Es claro que el MBD asume y apuntala el enfoque de igualdad de género, sin embargo, ello no es tan claro para quien no esté familiarizado con sus postulados e implicancias. En consecuencia, y dado que el MBD es “una herramienta que permite orientar la formación de docentes y la evaluación de su práctica” (MBD: 21), resulta imprescindible que incluya ejemplos y explicaciones que den cuenta de la necesidad del enfoque de igualdad de género para un buen desempeño docente. Construyamos en nuestras aulas esos nuevos ejemplos.

Lima, 30 de marzo de 2019

NOTAS

[1] Disponible en: http://www.minedu.gob.pe/pdf/ed/marco-de-buen-desempeno-docente.pdf
[2] Tomaremos aquí una definición básica de género como la construcción social de las expectativas ligadas al sexo biológico. Es decir, ¿qué espera la sociedad de una persona desde el momento que nace? Estas expectativas son transmitidas de manera permanente por docentes, padres, madres, pares en el aula fundamentalmente, pero también a través de normas, reglamentos, sanciones, publicidades, programas de TV, etc. Existen otras conceptualizaciones de género como matriz de relaciones de poder, que, sin negarlo, complejizan lo que acabamos de enunciar.
[3] Los ejemplos narrados en esta nota han ocurrido en aulas del Perú en los últimos 3 años; en instituciones educativas de diferentes niveles (inicial / primaria / secundaria) y con diferente tipo de gestión (pública / privada). Agradezco a las colegas que las compartieron conmigo.
[4] Antes, haríamos bien en preguntarnos por el recurso al escarnio como estrategia pedagógica para transformar actitudes.
[5] Uno de los pilares de la construcción de la masculinidad es el rechazo a todo aquello considerado femenino, rechazo que, llevado a un extremo termina en violencia, abuso y muerte. Y que, en su versión no extrema (aunque el día a día de muchos niños, niñas y adolescentes, esté signado por ese extremo) redunda en el desprestigio de “lo considerado femenino”: niñas, mujeres, homosexuales y cualquier manifestación de sensibilidad o delicadeza.

Guadalupe Pérez Recalde
Magister en desarrollo humano, socióloga, docente, miembro del Colectivo Educación e Igualdad, especializada en políticas sociales y desarrollo humano. Consultora con experiencia y formación en educación, género, desarrollo humano y políticas sociales. Trayectoria laboral en gestión e investigación interdisciplinaria, en el estado, cooperación internacional y organizaciones de la sociedad civil. Docente universitaria.