Edición 38

Implementación curricular: las barreras culturales de cada día

¿Basta un currículo bien diseñado para erradicar antiguos hábitos de enseñanza?

Print Friendly, PDF & Email

Luis Guerrero Ortiz/ EDUCACCIÓN

John Nash, en los años que era profesor del famoso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), tuvo un amigo misterioso, William Parcher, un agente del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, que lo enroló en una misión secreta para frustrar un supuesto complot soviético. Debido a su notable habilidad para descifrar códigos, Nash recibió el encargo de descubrir mensajes encriptados del enemigo en revistas y periódicos, para comunicarlos de inmediato a los jefes de Defensa. Nash se tropezaba con Parcher en todo lugar a donde iba, siempre de incógnito, recibiendo de él instrucciones y tareas continuas, hasta convertir su encargo en una enfermiza obsesión. William Parcher, sin embargo, nunca existió, salvo en la cabeza de Nash, quien padecía de esquizofrenia. Esas voces imperativas que lo perseguían sin piedad estaban dentro de sí mismo.

Sylvia Nasar cuenta esta historia en su novela biográfica Una mente maravillosa (A Beautiful Mind, 1998), en la que narra la vida de John Nash, libro que sería llevado al cine en una película estrenada en 2001 con el mismo nombre, bajo la dirección de Ron Howard. Vale la pena recordar que Nash fue Premio Nobel de Economía en 1994. La novela, además, casi gana el Premio Pulitzer. El film, en cambio, obtuvo el Oscar a Mejor Película.

A pesar de gozar de una buena salud mental, nosotros también podemos escuchar a veces «voces interiores», que nos alertan y nos impulsan a reaccionar en determinadas circunstancias. Cuando leemos un texto, por ejemplo, en que se ha escrito «caminó asia mí» o «me parece ferpecto», una voz interior nos susurra al oído un mensaje de error y enciende nuestras luces rojas. Las frases están mal escritas. No hay necesidad de pensarlo mucho. Si las normas del idioma se rompen, en el hablar o el escribir, esa voz se activa, nos envía una alerta y nos impulsa a la rectificación. Las normas las tenemos registradas en el subconsciente y la voz viene de allí.

Pero hay otra gramática que circula también por nuestra sangre y que norma espontáneamente nuestro comportamiento. Veamos. Un profesor de primaria organiza su aula en cuatro grupos de trabajo. De pronto, las conversaciones que se suscitan entre sus alumnos alrededor de la tarea encargada generan ruido. No solo eso, hay grupos que demoran más que otros en terminar. Entonces, la voz se activa y lo empuja a corregir la situación: el profesor decide que mejor es dictar la clase, mantiene los grupos, pero les pide que anoten las ideas expuestas, pues luego les asignará una tarea que deberán realizar individualmente y en silencio, dentro un mismo plazo. ¿Qué le ha dicho esa voz?

La voz le ha susurrado que se han roto dos normas de la enseñanza, tal como suele concebirse: la primera, en clase se guarda silencio, pues la bulla es desorden y el desorden es malo para aprender; la segunda, los plazos se cumplen y rigen para todos, pues los retrasos perjudican la planificación.

Una docente de secundaria muestra a sus estudiantes un video que describe las características de los seres vivos, para que puedan después relacionar sus ideas previas con la nueva información que se les presenta. Luego les pregunta: ¿Qué características nos ayudan a diferenciar unos seres vivos de otros? En la conversación que surge alrededor de las diversas respuestas, varios alumnos no le atribuyen vida al coral y tampoco consideran ser vivo al musgo ni al hongo. Igualmente, hay quienes no reconocen la reproducción sexual como un rasgo propio de los caracoles ni de las arañas. Entonces, la voz interior se activa y empuja a la maestra a corregir la situación: toma la palabra para destacar las respuestas acertadas y empieza a rectificar una a una las ideas equivocadas de sus alumnos, abundando en argumentos científicos. ¿Qué le ha dicho esa voz?

Esta vez, la voz le ha alertado de la ruptura de una norma básica de su enfoque de enseñanza: el error debe ser corregido cada vez que aparezca, pues el rol del docente es transmitir la verdad.

Una maestra de inicial ha realizado con sus alumnos «la búsqueda del tesoro», un juego que permitirá a sus niños aprender a actuar y pensar matemáticamente en situaciones de incertidumbre que demanden gestionar datos. Una vez terminado el juego, les pregunta: ¿Dónde encontraron los tesoros? ¿Estaban cerca o lejos? Coge la pelota y les pregunta: ¿Qué forma tiene este tesoro? ¿A qué se parece? Luego, coge una lata forrada y les pregunta: ¿Cómo es este tesoro? ¿A qué se parece? La expectativa es que los niños puedan formular nociones relacionadas con la distancia y las formas geométricas. Ante la primera pregunta, los niños dudan por unos segundos o se miran entre sí. La maestra los observa en silencio. Entonces se activa esa voz interior en ella y les dice: «¡El tesoro estuvo le… le…», a lo que ellos responden en coro: «…jos!». Cuando cree verlos dudar también ante la segunda pregunta, la voz la impulsa nuevamente a adelantarse: «¡La pelota es una esfe…», y los niños responden en coro: «…ra!». ¿Qué le ha dicho esa voz?

