Roberto Barrientos Mollo | EDUCACCIÓN
El mundo no volverá a ser el mismo después de la pandemia. Eso está claro, pero ¿ese nuevo mundo será mejor o peor que el que conocemos? Depende de nosotros. Estamos pasando una crisis y toda crisis es una oportunidad para la mejora, una oportunidad para definir nuevos futuros.
La palabra crisis viene del griego Krisis, que significa separación y del verbo Krinein que significa separar, decidir y el sufijo griego -isis que significa acción. A la luz de esta definición podemos afirmar, en primer lugar, que este es un tiempo de separar lo esencial de lo accidental. Es tiempo de reconocer lo accesorio de lo que debe permanecer en nuestra vida personal, familiar, social y, en las actividades humanas como la educación. En segundo lugar, es un momento de acción, puesto que este reconocimiento de lo esencial debe llevar a tomar decisiones que pueden cambiar la realidad del planeta para bien. La decisión está en cada uno como persona y como comunidad.
En este texto analizo algunos elementos catalizadores para una transformación de la educación, alerto sobre posibles riesgos y afirmo que el cambio será sostenible si utilizamos estrategias de convencimiento, inspiración y desarrollo de capacidades.
Como se sabe, los cambios ocurren cuando presionamos o persuadimos a las personas a hacer algo. El cambio ocurre cuando entra en acción una u otra fuerza, o las dos al mismo tiempo. En inglés las llaman push o pull, presionar o tirar. El escenario actual tiene poco de pull y mucho de push, está presionando a instituciones y sistemas a realizar acciones que nunca antes habían pensado hacer. Lo cual tiene, ciertamente, algunos riesgos, dado que los cambios hechos solo por presión pueden no durar o caer en el cumplimiento, cumplo y miento. Es decir, se hace por hacer sin un real cambio.
Cambios positivos que pueden ocurrir:
1) El fin del dictado. Al no haber presencialidad, se evidencia una vez más que el “dictado”, una persona hablando por largos periodos de tiempo, ya no tiene sentido, porque ese docente podría hacer un video, ponerlo en línea y sus alumnos verlo en el momento que les sea más cómodo para su aprendizaje. Entonces, dichos encuentros en tiempo real destinados al aprendizaje podrían ser aprovechados para la discusión, debate y retroalimentación del docente y entre pares de estudiantes.
2) El fin de los exámenes. En la antigua educación tanto en escuelas y universidades los docentes dedican un tiempo para tomar exámenes a todos los estudiantes juntos y con un límite de tiempo determinado, realizando un acucioso control para que no se copien. En el escenario de pandemia y pospandemia, al ser evaluados desde sus casas el docente pierden el control que tenía. Eso no es malo, pierde un control que no tenía sentido. Tiene que replantear su evaluación hacia desafíos significativos que acepten el trabajo colaborativo en línea entre estudiantes, y quizá con el apoyo de expertos de todo el mundo, para resolver problemas que no se encuentran googleando. Es decir, al ser evaluados desde sus casas y usando todas las herramientas con las que cuenten ya no tendrá sentido realizar pruebas que requieran memorizar fragmentos o procesos, sino que presionará a los docentes elaborar evaluaciones que requieran habilidades superiores y resolución de problemas complejos.
3) La muerte de las horas pedagógicas. El sistema ha sido construido sobre este silogismo: Premisa 1: El estado es el garante del derecho a la educación, premisa 2: El derecho a la educación se cristaliza en la hora pedagógica de dictado docente, por lo que se infiere que 3. El estado debe de hacer todo lo posible para que se cumpla esa hora pedagógica. Analizando el silogismo, vemos que la premisa dos está cargada de muchos supuestos falsos y sin sustento. La hora pedagógica existe bajo el supuesto de que todos los estudiantes aprenden en los minutos asignados a esa área. Todos sabemos que ese supuesto es falso, en la vieja escuela nunca se aprendió en esas horas, porque cada estudiante es distinto, baste mirar los resultados de un registro docente, los resultados de pruebas nacionales o los rostros de aburrimiento de los estudiantes totalmente desconectados de lo que hace el docente. Debido al aislamiento social, las escuelas y universidades se ven obligados a reducir o a redefinir su “hora pedagógica” por diversos motivos, entre ellos el tiempo de conectividad de los estudiantes. Esta redefinición hace que cada estudiante pueda usar el tiempo que necesite realmente para la realización de la actividad o tarea. Es decir, el sistema al fin se adaptará al estudiante, favoreciendo a aquellos que menos oportunidades tenían para aprender en el viejo sistema.
