Invertir en educación pública es dar prosperidad a la nación

Ningún país desarrollado se hizo rico con un Estado reducido que representa el 10% o 20% del PIB

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Luis Gerardo García Gutiérrez | FORO EDUCATIVO

El financiamiento educativo ha sido una caja negra desde hace muchos años y sólo a partir de algunas décadas se ha empezado a visualizar los mecanismos que contiene esa caja que aparece como una relojería empaquetada.

Los estudios han incidido más en la mecánica del presupuesto, del gasto, calidad de gasto y últimamente en inversión. Pero pocos han relacionado la correlación que existe entre la tasa impositiva o tributación y la correspondiente inversión en educación pública.

Gran vacío, cuando históricamente se registra que a mayor tasa de impuestos y sobre todo del impuesto progresivo, le corresponde una mayor inversión en educación pública y cuando esto sucede, se desatan las fuerzas sociales, se consolidan las clases medias y se produce un mayor crecimiento económico.

Esto significa que el desarrollo de los países viene acompañado de una mayor inversión en educación pública. El eje central lo configura la correlación entre la estructura fiscal con la estructura educativa.

La relación de estos dos factores, lo fiscal y lo educativo, son muy importantes para determinar el comportamiento de la gestión del presupuesto, del gasto y de la inversión. Los hechos históricos lo corroboran.

A nivel mundial, sobre todo en Europa, EE. UU. y Japón, después de la segunda Guerra Mundial, se abre un ciclo de crecimiento de mayor igualdad social que duró 40 años hasta la década del 80 con Reagan/Thatcher o década del 90 con la caída del muro de Berlín. En todo este ciclo se impuso impuestos progresivos de 70%, 82% y hasta 91%[1] y se experimentó un crecimiento significativo de la educación pública que llevó a tasas de crecimiento económico mayor (4.1%) de las que se registran en estos últimos 30 años (2.1%)[2].

Es curioso, Bruno Seminario apunta que desde 1946 a 1983 el crecimiento económico en el Perú fue del 4.6% anual, superior al crecimiento del 2000 al 2020 que es de 4.1%[3]. O sea, que el llamado ciclo neoliberal o de hipercapitalismo, acusa un menor crecimiento económico que el otro período con el agravante de una mínima inversión en la educación pública y un crecimiento de la educación privada (del 16.72% en el 2000 a 28.39% en 2020).

Dándose como consecuencia que la educación que es el mecanismo por excelencia de igualdad social se convierte en la palanca de mayor desigualdad y segregación social con una real reducción del crecimiento económico que no llega al desarrollo.

La constatación histórica es que no hay desarrollo sin el fortalecimiento de la educación pública. Mientras que en el hemisferio Norte, las manijas giran en el sentido del reloj, en el hemisferio Sur, giran en sentido inverso.

Desde 1940 a 1980/90 en el Norte, se reestructuran las economías con tasas impositivas altas, con impuestos progresivos, impulso de la educación pública con crecimiento de las clases medias, fortalecimiento de partidos políticos democráticos y creación del Estado del Bienestar.

Luego, con la “revolución conservadora” de 1980/90 al 2020, se disminuyen drásticamente las tasas progresivas (bajan a 40% y 30%) se desregula la circulación de capitales, se invierte menos en la educación pública, se deterioran las clases medias, así como los partidos políticos democráticos y a la postre, se entra en una crisis el Estado del Bienestar.

Pero no hay que olvidar que hay un trasfondo de estructuración social característico. En el Norte, la industrialización llevó a la urbanización y la consolidación de las clases medias llevó a la modernización.

En el Sur, no sucede así, fue primero la urbanización porque no hubo industrialización consolidada, por eso es importante la marginalidad social y tampoco hubo consolidación de las clases medias, por eso, surgieron islas de modernidad.

La construcción del Estado no fue acompañada de cambios sociales, lo que ha provocado una discontinuidad institucional de construcción y destrucción del aparato de organización estatal y el surgimiento de una precaria burocracia.