Pues le ha dicho que el breve silencio de la maestra ante las dudas de los niños estuvo a punto de romper otras dos reglas: la primera, si el alumno sabe es porque el profesor le enseña; la segunda, los niños no saben pensar por sí mismos. Es decir, esperar que un niño razone y deduzca es mucho pedirle a su edad, solo puede saber lo que se le enseña primero. La anticipación a sus respuestas queda así justificada.

David Tyack y Larry Cuban (2001), profesores de la Universidad de Stanford, propusieron el concepto de gramática escolar para explicar metafóricamente la terca permanencia de ciertas prácticas escolares, aparentemente inmunes al paso del tiempo, pues, al igual que la gramática del idioma, sus reglas no necesitan ser explicitadas ni comprendidas de manera consciente para utilizarse a diario. Reglas que determinan nuestros modos de actuar, ver y comprender la enseñanza y la escuela misma, y que el inconsciente nos recuerda cada vez que se transgreden o están al borde de infringirse.

En palabras de Nancy Núñez Soler (2012), docentes, directores, alumnos y padres de familia «conocen el sistema de reglas explícitas e implícitas de una escuela porque está integrado a la matriz institucional. La gramática es el marco que incluye las tradiciones y regularidades instaladas a lo largo de la historia del centro educativo, es el modo de hacer y de pensar transmitido de maestro en maestro a través de la experiencia e incluye los supuestos compartidos que no se cuestionan».

Así, para muchos docentes, 1) la predilección por el silencio, 2) el rechazo al ruido y al desorden de la clase, 3) la preeminencia de los plazos sobre el aprendizaje efectivo, 4) el pánico al retraso de la planificación, 5) la aversión al error, 6) la idea del docente como depositario de la verdad, 7) la subestimación de la capacidad de niños y adolescentes para razonar y discernir o para aprender por sí mismos más allá de lo que el profesor les enseñe son reglas o principios básicos de la enseñanza que se han naturalizado a lo largo del tiempo y que no se atreven a cuestionar, a riesgo de diluir o perder su identidad de maestros.

Las reformas curriculares de fines del siglo XX postularon el aprendizaje colaborativo en equipo, la prioridad de los aprendizajes sobre cualquier formalidad del sistema, el aprovechamiento pedagógico del error, el conocimiento como construcción reflexiva y no como donación externa, el involucramiento mentalmente activo de los estudiantes en sus experiencias de aprendizaje. Es decir, un modelo de enseñanza que chocaba frontalmente con estas siete reglas —entre varias otras— de la gramática escolar. Si el currículo ha sido modificado en estas últimas dos décadas, siendo sus hitos más importantes las reformas de 1995, 2005 y 2016, estos principios pedagógicos han sido básicamente los mismos y el esfuerzo por ponerlos en prácica se ha encontrado en distintos momentos con las mismas barreras culturales.

Jessica Tapia y Santiago Cueto resumieron las distintas intervenciones del Proyecto Forge en apoyo al último proceso de reforma curricular, de 2012 a 2016. Entre otras cosas, el informe destaca, por ejemplo, el desafío que representa para los docentes la transición de un modelo de enseñanza a otro esencialmente distinto: «Pasar de una prescripción aún centrada en lo que se debe enseñar —y no tanto en la descripción de aquello que los estudiantes deben aprender— supone, por ejemplo, pasar de una prescripción que plantea como meta que los estudiantes comprendan lo que leen a otra capaz de describir en qué consiste tal comprensión, cómo se manifiesta de modos diversos y cuál es el nivel de comprensión que se considera apropiado en los distintos momentos de la trayectoria escolar; todo ello, con base en evidencias de lo que resulta posible y desafiante para los estudiantes» (Tapia y Cueto 2017: 13).

Como se aprecia, es un cambio de perspectiva notable. Un docente que considera normal trabajar concentrado en los contenidos que tiene que explicar y en los plazos que tiene para hacerlo, ahora tendría que concentrarse más bien en cómo sus estudiantes van procesando cada aprendizaje, en qué niveles los van logrando y de qué modo los van demostrando, teniendo en cuenta que no todos sus alumnos son iguales y no avanzarán en simultáneo. Su gramática pedagógica se pone en entredicho, encenderá las bocinas de alarma y la voz interior le dirá que le están pidiendo algo ilógico e imposible.

