Jaime Cabrera Junco / El Comercio
No puedo dejar de preguntarme qué escribiría Pilar si estuviera entre nosotros”. Lo dice Mariella Sala, una de las mejores amigas de Pilar Dughi, escritora fallecida hace diez años y cuya obra, simplemente, no ha sido valorada en toda su dimensión. Cultora de una prosa exquisita y a la vez sencilla, es junto con Laura Riesco una de las narradoras peruanas más representativas de la segunda mitad del siglo XX. Sus tres libros de cuentos y su novela nos muestran personajes solitarios en medio de una crisis existencial o en un estado de desesperación causada, en muchos casos, por un sistema económico opresivo. Sus historias, algunas escritas hace más de dos décadas, no se han ajado con el paso del tiempo. Siguen inquietándonos con esa vigencia de la que goza la buena literatura.
Como en los finales abruptos y desoladores de sus cuentos, la muerte, en forma de un cáncer, se posó de repente y truncó un proyecto literario que se había consolidado como lo demuestra su libro póstumo, “La horda primitiva”. Murió el 6 de marzo del 2006 y la noticia sorprendió a muchos, pues solo un grupo muy íntimo sabía de su enfermedad. Salvo las notas necrológicas de rigor en los diarios, casi no se ha vuelto a escribir sobre ella, como si hubiera desaparecido junto a sus libros.
Hay exhumaciones que son necesarias.
— La biblioteca y la vida —
“Mis actividades favoritas como niña eran leer todo, dibujar y pintar. Mi padre me dio una caja de madera con óleos. Aprendí a pintar antes de escribir. También aprendí a dibujar como mi padre me enseñaba”. En una entrevista realizada cinco meses antes de morir, Dughi recordaba así su infancia, en una familia de clase de media en el distrito limeño de Miraflores. María del Pilar Dughi Martínez nació el 5 de abril de 1956. Era la segunda de tres hermanos. Su padre, Juan Dughi, tenía tres profesiones: era abogado, economista y contador, además de pintor autodidacta. Hijo de un inmigrante italiano, le había regalado una máquina escribir a cada uno de los suyos. “Mi padre amaba los libros y nos animaba a amarlos. En casa, cada hijo tenía su propia biblioteca”, recordaba Dughi. La biblioteca paterna era muy completa, había libros de historia y clásicos como Dostoievski, y autores más recientes (entonces) como Henry Miller o Agatha Christie. Su madre se llamaba Ana María Martínez, era de Valladolid. Vino al Perú a los 16 años para reencontrarse con su propio padre, quien había huido de la Guerra Civil. Años después trabajó como bibliotecaria en la Biblioteca del Congreso de la República, donde conocería a Juan Dughi.
“Pilar ya tenía inclinaciones lectoras en el colegio. Leía todo el tiempo. A veces las profesoras le cuestionaban por qué estaba leyendo tal libro. Incluso una vez llamaron a su papá. Él les dijo: ‘Mi hija es libre para tomar cualquier libro de mi biblioteca, ella no tiene ninguna restricción’”, recuerda Rosanna
Valle, una compañera del colegio.
Aunque todo hacía pensar que se inclinaría a estudiar Humanidades, siempre tuvo claro que quería ser médica. Ya en el colegio pensaba en la Psiquiatría como una especialidad. Desde siempre fue seducida por las novelas policiales y de misterio, tenía una predilección por las historias de asesinos en serie.
El germen de la escritora estaba ya, pues en la adolescencia había escrito un cuento basado en las chicas de su clase. “Mi profesora, que tuvo el papel de la asesina en el relato, leyó mi historia y le encantó”, contaría años después. Gracias a que tenía familia en España, viajó a estudiar Medicina, pero regresó al año y medio ya que sentía que la enseñanza no era buena. “Los trabajos eran pésimos. No usaban cadáveres, sino cuerpos plásticos”, contó.
— La médica que escribía —
Ya en Lima quería seguir en la Universidad Cayetano Heredia, pero no logró ingresar en dos oportunidades. Mientras tanto, estudió Letras en la Católica. Finalmente, ingresaría en San Marcos, donde se formó como médica y luego haría la especialidad en Psiquiatría. Por entonces, entre 1975 y 1976, asistió al taller de poesía que dictaban en la facultad de Letras los poetas Marco Martos e Hildebrando Pérez Grande.
“Por primera vez la vi en ese taller. Después, en el de narrativa con José Antonio Bravo. A Pilar le gustaron siempre la poesía y la narrativa. Simpatizamos desde el primer instante. Tenía una claridad de pensamiento y sentimiento. Me contaba que estudiaba Medicina y que leía a Freud”, cuenta el narrador Cronwell Jara, quien años después la relacionaría con otros escritores y, sobre todo, escritoras de su generación.