La consecuencia es que, ligado a la discontinuidad institucional, en vez de descansar en la base material económica para el crecimiento se traslapa el rol de la educación pública convirtiéndola en el único factor del crecimiento desligada de los cambios sociales.

Por eso se da una hipertrofia política en la educación. Pionera en regionalización estatal, campo de lucha partidaria y espacio de privatización con fines de lucro. La nueva clase política se nutre de las dirigencias provenientes de esta hipertrofia.

No se consolida un estado moderno, menos un Estado del Bienestar.

Ningún país desarrollado se hizo rico con un Estado reducido que representa entre el 10% a 20% del PIB. En el ciclo de 1940 a 1980/90 subió a 30% y hasta 50%. EE. UU. 35%; Japón 35%; Francia 45% y Suecia 50%. En el Perú ha fluctuado de 15.86% (2001) a 21.32% (2019). La construcción del Estado va de la mano con la educación pública.

En este doble juego de manijas del reloj, hay una maquinaria más fina que a la luz de los registros nos indica una mecánica de cómo también se construye y destruye la educación pública.

En el Perú, el porcentaje del presupuesto educativo con relación al PIB ha fluctuado constantemente entre 2.1% y 3.8%. En la década del 50/60, el más alto se registra en 1966 con 4.45%. En la década del 70 alcanzó 3.73% en 1972 y en los últimos años estuvo entre 3.68% en el 2016 y 3.80% en el 2019. Llegando a 4.59% en el 2020 dado que el PIB se contrae en menos del 6.39%

En el mejor de los casos ha llegado a un 4.4% y en el peor de los casos a 1.9%. Esto explica porque se postula como meta ideal que alcance a un 6% y se insiste en esta mágica cifra, que no está relacionada con la carga impositiva, ni directamente con el crecimiento económico y mucho menos con la consolidación de las clases medias.

Las manecillas finas nos dicen que se da una gran paradoja en el tren de engranaje porque el presupuesto educativo prácticamente se ha sextuplicado, ha pasado de 5,356´948,347 (en soles) en el año 2000 a 31,327´872,430 en el año 2020 y la educación pública se retrae de 7´025,687 de matrícula en el año 2000 baja a 6´472,861 en el año 2019 , con un incremento de la educación privada que en el 2000 alcanzaba el 16.72%, sube a 28.39% en el 2019[4]. Entonces, a pesar del mayor presupuesto para la educación pública no se revierten sus resultados en una mayor integración e igualdad social y lejos está de garantizar un mayor crecimiento económico que permita el desarrollo.

Cabe hacer hincapié y esto es muy importante que ha crecido el monto en lo que respecta a los Gastos de Capital, antes prácticamente el 99% se iba en Gastos Corrientes, ahora hay una evolución, en el año 2000 los gastos de capital alcanzaron 601´725,975, esto es, el 11.23% del total de gasto público en educación y en el año 2020 subió a 4,945´784,946 que representa el 15.78% del total[5]. Sin embargo, las brechas en infraestructura y equipamiento educativo siguen siendo muy altas.

Se suma a ello, los problemas de calidad educativa y falta de pertinencia porque no está acompañada de los cambios sociales y económicos que la estructuren y además requiere de un engranaje de encaje con la creación de empleo y los procesos de producción y productividad, especialmente en los casos de las universidades e institutos superiores.

La poca inversión en la educación pública se diluye por la permanencia de fracturas sociales y falta de integración de la diversidad cultural.

Pero no hay mejor mecanismo que incrementar las tasas tributarias para destinarlas al fortalecimiento de la educación pública, única garante de igualdad de oportunidades. Las tasas tributarias han sido bajas y no tienen el carácter progresivo que permita aplicar una mayor tasa tributaria a la riqueza.