En un estudio realizado por Jaime Montes y Patricia Grundy (2017: 67) sobre el proceso de la Evaluación de Desempeño Docente planteado por el Ministerio de Educación, se identifican algunas confusiones comunes de los maestros respecto del desempeño que se espera de ellos en la relación con sus estudiantes. Por ejemplo, el que interesen a sus alumnos por la clase, los hagan participar y estimulen su razonamiento, es considerada una demanda inviable con niños de la zona rural, pues no dependería del docente sino del contexto, de los materiales disponibles, de la buena nutrición del estudiante, de su disposición para estar tranquilo en su carpeta o de su grado de obediencia. Es decir, las cuestiones más elementales que debieran caracterizar la enseñanza, considerando el tipo de aprendizajes que necesitan lograrse en los tiempos actuales, remecen, amenazan, desafían las viejas reglas de la gramática escolar. Por eso, muchos docentes las consideran absurdas y desproporcionadas. Es como pedirles que escriban de derecha a izquierda o que lean un libro empezando por la última página.

Tapia y Cueto (2017: 16) señalan también en su informe que, en la perspectiva del nuevo currículo, «la evaluación no es algo que suceda siempre al final del proceso de enseñanza/aprendizaje; por el contrario, se debe integrar a este proceso y formar parte de la planificación de la enseñanza». Sin embargo, como señala  Beatriz Picaroni (2008: 64), a partir de los resultados de una investigación efectuada en ocho países latinoamericanos, la realidad es otra. Lo común es «que en muchos países los docentes apliquen pruebas de diagnóstico al inicio del año lectivo, pero que el resultado de las mismas no produzca ninguna modificación a la planificación del curso que el docente tenía antes del diagnóstico». En el Perú, en particular, tampoco es común hacer diagnóstico previo.

Que la planificación de clases es estandarizada para cada grado y edad es otra regla de oro de la gramática escolar, lo que quiere decir que no haría falta producir conocimientos específicos sobre los distintos niveles de aprendizaje de los estudiantes de un grado, pues la única información que bastaría para planificar está en el currículo. Un enfoque formativo de la evaluación, en cambio, supone planificar clases en base a información precisa sobre los alumnos, para poder diferenciar énfasis y estrategias de enseñanza. Pero quien intente hacerlo deberá hacer frente a esa voz interior que le dirá que eso no está bien, que no es lo normal.

Leonardo Otárola Cotrino (2011: 253) cita a François Dubet para señalar que en las escuelas «se desarrollan una gran cantidad de rituales y de microrrituales, que afianzan todo un cuerpo de hábitos y valores que le confieren al estudiante, desde lo más cotidiano de su experiencia, los principios básicos de inclusión y exclusión, de aprobación y reprobación al funcionamiento social». Es decir, hacer ciertas cosas siempre te otorga sentido de pertenencia; no hacerlas te deja afuera. Ahora bien, como dice Pierre Bourdieu, el rito tiene una fuerte carga simbólica y asigna valor a quienes lo practican dentro de su grupo, elevándolo a una condición superior (Otárola Cotrino 2011: 254). Esto querría decir que esta función incluyente del ritual aplica tanto para los estudiantes como para los docentes, pues las prácticas ritualizadas están en ambos lados. Así, el apego a los rituales de enseñanza normalizados por la cultura otorga a los profesores la aprobación e inclusión que necesitan, en los marcos de un determinado imaginario social sobre el rol docente. Un imaginario hoy históricamente desfasado, que en veinte años de reformas curriculares no hemos logrado modificar de manera significativa.

Habíamos señalado que en los tres hitos principales del proceso de reforma curricular que hemos vivido en el Perú, pese a la evolución innegable en su concepción y en sus formulaciones, ha habido denominadores comunes. Los principales han sido dos: el desplazamiento del eje central de la educación formal, tradicionalmente enfocado en la enseñanza y el docente, a otro centrado en el aprendizaje y el estudiante; y el reconocimiento del nuevo paradigma científico sobre el conocimiento, que le ha devuelto al sujeto el protagonismo en la producción del saber que le negaron las epistemologías dogmáticas e idealistas.

Lamentablemente, la antigua y aún hegemónica gramática escolar no ha hecho ese tránsito y sigue anclada en el eje y el paradigma anterior. Es desde ahí que muchos docentes leen, traducen y resignifican las nuevas demandas curriculares, incorporando superficialmente algunos elementos nuevos a sus viejos rituales, sin abandonarlos. Es lo que ha venido ocurriendo desde 1995 con todos los currículos reformados que hemos tenido en el país. Por eso, cualquier estrategia de implementación curricular necesita tener en cuenta que, sin una modificación sustantiva de la práctica docente, ningún nuevo currículo tendrá viabilidad, y que no se modifican fácilmente las prácticas ritualizadas, con fuertes anclajes culturales y respaldadas en tradiciones seculares.

