Axel Rivas / Clarín
Muchos docentes tienen un gran dilema: ¿qué hacer con los alumnos que llegan a fin de año sin los saberes esperados? ¿Hacerlos repetir o dejarlos pasar al siguiente año escolar debilitados?
Las evidencias de la investigación educativa muestran contundentemente que la repitencia no ayuda a los alumnos. En las pruebas de Unesco de 2013 tomadas a alumnos de 15 países de América Latina en lengua y matemática de primaria, ningún otro factor tuvo más impacto negativo en sí mismo que hacer repetir a los alumnos.
¿Por qué la repitencia influye negativamente? Como método es bastante evidente su limitación: enseñar exactamente lo mismo durante todo un año supone que las cosas se aprenden a la fuerza, sin más justificación pedagógica que el conductismo. En términos psicológicos, genera un gran daño en la autoestima, a veces irremediable, al quitarlos de su grupo de pares y exponerlos a la “anormalidad”. Incluso en términos presupuestarios tiene un costo enorme para el Estado.
¿Pero entonces simplemente hay que anular la repitencia? No es esa la solución al dilema. Dejar pasar a los alumnos sin los aprendizajes y mantener un sistema de enseñanza homogénea los condena a sufrir el desplazamiento de sus pares de otras formas.
La solución real es mucho más compleja pero necesaria: revisar las pedagogías. Crear entornos donde la escuela completa trabaja cerca de cada alumno, donde no se caen en un efecto cascada cuando tienen un obstáculo cognitivo. Hay que crear distintas vías: tutorías entre alumnos y con especialistas, diversas formas de agrupamientos, estrategias que multipliquen las esferas de expresión (las inteligencias múltiples según la teoría de Gardner), trabajo por proyectos, círculos de interés, profundización en vez de extensión de la currícula.
Esto requiere políticas de enriquecimiento de las capacidades pedagógicas de las escuelas, desde la formación hasta el equipamiento. Pero también la disposición al cambio y la innovación en cada aula y en cada escuela.
No podemos resignarnos a elegir un polo del dilema. Ninguno de ellos funciona: ni la pedagogía homogénea en entornos heterogéneos ni la segregación para crear homogeneidad artificial. Es posible enseñar en la diversidad y potenciar el aprendizaje dialógico. Es un trabajo que lleva tiempo si el punto de partida es la enseñanza tradicional expositiva y homogénea. Es el duro trabajo de la justicia pedagógica, desde el cual podemos reclamar también, predicando con el ejemplo, una estructura económica más justa que no le pida revertir tanta desigualdad social a las escuelas.
Fuente: Clarín / Buenos Aires, 21 de octubre de 2016