En 1986, Jara llevó a Pilar Dughi a que conociera a Mariella Sala y a Carmen Ollé en una reunión en la asociación feminista Flora Tristán. Surgiría la amistad entre las tres, que se mantuvo firme hasta la muerte de la psiquiatra-escritora. Incluso más allá, pues Ollé escribiría años después una pieza de teatro nō en la que Dughi intervendría como La Escritora, un personaje espectral que aparece en las conversaciones de sus amigas. El texto puede leerse en el libro “Monólogos de Lima”.
El contexto político y social que vivía el Perú en esa época no era ajeno al grupo de autores con los que se reunía Dughi en largas tertulias que podían prolongarse hasta al amanecer debido al toque de queda. Eran los años de la violencia terrorista. “Hablábamos sobre cuestiones puntuales vinculadas con el contexto social y el papel que la literatura debía cumplir en ese momento o, mejor dicho, la forma en que nosotros debíamos relacionarnos con el contexto”, recuerda el escritor Jorge Valenzuela. Él junto con Aída Balta, Mariella Sala, Dante Castro, Mario Suárez Simich, Mario Bellatin y Pilar Dughi sostenían unas tertulias que, más allá de las bebidas que las acompañaban, eran espacios de discusión. El interés de estos jóvenes autores estaba en cómo retratar la violencia en sus historias.
“Habíamos creado una suerte de taller semanal. Nos veíamos todos los jueves, y para mí era muy importante oír la experiencia de Pilar como médica y psiquiatra. Lo más importante de los encuentros con ella era reflexionar acerca de las maneras de asumir la escritura. Era una constante de nuestras conversaciones”, afirma Bellatin, a quien años después Dughi le obsequiaría la antigua pecera de su hijo, objeto que sería uno de los detonantes de la novela más famosa del escritor, “Salón de belleza”.
— En busca de un estilo —
Fue también en 1986 en que aparecen publicados los primeros relatos de Pilar Dughi: “Uno de los trece” y “El canto de la mariposa”. La revista literaria La casa de cartón, en un especial dedicado a las mujeres peruanas y el arte, recoge estos textos y un testimonio en primera persona de la psiquiatra. “Entre los autores que más me han aportado técnicamente han estado Cortázar, Borges y Poe. Las influencias literarias han sido múltiples: desde los clásicos como Dostoievski, Flaubert, hasta contemporáneos como Henry Miller y Carpentier, a quienes cuento entre los que más me gustan. De las escritoras, Simone de Beauvoir y Virginia Woolf. De los peruanos no tengo predilección exclusiva, pero me interesa particularmente la Generación del 50 y dentro de ellos, Eleodoro Vargas Vicuña”, afirmaba Dughi, quien ya tenía 30 años.
Las influencias de Borges y Cortázar, principalmente, y de la literatura fantástica y policial se evidenciarían en su primer libro de cuentos: “La premeditación y el azar”, publicado en 1989 por la editorial Colmillo Blanco, dirigida por Jorge Eslava. Dedicado a su hijo Sebastián, quien por entonces tenía seis años, este libro contiene 15 relatos; algunos cuentos perfilaron el estilo que desarrolló en su siguiente obra. En su ópera prima, lo fantástico se balancea con historias realistas, y la violencia que estremece al país aparece especialmente en “Los días y las horas” y “Como una estrella”.
Si bien siguió Psiquiatría, no tenía la intención de ejercerla en un consultorio. Su objetivo era trabajar como asesora en políticas de salud mental. Tras seguir un máster en Francia, volvió en 1993 y trabajaría como consultora de Unicef. Esta experiencia le permitió viajar por distintas ciudades del país, llevando apoyo a los niños de las comunidades de los Andes y de la Amazonía afectadas por la violencia. Su labor como psiquiatra le proveía historias, se sentía estimulada para participar en concursos literarios y tentar así el sueño de vivir de la escritura.
“Ella soñaba con vivir escribiendo, nada más”, apunta Mariella Sala. Por su parte, Cronwell Jara recuerda que, a través de los premios, Dughi buscaba también ganar notoriedad y hacerse un lugar en el mundo de la literatura peruana.
— Su mundo literario —
En diciembre de 1995 ganó el Tercer Concurso Nacional de Cuento, organizado por la Asociación Peruano Japonesa. Su libro se titulaba “Palabra errantes”, que después cambió a “Ave de la noche”, nombre de uno de los relatos más representativos del libro, centrado en la historia de un asesino en serie. Compuesto por diez relatos y cinco viñetas, esta obra destaca por su manejo de la tensión narrativa y la construcción de sus personajes. El título inicial hacía alusión a los distintos escenarios en los que transcurren los relatos. Una característica que le llamó la atención a Oswaldo Reynoso, uno de los jurados del concurso, fue la maestría con que Dughi narraba relatos protagonizados indistintamente por hombres y mujeres. “Alguna vez la escuché decir que la suya era una versión andrógina de las cosas”, señaló Miguel Gutiérrez en un artículo publicado en el 2009.
Mario Bellatin, también integrante del jurado, dijo: “En la obra de Pilar Dughi ocurre lo que llamamos eufemísticamente tragedias cotidianas”. Esas ocurren en Lima o en ciudades como Ayacucho, y en la Amazonía, donde ambienta “El cazador”, el relato más extenso y en el que de manera más evidente se da cuenta de cómo la violencia terrorista amenazaba a las comunidades indígenas.
