MARTÍN CAPARRÓS | THE NEW YORK TIMES
Debía ser primero de diciembre, o quizá dos: 1983. Faltaba una semana para que se acabara en los papeles una dictadura que ya no era nada. Era raro: la euforia extrema, cierto miedito todavía. Hacía mucho calor esa mañana, cuando Héctor Yánover me llamó para decirme que Julio Cortázar iría a su librería Norte, que si quería pasar. Yo lo había leído mucho, con todo el entusiasmo de mis 15 o 17, pero no lo conocía personalmente: había vivido varios años en París evitando el lugar común de ir a tocarle el timbre. Pero esa vez quería entrevistarlo… Leer más