En la actualidad, la tasa impositiva llega al 16% formalmente, pero en realidad es del 13.2%, es decir, muy baja. En América Latina el promedio es del 21%. En el 2018 la presión tributaria fue del 14.5% del PBI “por debajo del promedio histórico 2011-2017 de 15.5% del PBI”[6]. Se constata que, a mayor tasa impositiva, mayor crecimiento de la educación pública con singularidades propias de la realidad nacional.

Una educación pública más urbana que rural, más homogenizada que diversificada y más centralizada en Lima a pesar de que se acusa una mayor privatización.

Invertir en la educación pública significa garantizar el derecho a la educación a todas las personas, asegurar igualdad de oportunidades en el acceso a la educación, proveer de condiciones básicas de permanencia y consolidar métodos y mecanismos de alta calidad. La educación pública se constituye en factor de socialización por excelencia, en mecanismo de igualdad social y en agente primigenio del desarrollo personal y social.

Su relación con la economía es directa, sobre todo en el nivel universitario y de institutos superiores técnicos y tecnológicos, dado que, sin una ancha base, no se podrán crear los mecanismos que mejoren al máximo los niveles de Ciencia, Tecnología e Innovación que se requieren para lograr el desarrollo y la prosperidad de la Nación.

Obviamente, no sólo se trata de elevar la presión tributaria, esto en sí, no garantiza que se destine directamente a la educación pública, falta un puente técnico de gestión y aplicación y empezar por saber cobrar los impuestos, erradicar todo tipo de paraísos fiscales y saber combatir la evasión y la elusión, desterrándose malas prácticas de sobre aplazamientos que buscan la prescripción de las deudas.

En la actual encrucijada de pandemia y postpandemia, se necesita más que nunca a la educación pública para dar prosperidad a la Nación. Prosperidad que en términos concretos significa empezar por asegurar la educación remota y expandir al máximo la conectividad para llegar a los sitios más alejados, crear las condiciones básicas y de infraestructura para la educación presencial, incorporar la universalización del internet y expandir la educación en términos de digitalización y promoción del manejo de las TIC y desarrollar mecanismos de encaje entre la educación y la reactivación económica. Luego, incidir en orientar la educación sobre sus relaciones con la producción y productividad a través del fomento de la Ciencia, Tecnología e Innovación, la fuerza del pensamiento científico y la generación de investigadores profesionales, democratizando la Ciencia en la educación porque no hay desarrollo sin Ciencia. Todo esto sólo se puede alcanzar con un fortalecimiento de la educación pública que propicie la participación de redes y alianzas con las empresas, comunidades y Municipalidades.

Lima, 5 de octubre de 2020

REFERENCIAS

[1] Thomas Piketty. Libro “Capital e Ideología” Editorial Deusto. Diciembre 2019.
[2] Entrevista a Thomas Piketty sobre su libro “El Capital en el siglo XXI” 2013. youtube.com/watch?v=UincOSRMypw
[3] Conferencia de Bruno Seminario en la APPD (Asociación Peruana para la Planificación del Desarrollo) Universidad del Pacífico. 18 de junio 2019.
[4] Cuadro. “Perú: Matrícula total, pública y privada, 1950-2018”-2019- Arturo Rafael Omar Miranda Blanco.
[5] Cuadro “Perú: gasto público en educación por grupo genérico y clasificación económica” – Gasto Corriente/Gasto de Capital – Arturo Rafael Omar Miranda Blanco.
[6] “2. Estadísticas de la Recaudación Tributaria-Evolución de los ingresos tributarios del Gobierno General según niveles de Gobierno” Pág.51 – Arturo Rafael Omar Miranda Blanco.

Luis García Gutiérrez
Licenciado en sociología por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ex presidente de Foro Educativo. Ha sido asesor y director en el Ministerio de Educación, coordinador de proyectos y misiones internacionales de la Unesco y Naciones Unidas, consultor en Gestión Ambiental en Barcelona y el Ministerio del Ambiente en Perú, analista ambiental y asesor en Educación y Comunicación Ambiental.