Constantino Puma Puma | EDUCACCIÓN
En un tiempo no muy lejano, en el otro lado del mundo, vivía un niño muy curioso que disfrutaba leer todo acerca de las culturas antiguas. Él, a través de sus libros de aventuras, conocía muy bien la historia de los incas y los grandes aportes que hicieron al mundo. Este niño se llamaba Juan y vivía en París. Él, desde pequeño, siempre tuvo la idea que descubriría un lugar secreto.
Pasaron los años, Juan creció y decidió que era el momento que tanto había esperado: emprender un viaje a Perú y conocer el legado de los incas.
Cuando llegó a Cusco, él se puso feliz porque vio las construcciones de piedra que había visto en sus libros: eran muy grandes, finas y exactas. También, se sorprendió mucho al ver la vestimenta de la gente del pueblo, ellos vestían ropas muy coloridas.
De repente, un anciano de baja estatura, que usaba un sombrero y llevaba un chullo con piñis, poncho colorido, pantalón blanco y ojotas brillantes, se acercó a Juan. Para este señor, la imagen y voz de Juan le recordaron a este niño que aparecía en sus sueños rezando por encontrar un lugar sagrado, secreto, nunca antes visto:
¡Hola!, allin hamuy kanqui, Qosqo dijo el señor.
Desde pequeño, siempre imaginé este hermoso lugar respondió Juan.
¿En qué te puedo ayudar? preguntó el señor bajo.
Quiero conocer un lugar secreto, que nadie haya visitado nunca respondió Juan.
Yo conozco un lugar donde ningún foráneo ha ido, pero es muy peligroso afirmó el señor.
¿Dónde podría encontrar a un guía que me lleve? preguntó el muchacho.
Al amanecer, en el puente Rumichaca en Urubamba, encontrarás a un joven llamado Rumichaqui, él te guiará. Además, te daré esta medalla que tiene una valiosa perla, te ayudará si te encuentras en problemas dijo el señor.
Juan estaba muy emocionado porque creía haber reconocido al anciano, éste que acababa de decirle dónde encontraría el lugar místico y secreto de los incas. Juan confiaba en él porque lo reconoció; cuando era niño, alguna vez había aparecido en sus sueños como un gran guía de aventuras.
A la mañana siguiente, Juan se despertó muy temprano, cogió un caballo blanco, fue cabalgando hacia el río Vilcanota y vio que en el puente había un jovencito que usaba un chullo colorido en la cabeza, ponchito y ojotas negras. También, estaba rodeado de cinco llamas, una marrón y las demás blanquitas, como su caballo.
Juan se acercó al muchacho, algo temeroso, para hacerle algunas preguntas:
¿Tú te llamas Rumichaqui? Preguntó Juan.
Sí, el mismo respondió el chico.
¿Tú me guiarás a ese lugar desconocido? continuó Juan.
Por su puesto que te guiaré afirmó Rumichaqui.
A partir de ese momento, los dos se hicieron amigos y emprendieron el viaje.
Ellos cruzaron las montañas Pumahuanca y Chicón. Entre las dos montañas había una laguna muy profunda, oscura, misteriosa y tenía una roca grande a un lado de la orilla. Ahí se observaba un camino de piedras que dirigía hacia la laguna. También, se veían huellas de llamas que habían entrado ahí recientemente. Rumichaqui se adelantó, pisó una piedra y, de repente, se abrió una escalera de piedras hacia adentro de la laguna. Juan se sorprendió muchísimo por lo que estaba viendo, no lo podía creer, parecía que todo fuese un sueño, un lugar mágico, no se había imaginado que algo así podría existir en estos tiempos. Luego, Rumichaqui le dijo: “Ven, pasa, no seas tímido, nuestra casa es tu casa, también”. Juan bajó despacio hasta que llegaron a una puerta, Rumichaqui posó sus manos sobre la puerta y ésta se abrió. En la puerta había dos especies de guardias, parados firmemente con dos lanzas de oro puro. Rumichaqui entró con tranquilidad, pero a Juan, por ser diferente y parecer extraño, lo detuvieron. Los guardias lo agarraron de un brazo cada uno y le llevaron donde el inca. Sí, el inca, esos que supuestamente habían desaparecido, ahora estaba ahí, frente a él.
