Solemos pensar en la mediación pedagógica como el despliegue de estrategias organizadas que promueven y facilitan los procesos de aprendizaje1. La idea es sencilla. Que el docente cree una oportunidad de aprendizaje a partir de determinados estímulos y que el estudiante la aproveche, avanzando a un piso superior de sus habilidades, a partir del acompañamiento del docente.
Sin embargo, qué pasa si a pesar de los esfuerzos pedagógicos del docente, el estudiante no cree que pueda (no me refiero a que no quiera, sino a que no crea que pueda) mejorar y aprender. Algo que suele pasar con frecuencia en los estudiantes con retraso académico.
Más aún, ¿qué pasa si es el propio docente quien cree que el estudiante ha llegado a su techo académico?
Existe pues un lado B de la mediación pedagógica2, ligado a lo intersubjetivo, la interacción y la calidad de los vínculos entre docente y estudiantes que pocas veces nos detenemos a analizar; tanto así que, en la formación docente, existen pocas o ninguna oportunidad para desarrollarlas, pero que podría marcar un punto de inflexión en la práctica profesional.
Echémosle pues un vistazo a la mediación desde este otro ángulo.
Cambio en el rol docente: dejar de estar delante y pasar a estar al lado (y un poquito más atrás)
La mediación es muy similar a la experiencia de enseñar a montar bicicleta a nuestros hijos o sobrinos. Primero, instalas las rueditas de apoyo a la bicicleta para que este dé sus primeros paseos sintiéndose seguro. Luego las sacas, pero vas agarrando la bicicleta por tramos. Más adelante, cuando te percatas que tu hijo o sobrino tiene más confianza, lo sueltas para que maneje sólo porque ese es el propósito, aún cuando sepas que inevitablemente se va a caer. Y por supuesto, le enseñarás a caer bien para no lastimarse tanto, a sacudirse las rodillas y seguir su camino.
En una situación como la descrita hay una zona intermedia en la que se le brinda una ayuda al niño, pero no es una ayuda invasiva. Esa ayuda no abruma y no reemplaza. Si esa madre/padre/tío le dijese: “déjame a mi, mejor yo manejo y tú súbete atrás para que observes” eso no le ayudaría al niño a desarrollar sus fortalezas, por el contrario, en vez de retarlo a avanzar, lo sustituiría y lo volvería dependiente e inseguro. Es por ello que la verdadera mediación le crea una exigencia y desafío nuevo al docente que supone un cambio en su rol: conectarse con sus estudiantes generando vínculos con ellos.
Partamos por el hecho de que en la historia de la educación la interacción docente-estudiante no ha formado parte de las reglas básicas del ejercicio de la docencia: el profesor instruía mientras los estudiantes apuntaban y acataban. Del mismo modo, conocer las características y necesidades específicas de los estudiantes eran innecesarias y para efectos prácticos, los estudiantes eran considerados todos iguales. Sin embargo, en la educación de hoy, en la cual se sugiere el uso de métodos inductivos (Flipper Classroom, ABP, Aprendizaje Basado en Retos, Gamificación, etc.) para el desarrollo de competencias que les permitan resolver problemas reales, la interacción se ha convertido en la condición necesaria.
“Hablar de mediación supone un cambio del rol docente a quien se le crea una exigencia y desafío nuevo, que es conectarse con sus estudiantes generando vínculos con ellos”
La mediación del docente es necesaria para que el estudiante no se quede estancado con las habilidades que tiene, sino que tenga a alguien que lo rete a avanzar hacia un piso superior de sus habilidades. No consiste en el direccionamiento, en decirle lo que tiene que hacer. El objetivo es fortalecer la autonomía de los estudiantes, darles la confianza necesaria para que se atrevan a avanzar, a hacer cosas que normalmente no hacían y que son un poco más exigentes. Retomando el ejemplo anterior, el mediador es ese alguien que te sujeta la bicicleta, pero después te la suelta.
