EDITORIAL
¡Saluda a tu tía! Esa expresión nos resulta muy familiar, ¿verdad? Nos la han repetido tantas veces cuando éramos niños, que el saludo de rigor a esa señora que apenas conocíamos, con beso incluido y a veces con bailecito, se quedó grabado en nuestras venas. Naturalmente, hay una diferencia entre el saludo ritual coaccionado y algo tan simple como un gesto acogedor de bienvenida al comenzar una larga jornada de trabajo, con personas que, además, vemos a diario.
Cabe preguntarnos entonces: ¿saludamos a nuestros alumnos al iniciar la mañana?, ¿los saludamos como a la tía o lo hacemos desde el corazón?
Este y otros tantos temas de mucho significado, en especial cuando se abre un periodo, suelen superponerse en el inicio de todo año escolar. Temas grandes y pequeños, trascendentes o circunstanciales, algunos más graves que otros, algunos escandalosos, como por ejemplo el maltrato, el acoso y el abuso sexual hacia los estudiantes. Situaciones tan naturalizadas como el beso a la nueva tía que nos llegó de visita. Decir que se ha vuelto natural en muchas escuelas del país es decir que a nadie llama la atención que ocurra, pero que sí sorprende y molesta -porque no es lo «natural»- que se denuncie y «se perjudique» a los adultos agresores. Pobres incomprendidos.
También suele ponerse sobre la mesa en esta época los resultados de la Evaluación Censal de Estudiantes. Como es habitual, surgen expectativas, preocupaciones, alertas, que deberían llevarnos a repensar cómo venimos enseñando no sólo a los niños de los grados evaluados, sino a los que están en los grados anteriores y en los posteriores, es decir, en el espacio oscuro donde no llegan los reflectores de la noticia y, por lo tanto, donde nadie mira lo que hacemos o lo que dejamos de hacer. Deberían, aunque no siempre lo hacemos.
Vuelven a surgir, asimismo, preocupaciones inevitables por la puesta en práctica del currículo nacional. Más aún cuando comprobamos –porque hay cifras y datos objetivos al respecto- que nuestra forma de enseñar camina exactamente en sentido contrario al que se necesita para lograr las competencias que pide el currículo. No podríamos eludir preguntarnos qué hace falta hacer para doblarle el brazo a una pedagogía que sigue mirando al siglo XIX antes que al siglo XXI. No podríamos, pero esa pregunta no siempre surge.
Y como sabemos que aquello que se necesita aprender hoy –que tiene mucho que ver con saber pensar y actuar- requiere de interacción, colaboración, comunicación, debate, también aparece la preocupación por nuestras habilidades sociales. Porque una aula muda e inmóvil solo necesita un profesor que hable, pero un aula activa necesitaría un profesor con empatía, flexibilidad, capacidad de escucha, capaz de acoger las diferencias y suscitar confianza. Lo necesitaría, pero muchas veces no asoma.
La nueva gestión ministerial que lidera la ministra Flor Pablo Medina sabe por experiencia que los cambios en educación no surgen por generación espontánea. Porque somos demasiado fieles a nuestras tradiciones, cambiar la melodía que tocamos en las aulas desde hace dos siglos, necesita un motor turbo. Digamos, el de un Porsche o un Lamborghini. Ese motor es o debiera ser la política educativa. Muchos frentes por cubrir, muchos sentidos comunes que transformar, más de un Demogorgon que derrotar, pero una gran responsabilidad por hacer de la educación no un lastre al desarrollo que nos ancla al pasado, sino un factor de progreso y ciudadanía.
COMITÉ EDITORIAL
Lima, 30 de marzo de 2019