4) Creación de nuevas comunidades locales o globales. Una vez que se ha sido empujado a la piscina del ciberespacio solo queda chapotear y empezar a nadar en el mismo. Lo primero que uno descubre es que en el ciberespacio no hay barreras geográficas de ningún tipo. Los docentes pueden expandir su comunidad de aprendizaje a nivel nacional o mundial para discutir, dialogar y planificar juntos experiencias de aprendizaje para sus estudiantes. Por ejemplo, la hora colegiada docente, puede ser un espacio de discusión y planificación con colegas de todas las latitudes del planeta.
5) Las periferias infectan el núcleo. El nuevo escenario puede favorecer el contagio positivo de estrategias y metodologías que hasta el momento se consideraban como alternativas y que han venido floreciendo siempre en los márgenes del sistema, en las periferias o en algunas escuelas privadas. Y que después de años de intentos de reforma, se podría al fin impregnar realmente el núcleo del sistema y todos sus dispositivos. Me refiero a estrategias centradas en el interés del estudiante, que respetan su libertad de aprender y que generan altos niveles de dominio en las temáticas elegidas. Por ejemplo, el Aprendizaje Basado en Proyectos es recomendado por muchos por movilizar trabajo interdisciplinario, fomentar el trabajo entre diversas edades e involucrar a la comunidad más cercana, pero al mismo tiempo ha sido aplicado por muy pocos puesto que el sistema tiene más elementos que desmotivan o sancionan de alguna manera la aplicación del mismo. Este nuevo escenario puede también favorecer el florecimiento de grupos de interés o clubes de aficionados de diversas temáticas en los que las personas se suman por intereses personales, más que por la nota o calificación de un externo.
Todo ello es positivo, pero también se corre el riesgo de seguir haciendo más de lo mismo. Es decir, que el viejo sistema se traslade al mundo digital. Entonces se podría encontrar clases expositivas vía Zoom, exámenes controlados con cronómetro a distancia, control del rendimiento docente por el número de horas exponiendo en línea, un mayor encierro en las comunidades locales o escolares y, por último, un núcleo del viejo sistema que se empecina en no morir y hace todo lo posible para que subsistan sus dispositivos y normativas que no hacen sino matar el buen aprendizaje. Todo ello puede ocurrir como reacción a esa presión a la que todos estamos sometidos en este tiempo, y terminar por seguir haciendo más de lo mismo.
Sin embargo, como decía Iván Illich, la fuerza inagotable que tiene todo ser humano es la capacidad de acción. Esa energía es y será siempre inagotable, con ella se pueden cambiar presentes y futuros. Nuestra capacidad de acción está en ejercer la segunda fuerza para cambiar: el pull, es decir inspirar, atraer, apoyar a los docentes y familias en desarrollar los conocimientos, habilidades y actitudes que necesitan para crear un nuevo mundo. La presión ya la tenemos, ya todos fuimos lanzados a la piscina, ahora toca encontrar sentido a esta nueva piscina, aprender a nadar de otros que lo están haciendo mejor, encontrarle el gusto, no asustarte y empezar a dar poco a poco brazadas cada vez más seguras, siempre con el apoyo de los demás.
Necesitamos docentes y padres de familia que sean la punta de lanza que nos inspiren y nos muestren el camino, que nos den seguridad en este momento incierto para así juntos, gracias a la crisis, construir una nueva escuela y una nueva sociedad.
Lima, 6 de abril de 2020