Por ello, la mediación supone un cambio en la ubicación del docente, ya no una ubicación frontal dictando cátedra (como en tiempos pasados), sino una ubicación lateral, acompañando al estudiante. Eso implica aceptar que los reflectores ya no estarán en él y que ya no va a ser él el actor principal, sino sus estudiantes, quienes serán los protagonistas. El docente va a dejar que el estudiante actúe y él se va a situar al costado (y un poco más atrás) observando con detenimiento, atento al momento en que necesite orientaciones, retroalimentándolo continuamente durante la experiencia de aprendizaje e invitándolo a reflexionar sobre lo que está haciendo para que el estudiante le saque el máximo provecho a esa oportunidad. Y eso supone crear vínculos de confianza que les genere seguridad. Es por ello que se requiere fortalecer la CALIDAD DEL VÍNCULO en las aulas hoy más que nunca.
La mediación supone un cambio en la ubicación del docente, ya no una ubicación frontal dictando cátedra (como en tiempos pasados), sino una ubicación lateral, acompañando al estudiante.
Pensemos entonces, si el campo de vóley, fútbol o atletismo fuese el aula de clases, ¿quién representaría al mediador? ¿el árbitro o el entrenador? Durante una entrevista, Pedro Ravella (2018)3 señalaba que el profesor la gran mayoría de veces no debe actuar como el árbitro, sino como el entrenador. El árbitro juzga si estás haciendo bien o mal las cosas, y si las haces muy mal te saca tarjeta y te sanciona. En cambio, el entrenador toma nota de tus fortalezas y debilidades, y se hace cargo de tus debilidades para ayudarte a superarlas, porque es consciente que quien va a hacer la jugada es el deportista.
Desarrollo de las propias habilidades docentes
Un segundo aspecto de este lado B de la mediación, son las propias habilidades sociales que los docentes deben demostrar durante la mediación, las cuales necesitan ser desarrolladas desde la formación inicial y reforzadas durante la formación continua de los docentes. Estas son las que motivan el interés de los estudiantes por aprender e involucrarse en su proceso de aprendizaje, sin miedo a equivocarse y con autorización para tomar sus propias decisiones.
En este sentido, la empatía juega un rol fundamental porque se necesita sintonizar con las inseguridades ante los retos y el asombro ante los nuevos descubrimientos de cada uno de los estudiantes. Se requiere saber inspirar confianza, para que los estudiantes no tengan miedo de contarle cómo ven las cosas desde su propio ángulo y puedan expresarle sus dudas, escuchando atentamente las retroalimentaciones que pueda brindarles y acepten e incorporen sus recomendaciones. Algo muy importante es la comunicación y escucha asertiva, puesto que el docente tiene que saber escuchar y manejar muchas técnicas del lenguaje verbal y no verbal. Además, durante la mediación el docente requiere ponerle un espejo al estudiante4 para que él mismo reconocozca las habilidades que va demostrando y que antes parecían ocultas o inexistentes, de modo que vaya descubriendo lados suyos que hasta ese momento no conocía de sí mismo, lo cual le ayudará a incrementar su confianza por aprender.
Por último, se requiere desacondicionar el error en el aula. Es decir, que este deje de ser percibido como motivo de sanción o censura. El estudiante debe saber que tiene la libertad para ensayar con libertad una y más maneras de hacer las cosas y equivocarse en el proceso o en el resultado. Esa mirada ante los retos parte por la propia mirada del docente: si este es capaz de entender el error como una oportunidad de aprendizaje. Sólo en estos términos el error será motivo de reflexión y análisis individual o colectivo, y la mediación del docente no será percibida como amenazante, ni motivo de crítica.
Para que esto último se dé, se requiere de una premisa básica: un ambiente de respeto en el aula. El estudiante necesita la seguridad de que nada de lo que diga va a ser motivo de burla, ni usado en su contra, ni por su docente, ni por sus compañeros, ya que de lo contrario difícilmente hará escuchar su voz, sus ideas y soluciones, no se atreverá a interactuar con sus compañeros o intercambiar ideas, por temor a quedar expuesto. De ser así difícilmente se podrán construir aprendizajes.