El hijo del dios Inti tenía puesto una mascaypacha con plumas largas de oro, dos aretes grandes, un collar con el retrato del dios Sol, en las dos muñecas tenía joyas y todas éstas hechas en oro puro. Usaba, además, una capa roja, chaleco brillante de muchos colores, un taparrabo colorido y ojotas cubiertas de oro.
A ambos lados del inca estaban sus hijos, Huáscar y Atahualpa, sentados en dos bancos de oro, ellos estaban rodeados de varios guardias.
El inca preguntó a Juan: “¿cuál es tu nombre, de dónde vienes y qué haces aquí?”.
Él se arrodilló por respeto y respondió: “Noble hijo del dios Inti, mi nombre es Juan, vengo de París y solo quería conocer este lugar secreto que ya había visto en mis sueños”.
El inca había capturado a cinco turistas tiempo antes de que llegara Juan, los tenía recluidos en una jaula porque estas personas habían tratado de llevarse el oro que ellos habían puesto como ofrenda en las montañas.
El inca dijo: “serás capturado como ellos, pues han tratado de robar nuestro patrimonio, nuestras ofrendas, por ello, cuando sea el Intiraymi, serás sacrificado en Cusco, como homenaje a nuestro padre, el dios Sol. Pero primero, te revisaremos para asegurarnos que no tengas contigo algún objeto de valor”.
Rápidamente los guardias reaccionaron y dijeron: “¡Señor, hemos encontrado la medalla con la perla de mama Kocha!” entonces el inca dijo: “¡No! ¡No puede ser! ¿Por qué robaste la joya sagrada? Serás castigado por saquear nuestras riquezas”.
En ese momento se oyó una voz: “¡No, no le harán daño ni lo sacrificarán!, yo le di la medalla porque él se portó muy bien conmigo, ¡no como los saqueadores que vienen a estas zonas para robar nuestras riquezas!”.
El inca, sorprendido, respondió a aquella voz: “¿Tú?, Atahualpa, hijo mío, ¿cómo pudiste hacer eso?” Se arrodilló el auqui ante su padre para pedir perdón y le dijo: “¡Padre, no lo castigues, por favor, te pido que me castigues a mí y no a él, yo lo vi en mis sueños, él es el elegido, él ama nuestra cultura, él nos ayudará a dar a conocer al mundo nuestra historia! Yo me hice pasar como un poblador anciano, me acerqué a él y le di la perla de mama kocha para que lo protegiera”.
Sin embargo, el inca no estaba tan convencido de ese argumento y le respondió: “Hijo mío, tú has traicionado a tu pueblo y por ello serás sacrificado al lado de Juan y estarás encerrado hasta que llegue el Intiraymi”. Los hizo llevar junto a los cinco turistas que estaban en ese lugar. Mientras estuvieron encerrados, se conocieron e hicieron amigos y prometieron nunca separarse. De repente, llegó el día en que fueron llevados a Cusco. Ya en el lugar les amarraron a un palo con una soga, aparecieron vírgenes de sol que cantaban música triste; había llegado el momento de su sacrificio. Finalmente, Atahualpa y los cinco turistas se dieron por vencidos, ya no intentarían nada para salvarse de su destino, pero Juan aún tenía la esperanza de que pasara algo bueno que les salvaría la vida, entonces se le vino a la mente gritar esas palabras sagradas que había leído en alguno de sus libros: “Pachamama, madre, sacude tu manto, que se haga justicia en la tierra”. Luego de pronunciar esas palabras, pasó algo increíble: la tierra se rajó, las piedras se rompieron y la laguna se desbordó, llegando sus aguas hasta el pueblo. Juan habló otra vez: “Madre Tierra, Pachamama, ya no sacudas más tu manto, ten compasión de tu pueblo”. En ese momento la tierra se detuvo y todos los que estaban presentes se dieron cuenta del gran poder que tuvieron las palabras de Juan, por ello, en agradecimiento, corrieron hacia él para abrazarlo. Además, como muestra de gratitud le devolvieron la perla de mama Kocha y le dijeron: “Gracias por salvar nuestras vidas, siempre serás bienvenido a Cusco y podrás traer contigo a más viajeros para que conozcan este maravilloso lugar”.
Se despidieron de los cinco turistas y Atahualpa fue perdonado por su padre.
FIN
Cusco, diciembre de 2018