O también cómo los militares sufren los efectos psicológicos de la lucha antisubversiva, como en su cuento “Tomando sol en el club”.
Aunque le hubiera gustado escribir únicamente, Pilar tenía que dedicarle más tiempo a sus labores alimenticias. A cargo de su familia y de la casa, no podía darse el lujo de dejar de trabajar. Sin embargo, se dio maña para seguir una maestría y posteriormente un doctorado en Literatura en San Marcos.
Era muy exigente consigo misma, coinciden sus amigos. “Pilar tenía una mente muy curiosa. Todo quería saber. Era una estudiosa nata. Se volvió más fecunda. Empezó a escribir mejor y con más soltura”, recuerda Mariella Sala.
Esta mayor soltura la llevó a ganar en 1997 el Premio de Novela Corta del Banco Central de Reserva. Su obra “Puñales escondidos” presenta la historia de una mujer, Fina Artadi, quien está a punto de jubilarse como bancaria, y empieza a temer por su futuro. En una entrevista, Dughi reveló que el apellido de su personaje venía de la reunión de dos voces: harta y cansada. Continúa aquí con la estrategia desplegada en sus cuentos: explorar lo cotidiano, la rutina de una persona que se encuentra en un momento de crisis existencial. Aparece una Lima de fines de los noventa: el modelo neoliberal está consolidado y para sobrevivir algunos pierden los escrúpulos.
— El súbito final —
Hay una foto de Pilar Dughi en la que apoya su mentón sobre su mano derecha. A diferencia de la pose vallejiana, la escritora mira desafiante a la cámara. En otra imagen se la ve con una expresión de calma aparente, aunque quizá sea la expresión de una mujer tímida. ¿Cómo era Pilar Dughi? Sus amigos cercanos coinciden en describirla como muy conversadora y con un humor fino, de una ironía por momentos punzante. Podía pasarse horas hablando por teléfono con sus amigas. Otro rasgo en ella era la ansiedad. Fumaba hasta dos cajetillas de cigarrillos al día y tomaba mucho café. Alguna vez este vicio por el tabaco le pasó la factura cuando viajó a Huaraz. Años después, sufriría cólicos y, finalmente, el cáncer de páncreas que de manera fulminante segó su vida al mes de habérsele diagnosticado.
Antes de morir se preocupó por dejar todo en orden. A su hijo Sebastián le dio las indicaciones sobre el libro que aparecería dos años después de su fallecimiento: “La horda primitiva”. Además, le pidió que incinerara sus diarios personales por considerarlos muy íntimos y sin interés literario. Solo hubo algo que no pudo hacer: terminar de escribir la novela basada en el viaje de su madre a América y de las peripecias de su abuelo, quien durante la guerra civil española transitó por México, Cuba y finalmente, el Perú. De esa novela, de la que tenía apenas 30 páginas, no queda nada.
Murió a un mes de cumplir 50 años y, curiosamente, los protagonistas de sus últimos cuentos son generalmente ancianos que se encuentran viviendo en la soledad y la miseria. En el cuento “Hay que lavar”, nos muestra a una mujer de 35 años a cargo de su padre anciano. Sobre ese relato Miguel Gutiérrez dijo que era la primera vez que en la narrativa peruana se describía con tan “implacable objetividad las miserias del cuerpo humano atacado por la enfermedad o por la incontenible decadencia física y fisiológica”. En “La horda primitiva” encontramos el proyecto consolidado de Dughi del que nunca sabremos qué rumbo podría haber tomado.
Una de las virtudes que hacen única su obra es la exploración que realiza en la psiquis de sus personajes. Acaso por su experiencia como psiquiatra, la acción que nos presenta ocurre en la mente de estos, por lo general, seres solitarios. “Lo que los cuentos de Pilar Dughi hacen principalmente es descolocarte, y no porque por sus personajes sean excéntricos o porque la situación sea extraordinaria ni por elementos fantásticos. Te descolocan por esa cuestión monótona, estática, intrascendente que nos presenta la historia”, afirma Kristel Best, investigadora de la Casa de la Literatura Peruana. Si bien ha ambientado sus relatos en otras ciudades, Dughi nos presenta también una Lima donde la falta de dinero causa desesperación y puede llevar a la fatalidad. Nadie que tenga bocas que alimentar tiene paz, dice la protagonista de “Los guiños del destino”.
Diez años después de su muerte, llega un congreso de homenaje que seguramente propiciará la investigación de su obra. Además, en noviembre, la editorial Campo Letrado publicará sus cuentos completos. Un motivo más que suficiente para acercarnos a una escritora injustamente olvidada, y cuya obra nos sigue confrontando con estos problemas que surgen en nuestra vida cotidiana y que permanecen o permanecerán sin resolverse.
Fuente: El Dominical de El Comercio / Lima, 19 de setiembre de 2016