La espalda del lenguaje

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Carlos Villacorta / Revista Ideele

Hacia la década de cincuenta, el filósofo alemán Theodor W. Adorno formuló su famosa frase sobre la práctica poética: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. A pesar de esta frase, mucha poesía se ha escrito sea como una respuesta a las palabras de Adorno, sea como una forma de testimonio y de afirmación de la sobrevivencia de la humanidad ante las terribles consecuencias de la guerra. Reformulando a Adorno, sería mejor preguntarse cómo escribir poesía después de la guerra, bajo qué modelos o paradigmas, desde qué perspectiva. Todo esto no nos lleva sino a otra pregunta: ¿quién escribe desde la postguerra?

En el caso peruano, desde que apareció el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (2003), algunos escritores peruanos han utilizado el informe como herramienta para retratar el horror del conflicto armado en la década del ochenta y noventa. Si bien este tema parece haber sido monopolizado por la narrativa, no hay que olvidar que la poesía peruana ha tenido un rol importante también en su acercamiento y en la representación del tema. La poesía peruana parece haber explorado caminos más riesgosos y más abiertos en cuánto al tema de la guerra; así su contribución reflexiona no solo los eventos ocurridos, sus consecuencias en las víctimas, sino también en la naturaleza del mismo lenguaje que se utiliza para representar la violencia, solo por nombrar a algunos poetas: Luis Fernando Chueca, Victoria Guerrero, Alejandro Romualdo, José Watanabe, Róger Santiváñez o Domingo de Ramos. Dentro de este panorama poético, aparece José Carlos Agüero. Historiador y escritor, Agüero fue miembro del Grupo Memoria del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) entre 2011 y 2013 y es un activista de derechos humanos. Su libro Los rendidos. Sobre el arte de perdonar (IEP 2015) ha sido clave para entender el periodo de la violencia desde una nueva perspectiva: la de los hijos de senderistas.

Es importante, entonces, entender la posición desde la que escribe Agüero. Hijo de dos senderistas quienes fueron ejecutados extrajudicialmente, Agüero escribe un poemario que reflexiona sobre el lenguaje, sus significados y límites, especialmente en el concepto que se esconde detrás de la palabra ‘enemigo’. Dividido en tres partes –Inventario, Enemigo y Estirpe– el poemario puede leerse como una contraparte a su libro Los Rendidos. En Enemigo, Agüero busca un lenguaje capaz de nombrar a quien la sociedad considera un enemigo. Así, la primera parte es un inventario de “todos los animales sin cara que me miran”, quienes recorren este mundo falso, violento y doloroso, con recuerdos borrosos o incompletos, y sin un destino concreto. De todos ellos, el primer observador es la madre quien aparece como un antagonista:

mi madre mece al bebé
lo acuna le canta
antes de arrojarlo a que se incendie
sobre una pira de miles de bebés arrugados
que nadie sabe si son grasa
o qué materia pegajosa
que es la de los sueños derretidos (i)

En la segunda sección –la más extensa con diez poemas– se asume una identidad: “soy tu enemigo”. Desde ese lugar, el autor reflexiona sobre lo que significa ser una construcción en negativo del otro. ‘Ser enemigo’ siempre implica ser enemigo de otro, eliminando la posibilidad del diálogo. La subjetividad construida se remarca dentro de un espacio sometido a la guerra. Pero de esta misma situación aparece la pregunta: ¿quién es el enemigo cuando la guerra ha terminado? Dice el poema ix:

mi enemigo es como yo pero con algo menos de soledad
finalmente él me tiene
me sueña
se acompaña aún con el sueño
y en este lugar de sangre y cuerpos enredados
lo envidio
porque yo solo tengo dudas

La relación que se establece no es igualitaria. Somos semejantes pero no idénticos afirma Agüero. El enemigo, parece decirnos, es aquel que asume una identidad rígida y que no cuestiona ni el status quo ni el mismo lenguaje.Esta posición no permite apreciar lo que parece innombrable: “ninguno puede ver mi lado izquierdo”. ¿Pero cuál ese lado? Agüero establece una relación entre su poemario y su libro Los rendidos: ambos comparten “la espalda de las palabras”. Es decir, para el poeta “detrás de la palabra ‘enemigo’ hay muchas cosas. Estamos, quizá, nosotros mismos, con nuestras propias fallas, demonios, odios, trasladándoselo a otros” (Caretas17/Mar/2016). En efecto, el lenguaje para explicar la relación entre uno y el mundo tiene dos caras: aquella que nombra al mundo como una extensión de uno mismo, ya sea desde términos en positivo o en negativo; y aquella que nombra al mundo como algo exterior y desconectado de uno mismo. Y viceversa. En ese lado izquierdo, en esa espalda de las palabras, se esconde la identidad en este poemario. Podríamos afirmar que el enemigo no está afuera en el mundo, está dentro del yo mismo que nombra y que se construye rígidamente. Uno pensaría que la espalda del lenguaje es su antónimo (el antónimo de enemigo es amigo). Sin embargo, esta palabra no aparece en ninguno de los versos del libro. En Enemigo, el otro rostro de las palabras aparece en boca de la madre y al final de todo el libro, como una confesión terrible:

antes de morir
mi madre enterró su rostro en el barro
y abrió los ojos

no te veo traidor – me dijo

Así, la espalda del lenguaje no es su antónimo sino el lenguaje inicial de la madre, el que nombra al hijo con el vocablo de traidor pero que al mismo tiempo coloca ambigüedad en la identidad (con la omisión de la coma). ¿Es un enemigo o no? ¿Es un traidor o no? Agüero se resiste a resolver la ambigüedad de la identidad lo que imposibilita una lectura definitiva. Como sujeto de la post-guerra, el escritor se propone construir un discurso que dinamice la identidad de quien habla. En la negociación de la identidad propia, Enemigo renuncia a cualquier auto-identificación. Para responder la pregunta inicial de Adorno, por supuesto que es posible escribir después de la guerra, siempre y cuando se busque en el lenguaje poético nuevas posibilidades para nombrar la crisis del sujeto ocasionado en el tiempo de la violencia vivido en el Perú.

Fuente: Revista Ideele N° 260 / Junio de 2016