Cada regla que se cuestiona de esa gramática hace surgir en el docente esa voz interior que lo alarma y le provoca inseguridad, pues desdibuja la imagen que se ha hecho de su identidad profesional. Si consideramos que detrás de sus reglas hay una manera de entender la docencia, tendremos que explicitarla y hacerla consciente, propiciando reflexión y diálogo crítico sobre ella, en cada experiencia formativa. Tendremos que mostrarles, antes de apresurarnos a llenar su mochila de recetas didácticas, cómo otros docentes pudieron transitar hacia otra manera de enseñar, hacia nuevas reglas de juego, hacia otro modelo profesional, sin perder su identidad, más bien enriqueciéndola.

En verdad, esta vieja gramática escolar, en lo que concierne a la enseñanza, se ha empezado a resquebrajar desde hace mucho y, en el mundo, son miles los docentes que ya hablan un nuevo idioma pedagógico. Pero la anterior sigue vigente, ofreciendo silenciosa resistencia y afectando el ánimo o la conciencia de muchos maestros, incluso de aquellos que están dispuestos a dar pasos para evolucionar profesionalmente. Recordemos las lecciones que nos dejan los países que reformaron con éxito su educación: «Los sistemas educativos con más alto desempeño reconocen que la única manera de mejorar los resultados es mejorando la enseñanza: el aprendizaje ocurre cuando alumnos y docentes interactúan entre sí. Es por ello que mejorar el aprendizaje implica mejorar la calidad de esta interacción» (Barber y Mourshed 2008). Y para mejorarla, si no queremos padecer la misma angustia de John Nash, tenemos que levantar las anclas que nos atan a las reglas de una lengua que necesitamos dejar de hablar.

Lima, 1 de marzo de 2018

REFERENCIAS

Barber, Michael y Mourshed, Mona (2008). Cómo hicieron los sistemas educativos con mejor desempeño del mundo para alcanzar sus objetivos. Santiago de Chile: Mckinsey & Company. Programa de Promoción de la Reforma Educativa en América Latina y el Caribe (PREAL). Disponible en: goo.gl/VUiBTL.

Montes, Jaime y Grundy, Patricia (2017). Análisis del proceso de la Evaluación de Desempeño Docente (EDD). Lima: Consejo Nacional de Educación (CNE)-Grupo de Análisis para el Desarrollo (Grade)/Proyecto Fortalecimiento de la Gestión de la Educación en el Perú (Forge).

Núñez Soler, Nancy (2012). La gramática institucional: una mirada a los tiempos y los espacios escolares. Montevideo: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso)-Uruguay. Diploma Superior en Currículum y Prácticas Escolares en Contexto (Cohorte 6).

Otárola Cotrino, Leonardo (2011). «El mito, el rito y la educación: puntos de encuentro, riesgos y esperanzas». Revista Complutense de Educación, vol. 22, nro. 2, pp. 249-268. En: goo.gl/4GAMCq. Bogotá: Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano.

Picaroni, Beatriz (2009). La evaluación en las aulas de primaria: usos formativos, calificaciones y comunicación con los padres. Lima: Grade/PREAL. Grupo de Trabajo sobre Estándares y Evaluación.

Tapia, Jessica y Cueto, Santiago (2017). El apoyo de Forge al desarrollo del currículo nacional de la educación básica del Perú. Informe final. Lima: Grade/Proyecto Forge.

Tyack, David y Larry Cuban (2001). «¿Por qué persiste la gramática de la escolaridad?». En: En busca de la utopía. Un siglo de reformas en las escuelas públicas. México: Fondo de Cultura Económica (FCE)/Secretaría de Educación Pública (SEP). Biblioteca para la Actualización del Maestro, pp. 167-214.

Luis Guerrero Ortiz
Docente, graduado en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), con estudios completos de maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado de Chile, y posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), Periodismo Narrativo y Escritura Creativa (Escuela de Periodismo Portátil de Buenos Aires). Ha sido profesor principal en el Instituto para la Calidad de la PUCP y consultor de UNESCO en políticas de formación docente. Socio fundador de ENACCION y de Foro Educativo. Ha sido consultor de GRADE (Proyecto FORGE) y asesor pedagógico en el Ministerio de Educación (Despacho del Ministro) entre el 2001-2002 y el 2010-2013. Ha sido asesor en la Oficina de Educación de UNICEF y el Consejo Nacional de Educación; profesor principal de la Escuela de Directores y Gestión Educativa de IPAE; ha sido docente de posgrado en la Universidad Católica y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Es miembro del Consejo Consultivo de Enseña Perú. Escribe ficción en su blog El río de Parménides.