Carol Vega Tupia | EDUCACCIÓN
Estudié mi pregrado en una universidad pública. Los que hemos pasado por esas aulas -unas más deficitarias que otras- sabemos en carne propia lo que es estar en un centro de estudios con debilidades y necesidades, pero también hemos contemplado por muchos años la inacción de su ente rector para que la situación cambie positivamente.
Era el año 2002, cachimba, inexperta e ignorante del mundo de la educación superior, cuando inicié mi aventura en el pregrado. La gran mayoría de mis compañeros, salvo algunas excepciones, proveníamos de colegios públicos. Como buenos egresados de la educación estatal, había ciertas cosas con las que uno podía lidiar (a veces), por ejemplo, el corte del servicio de agua potable, computadoras antiguas, bibliotecas que ya ni tenían razón de ser, aulas con carpetas sin asiento, laboratorio sin implementar. Este último, la mayoría de las veces era solo era un lugar de paso donde íbamos a ver maquetas y hacer una que otra observación en el único microscopio tenía.
Recuerdo a buenos profesores, pero también a los malos, a aquellos que solo iban a sentarse, a dejar una tarea e irse del aula, otros solo iban a contar chistes. Había un docente en particular que nos causaba asombro, no por ser buen profesor, sino por chabacano y vulgar. Cierto día, un compañero lo vio trabajando en un taller de reparación de bicicletas. No le creímos y fuimos a comprobarlo. Y era cierto. Su verdadero oficio era ese, pero en la universidad, no sabíamos cómo ni por qué, fungía de catedrático.
Hace unos días leía en un post que «en los baños de mi alma mater no había papel higiénico» y cuestionaba a SUNEDU porque igual se había licenciado. No está bien que los baños carezcan de insumos, pero vamos a los temas de fondo: ¿Los docentes cuentan con las credenciales académicas necesarias? ¿Tienen los estudiantes los recursos y herramientas indispensables para lograr las competencias profesionales del perfil de egreso?
Tuve la oportunidad de estudiar un posgrado de dos años en la decana de América. Lo hice en la facultad de psicología y grande fue mi sorpresa cuando comprobé que en el pregrado, la oferta educativa era de mayor calidad que la de mi alma mater, tanto en recursos como en docentes, infraestructura y equipamiento. ¿Pueden dos universidades públicas que gozan de una gran cantidad de postulantes anualmente tener diferencias tan marcadas?
Hice asimismo un posgrado en la PUCP. Era otro nivel. No solo había papel higiénico y hasta papel toalla en los baños, en todas las dimensiones imaginables el estándar era otro. He tenido entonces la oportunidad de comparar dos universidades públicas y a ambas con la privada, y el resultado es penoso. El derecho a una educación de calidad era solo una aspiración.
Sería ideal que todas las familias puedan pagar universidades privadas de calidad para sus hijos, pero no es posible, por lo que el Estado debería cumplir su rol de garante esa calidad educativa que todos nos merecemos. Es nuestro derecho.
Con el trabajo que ha venido desplegando la SUNEDU se ha logrado que las universidades cumplan al menos con lo indispensable para el servicio educativo. Hace unos días leí un post de Alex Ríos que decía, “en términos culinarios, el licenciamiento no te dice dónde cocinan más rico, te dice dónde cocinan con gorgojos. Cuando esto último ocurre no hay mayor discusión y se debe cerrar el local”. Creo que ha sido amable con la metáfora, en mi experiencia, había más que eso. Era lo normal.
He leído el informe técnico de licenciamiento de la SUNEDU a mi alma mater, la UNFV, emitido el 2020, y se evidencia el esfuerzo que han hecho por lograr ese objetivo. Los que hemos estudiado allí sabemos cómo funciona el aparato interno y podemos dimensionar la magnitud de ese esfuerzo, pero el resultado es solo la base de lo mucho que hay por hacer.
A raíz del proceso de licenciamiento, muchas universidades públicas han logrado superarse, hay mucho por hacer aún, pero hay que reconocer que las cosas que nos cuestan más son las que más valoramos y después defendemos con uñas y dientes. Superar el reto con los pocos recursos disponibles ha sido una hazaña, que hoy ciertos personajes inescrupulosos quieren tirarse abajo para mantener el statu quo, para seguir impunemente en la misma precariedad de hace décadas. Esto no lo podemos permitir. Si las universidades públicas han logrado licenciarse, la exigencia a las pseudo universidades privadas no puede ser menor o ninguna, que es lo que se busca detrás de esta llamada reorganización de la SUNEDU. Deben invertir en la calidad de su oferta. No hay excusas. Basta de estafar a los jóvenes.
Como egresada de una universidad pública, rechazo rotundamente “la bala de plata” que el congreso de la república y el propio ejecutivo están a punto de disparar hacia la reforma universitaria, pues al herir de muerte la calidad de la educación, asesinan también los sueños de miles de jóvenes, de sus familias y de nuestra sociedad.
Un pueblo educado jamás será engañado.
Lima, 7 de febrero de 2022