El poder de las expectativas
Un último aspecto a destacar es el poder que cumplen las expectativas de los docentes en el fracaso o éxito académico de sus estudiantes, un suceso que ha sido ampliamente documentado y demostrado por la psicología.
Pensémoslo de esta manera. Un paciente desahuciado es una persona en la cual los médicos no invierten mayor esfuerzo porque inevitablemente va a morir, por tanto, derivan al paciente a pasar sus últimas horas con su familia. Esta misma situación se da cuando un docente infiere que uno o más de sus estudiantes ya han llegado a su techo académico. Les resta esfuerzos y dirige su atención a aquellos en quienes tiene mayores expectativas.
Una investigación ampliamente difundida denominada Efecto Rosenthal o Efecto Pigmaleón publicada en 1968 por el profesor de Harvard Robert Rosenthal y la directora Leonore Jacobson, desarrollada en una escuela de nivel primaria y secundaria, demostró que las expectativas de los docentes podían afectar el rendimiento académico de sus estudiantes. Descubrieron cuatro factores que operaban en la mediación de los docentes con los estudiantes en quienes tenían mejores expectativas, respecto al resto de estudiantes. En primer lugar, un trato más amable. En segundo lugar, les enseñaban más materias a los que creían que podían aprender más. Y por el contrario no se esforzaban mucho con aquellos que creían que no eran inteligentes o que no podían aprender. En tercer lugar, les brindan mayores oportunidades para responder ya que esperan algo de ellos. Por último, descubrieron que les daban mayor retroalimentación y refuerzo positivo a sus éxitos respecto al resto.
¿Por qué este tema de las altas expectativas es importante en la mediación?
Porque el profesor que cumple una función mediadora, que acepta ese cambio en su rol (señalado al inicio de este artículo) tiene que creer en sus estudiantes, porque de lo contrario la mediación va a ser correctiva. Mientras los lazos emocionales sean más intensos y la confianza sea más fuerte será tanto más probable que el Efecto Pigmalión (positivo) se cumpla. Todos respondemos positivamente al reconocimiento. Si el estudiante se da cuenta que su docente está interesado en su progreso académico, que le presta ayuda, que cree en él, entonces se esforzará más.
Mario Alonso Puig (2018)5 señala que en todo ser humano hay potencial y grandeza, y tenemos que tener esta disposición a crear espacios de oportunidad para que puedan demostrarlas. Somos fuegos que hay que encender dice. Ahora que los resultados del estudio EVA (20121) de la UMC nos dejan grandes retos, pensemos cómo esta mirada del lado B de la mediación pueden ser útiles en nuestra práctica pedagógica para remontar los aprendizajes.
Lima, 28 de agosto de 2022
NOTAS
- En palabras de Vygotsky, implica el acompañamiento al estudiante hacia un nivel inmediatamente superior de posibilidades (zona de desarrollo próximo) con respecto a su nivel actual (zona real de aprendizaje), por lo menos hasta que el estudiante pueda desempeñarse bien de manera independiente en determinado aprendizaje en particular, de modo tal que le permita avanzar luego hacia un nivel superior (zona de desarrollo potencial) que abarca todo lo que podría hacer si tuviera la oportunidad y las habilidades necesarias.
- El lado A sería el lado de la pedagogía enfocado en el aspecto cognitivo.
- Organización de Estados Iberoamericanos OEI. (9 de octubre de 2018). Entrevista a Pedro Ravela: La evaluación en el proceso. [Archivo de Vídeo]. YouTube. https://youtu.be/PVSEZ083PDs
- Es una metáfora.
- [Aprendemos Juntos 2030]. (25 de abril de 2018). En todo ser humano hay grandeza, Mario Alonso Puig. [Archivo de Vídeo]. YouTube. https://youtu.be/f69n5VQLIQw